martes, febrero 14, 2006

Guerrilla Semiológica

Marcel Granier exige excusas públicas a Ibsen Martínez para poder emplearlo


A ver, sirva la presente para evocar un no muy añejo episodio de la televisión venezolana que ya cruza la década. Era principio de los 90 y en Radio Caracas Televisión destrozaban la liga con el culebrón llamado “Por estas calles”, cuya autoría se le endilgaba a Ibsen Martínez, por mucho que un batallón de dialoguistas eran los verdaderos creadores.

Llegó el momento en que la telenovela debía cerrarse, pero como reventaba los índices de audiencia, los ejecutivos decidieron prologarla, a lo que se negó Martínez, quien, naturalmente, fue apartado del juego y así la truculenta historia continuó.

Pero no sin que Ibsen Martínez atacara inmisericordemente a los patronos de RCTV. Célebre aquella pieza de opinión en El Nacional en la que Martínez (por entonces ya no tan joven) destajaba a Marcel Granier. Y así consuetudinariamente: Granier fue retratado como un hombre sin escrúpulos capaz (literalmente) de asesinar a su madre con tal de conseguir los propósitos de la industria.

Granier se convirtió en el comodín de las mofas de Martínez. No había peor hombre en esta vida, se obtenía de los encendidos artículos del escritor de telenovelas.

Tan escaso de escrúpulo era Granier, que el propio Martínez habría de confesarlo (sin pudor): Para que se quedara tranquilo cuando lo apartaron de “Por estas calles”, la Fundación 1BC –que así esbozó el chiste- lo “becó” con el puntual y abundante depósito mensual de dólares. Martínez nunca rechazó la compra que de él hacía Granier. Al contrario, admitió que aprovechó la circunstancia para dedicarse a escribir una novela a la postre autobiográfica con la cual tuvo la aspiración de ganar el Rómulo Gallegos.

Un ejecutivo que paga para callarle la boca a su dramaturgo estelar no es otra cosa que un inescrupuloso, un ser ruin. Más o menos con estos mismos adjetivos Martínez atacaba a su subvencionador. Marcel Granier era una piltrafa humana, no se cansó de describirlo Martínez.


Por eso es que, al recordar aquellos capítulos que corrían en paralelo, resultan conmovedores dos escritos periodísticos recientes que rescatamos de El Nacional. Conmovedores no por Martínez (sino por la intelectualidad del país), ni por Granier, que ningún interés tendrá en querer dejar de ser el inescrupuloso que es (a fin de cuentas, su negocio es la televisión).

El 14 de noviembre de 2005, en la página B/12 de El Nacional y con la firma de Armando Coll, Ibsen Martínez es entrevistado. De la cosecha del periodista se dejan caer comentarios del tipo: “...canal del que saliera hace más de una década en no muy buenos términos”. Decir “en no muy buenos términos” ya es una edulcuración de la historia y pretende pasarle un trapito de dignidad al viraje que, ya verán, hace Martínez con Granier.

Otros comentarios de Coll: “...y en la que provocó mucha incomodidad a sus ejecutivos”. “...se dedicó a denigrar del medio y sus propietarios”. Más pretensiones de ablandar la historia y de este modo suavizar la terrible y penosa transición de Martínez, a quien ahora Granier le resulta un caballero, ni más ni menos. No, estimado Coll, el libretista no denigró ni incomodó, insultó con las fórmulas más soeces que a cualquiera puedan ocurrírsele.


En su nueva versión de lo ocurrido a principios de los 90, Martínez prácticamente retrata a Granier como un ángel.

“He hecho las paces con mucha gente. En el caso de Granier (...), se trató de un malentendido entre unos gerentes y un empleado. Incurrí en algo que siempre es muy fácil de hacer: la pataleta. Y el argumento era que siempre desvirtuaban los propósitos de un autor. Y siempre me hice el loco en las declaraciones públicas que hice con respecto a los esfuerzos de Granier por resolver este asunto de una manera operacional”. San Granier.

De seguidas Martínez literalmente suelta los argumentos con los que Granier debería llegar algún día al Vaticano.
“Yo cedí a una demagogia muy culturosa, que es hacer chistes a costa de Granier. Hubo un descomedida ensañamiento contra la figura de un hombre cuyo negocio es la televisión”.

Todo lo dicho por Martínez en esta entrevista con Coll (y lo expresado en su columna del 2 de enero de este año), tiene como propósito general el de hacer una dolorosa confesión, pero que suene suavecito: El irreverente libretista vuelve a RCTV, y no podía hacerlo sin hacer las paces con Granier, si me permiten el eufemismo.

Ocurre que versionará la televisión el libro “La criolla principal”, cuya autora es su mujer, la historiadora Inés Quintero:

“... se dio la feliz coincidencia de que, a sabiendas de que había interés por parte de Granier de adquirir los derechos, le hice saber por amigos comunes mi deseo de ser el adaptador (...) Granier y yo sostuvimos una muy estimulante conversación... No tengo talento para la telenovela. No tengo ni la destreza ni la paciencia”.


El 2 de enero la prensa tiene baja sintonía


Lo dicho, el 2 de enero pasado Martínez tituló su artículo “La criolla principal de Bárcenas a Río” (El Nacional, A//). Y discurre casi enteramente hablando de un software para libretistas, así como de la crucial diferencia entre un argumento y una situación dramática. Ya en las postrimerías, va al grano.

“Sucedió que el Grupo IBC se interesó por llevar el libro de Quintero a la pantalla... y a mí me han encomendado ocuparme del guión. Esto último habría sido imposible si Marcel Granier no hubiera pasado caballerescamente por alto todos los chistes de mal gusto y más de un despropósito que, a costa de su persona, y luego del memorable capítulo 218 de “Por estas calles”, me dediqué a hacer en mi airado articulismo de apedreador de vitrinas que cultivaba yo por entonces”. Este párrafo de Martínez debería engalanar el museo de la intelectualidad venezolana, en su sección de los lameculos.

Y el siguiente debería estar en la entrada del mismo museo:

“El día que hablamos del proyecto en sus oficinas de RCTV, hace pocos meses, le ofrecí las excusas del caso a Marcel, que es como todo el mundo lo llama en Venezuela, pero ello no tendría ningún valor, ¿no creen ustedes?, si no las ofreciera también desde mi página de los lunes”. Respiren hondo, tanto servilismo descompone.

¿Por qué no son suficientes las excusas en privado para Don Marcel? Ibsen mismo lo dice: porque no tendría ningún valor. ¿Valor para quién? Para Marcel Granier. Marcel quiere excusas públicas y eso es lo que está satisfaciendo Martínez, que lo hace un 2 de enero, cuando el rating de prensa está en su mínimo. Quiso hacerlo sin que mucha gente lo advirtiera, es todo.

La degradación de Ibsen Martínez está tan encausada, que en algún tramo se atreve a presentar ante sus lectores a Inés Quintero como ¡la hermana de Valentina Quintero!

Muy bien, señor libretista, hará la versión que le piden (o que usted suplica, a costa de la humillación) y lo triturarán en el rating. Y está bien que no tenga talento para los culebrones, pero los volverá a escribir chapuceramente cuando Don Marcel se lo ordene en privado, que es como suele maniobrar.