jueves, diciembre 31, 2009

Auxilio y socorro

Anoche me quedé encerrado en el ascensor del edificio en el que mal vivo a eso de las dos de la mañana, cuando el diligente conserje lo desconectó dizque en un arranque ahorrativo de energía, declararía después a los señores bomberos, con quienes me dio vergüenza haberlos molestado por semejante nimiedad, al punto de que tratando de reparar el instante les invité tomar un café en la arepera de la esquina, que suele abrir las 24 horas y que acepta cestatickets.

Total que estoy encerrado a esa hora none y uno tarda segundos, minutos en convencerse de que no ocurrirá la llegada providencial de un vecino al que pegarle una advertencia, en convencerse de que no es un corte de luz en la zona sino una falla específica en la guaya del aparato. Uno se pregunta si cuando retorne la energía se activará automáticamente el ascensor. Bueno, cuestión de esperar unos minuticos.

Cuando se consuma el convencimiento de que la noche será eterna y de que nadie hará nada por uno, el espíritu del sobreviviente se hace valientemente presente y se pregunta urgentemente: ¿iré a morir asfixiado? Padre santo, estoy muy joven para morir. Trata de abrir una rendija para asegurarse el oxígeno. Da vueltas en metro y medio cuadrado y evalúa la posibilidad de respetar al destino y echarse a dormir en ese breve espacio, pero no hay manera.

Es entonces cuando se acuerda que existe una milenaria fórmula salvadora en este tipo de indeseables circunstancias. Al pensar en que a lo mejor deba aplicarla en esa oscuridad, le entra un rubor y mira para los lados asegurándose instintivamente que no haya testigos. Lleva la palabra a su boca, la mastica, hace amagos de soltarla y en un primer intento no se siente capaz, un sentimiento de impudicia lo corroe y posterga la solución a la espera de que la luz le ahorre el trago amargo.

Piensa, piensa, piensa... sigue pensando, da vuelticas en redondo y se pregunta si no será claustrofóbico y se acuerda que había llegado al ascensor doblado conteniendo los esfínteres.

Repasa el día, la película de su vida y siente que en diez minutos se le ha ido la existencia. Maldita sea, pasarme esto a mí, que soy noctámbulo pero que hoy estaba arrastrando la cobija.

Hay instantes de la vida en que el hombre debe tomar decisiones realmente trascendentes, así que cerró los ojos para no reconocerse y gritó primero tibiamente y después a todo leco ¡¡¡auxilio!!!, y al hacerlo se sintió blasfemo, se sintió trasladado a otro tiempo y a otra galaxia, se sintió descompuesto, derrotado, falto de imaginación, sintió que gritar auxilio en un ascensor era el último escalón del derrotismo, por tanto de la especia humana. Se sintió conmovido, ajeno a sí mismo. ¿Auxilo? ¿Lo habrá escuchado algún pana? No, Dios mío, no lo permitas. ¿Por qué habrá optado su mente por auxilio y no por “abran esta mierda que tengo sueño”? El paroxismo de todo esto arribaría cuando la autonomía de su callada boca completó el lugar común que antes que eso es más bien la delación de alguien que se quedó en el tiempo o, quizá, de que no pertenece a este tiempo, cosa que ya venía sospechando para su mala pata.

¡¡¡Socorrro!!!, truena en la noche, y se lleva la mano a la boca como pretendiendo recuperar el agua derramada, como si ese desgarrón lexical hubiera sido un parto cesárea. El parto, empero, sería morocho, porque con ambas palabras construirá seguidamente una canción que al entonarla le degolla: ¡auxilio, socorro, auxilio, socorro! Levita de la conmoción. Ha de estar perplejo, pero no se ve nada y es complicado hacer un análisis de su gestual.

Han pasado quince minutos de ese horror y se regocija de la posibilidad de que siendo madrugada nadie lo haya escuchado, porque ya ha tomado las precauciones para que esa humillación no vuelva a desatarse.

Se tranquila porque cualquiera es capaz de sobrevivir dos horas en un lugar garantizado de la delincuencia.

Otro tic maquinal finalmente lo salva. En sus bolsillos lleva, cual demente, dos celulares y se alboroza porque recuerda que existe un asterisco con el que puede llamar a los bomberos, a quienes pregunta interesadamente cuánto tiempo tardarán.

El estropicio en torno al ascensor lo hace sentir grande, liberado, ocurrente y en tanto pillo, mira que jugar esa carta de llamar a los bomberos y librarse de ese atasco. Se ve fácil, pero en situaciones como estas la mente se auto secuestra y no piensa cosas, se abstrae de la realidad, se bloquea y deja de servir para una mierda. En el epílogo, hay refunfuños para el conserje, quien recibe un curso instantáneo de cómo proceder a apagar los ascensores: debes llamarlo y en tu presencia desconectarlo, no al revés, desenchufarlo sin saber en qué piso anda. El buen hombre alega que una madrugada de navidad no circula nadie, y que además esos ascensores tienen un botón rojo para alertar la habitación de consejería.

Moraleja moraleja: Será mejor que te vayas conociendo a ti mismo y a tu hábitat para no sentirse un hombre del oscurantismo.

Hace días que arrastraba la preocupación de conseguir unos minutos para escribir una bagatela como esta y emplearla como excusa para despedirme este año de mis amables y bienaventurados epistolarios, con quienes espero seguir cruzando el angosto puente de 2010. Por ahora me esfumó hasta nuevo aviso, y para que no les ocurra lo que al pobre hombre del ascensor, les estoy avisando antes de apagarme. ¡Salud!

martes, diciembre 08, 2009

De yuppies y barraganas estamos llenos

Este asunto de los bancos intervenidos es un descalabro, pero para los grupos económicos que hacían surgido vertiginosamente al amparo de corrientes políticas (propias y extrañas), muchas evidentes, como la de Pedro Torres Ciliberto, de quien no hay que ser detective para saber que hacía las veces de testaferro.

Pero testaferros hay muchos, y conforme el Presidente avance en la investigación irá descubriendo nombres, y ojalá que también los venezolanos los descubramos.

Sin buscar mucho, ¿de quiénes eran testaferros la parranda de yuppies que saltaron enredados con el sonado caso del maletín de Antonini? ¿Cómo pudieron Carlos Kauffman, Moisés Maionica y Franklin Duran acumular tanta riqueza por esfuerzo propio? ¿Cuál es el método?

Estos muchachones, además, resultaron ser los mismos que habían comprado en cinco lochas un edificio anexo al Ministerio de Finanzas que tres días después le vendieron en millones de dólares al por entonces ministro Tobías Nóbrega?

Pero hay yuppies en escalas. Hay tipos a los que uno conoció comiéndose el último trocito de un cable y ahora le enrostran a uno riquezas medias sin el menor rubor. Gente además que alguna vez anduvo en el desvarío político.

Yo sé de uno que se prestó para jugar a testaferro del presidente de una institución del Estado, desde la cual esta caballero supo trepar hasta ordenar la contratación de una ficha suya en la dirección de prensa, plataforma desde la que se inventó un “plan de medios” costosísimo por el que supo cobrar su 20 por ciento. Ahora anda muy orondo colmado de lujos.

Conozco otro que ha empleado todo su talento en atornillarse en un cargo con tal de preservar el poder que le permite tener a turnos su barragana, fenómeno aborrecido en la cuarta, pero muy en boga en la quinta. Nos lo calamos como cosa natural. Hasta eso hemos llegado.

miércoles, diciembre 02, 2009

¿Quién es la versión venezolana de Uribe?

Una reseña de AFP da cuenta de los siguientes quejidos de Uribe: Uribe también se declaró “preocupado” porque, en su opinión, esta coyuntura ha sido aprovechada por otros países de la región para sustituir los productos de Colombia. “Me pregunto: ¿estamos en unión o no estamos en unión? ¿Hay propósito de unidad suramericana o no lo hay?”, reclamó.)


Uno lee esta vaina y después de controlar su arrechera pasa al optimismo: Colombia tiene que ser estremecida pronto, no puede ser que los colombianos le crean a semejante loco. O digamos más bien que el pueblo no le cree, pero es necesario que consiga los mecanismos que le permitan desamarrarse del nudo de esa parranda de locos. Ojalá que los burgueses bogotanos terminen de decidirse por el guerrerista Santos para que la atmósfera de torne interesante.

En la reunión de partidos de izquierda en Caracas Piedad Córdoba dejó clarísimo que si bien es cierto que ella militaba en el Partido Liberal, no era menos cierto la existencia de variedad de corrientes, siendo el tontuelo de Gaviria el derechista y ella la comecandela, cosa por demás obvia.

Lo que rescato del espiche es que noté ya cierta predisposición de lanzarse de una vez a la arena. Y si no lo va a hacer, pues que suelte amarras en favor de Petro, de quien corre esta leyenda esperanzadora: cierta vez el alto mando militar santandereño sostuvo una reunión con los líderes del Polo Alternativo Democrático, durante el cual Petro tuvo el escarceo de quitarse un zapato para golpear la mesa y después gritarle a los milicos: ¡ustedes tienen que entender y prepararse porque nosotros (la izquierda) vamos a gobernar este país! Los rostros de los gorilas se contrajeron y seguramente que hubo ascenso testicular en esos valerosos hombres de uniforme agringado que a la fecha hacen cursos para recibir órdenes en inglés: ¡Yes, sir!


En tanto, noto que en Venezuela hay más de un pichón que toma atenta nota de cómo ser la versión venezolana de Uribe y no morir en el intento. La mar seguro que Teodoro no lo es, no tanto por el agotamiento de su almanaque, sino porque después de tanto trajinar se descubrió en él que el virus del radicalismo es un sarampión que se le quedó contagiado para siempre, y lo demuestra el hecho de que al inicio de la Revolución Bolivariana dedicaba su pasquín para embestir a Miquilena acusándolo de hacer deslucir a Marlon Brando en la interpretación de Vito Corleone. De ese febril empecinamiento, Teodoro pasó a la nómina del ex Corleone sin ningún trámite. Entonces él no. Pero quién.


Yo veo a dos: primero a Leopoldo López, un regenerado muchacho nazi que ahora es militante de los movimientos populares, es decir, quiere parecerse al chavismo, que es lo mismo que hace Uribe: ponerse el ropaje socialista algunas veces, sin llegar a declararse converso pero tampoco dejándose envolver por la vieja política, esto para presentarse como lo nuevo, como el renovador -échale bolas- del futuro, que con el chavismo ya está escrito. Leopoldo es ahora, al mismo tiempo, un muchacho de las barriadas para el chavismo, y un enfant terrible en la mesita de la unidad, donde lo asumen como el problemático sobrino metido en problemas de adicción a estupefacientes.


Un segundo candidato es -y no veo más- Capriles Radonski, quien no pierde lance para proclamarse bolivariano y además mirandino, porque gobierna en el estado que lleva el nombre del precursor (ni siquiera por sus proclamas emancipadoras). Ahora convoca marchas con su burocracia para reclamar que el presupuesto sea calculado a precio de barril de petróleo.


¡Bárbaro! Este hijo de puta hasta ayer nomás salivaba cuando el precio se precipitaba. Cada avance al hueco era celebrado con vítores por anclas y titulares, y las vocerías se ponían retadoras: vamos a ver cómo vas a hacer ahora que no vas a tener para sostener la misiones.

Era un rezo colectivo para que el barril se hiciera agua y por ello hasta sensato les pareció cuando el presupuesto nacional fue reconducido sobre la marcha. Pero ahora que Venezuela sorteó las tempestades y cuando parece que el sol brillará con intensidad a partir de la reunión Opep de finales de este mes, se desesperan y mandan pal coño su falso razonamiento de no al despilfarro (tesis también asesinada porque las reservas han alcanzado su pico máximo).

Vencidos en sus sortilegios, ahora hambrientos rugen para que se abran las compuertas del botín, sobre todo en vísperas de las elecciones que al parecer los va a sorprender sin músculo financiero, porque andan dispersos en sopotocientas corrientes y el tío no haya a quién direccionar los recursos, de suerte que se sabe que muchos aspirantes se quedarán sin los subsidios.


Prender velones para que el país se arruine y en carambola denunciar el excesivo gasto social para al cabo de un año salir a marchar para que el presupuesto nacional sea fundamentado en los inasibles precios del petróleo, es una actitud muy de Uribe, quien lanza bombas a los vecinos y llena su país de bases de guerra y después sale cándidamente a gemir: ¿Pero estamos en la onda de la unión o no? ¿Hay integración o no?