miércoles, octubre 21, 2009

Marjorie Bolívar

Un hogar de por sí congestionado ha entrado en crisis por la llegada inesperada de una niña felina ahora convertida en toda una adolescente de seis meses, y que en tal condición ha extremado requerimientos y atenciones.

Llegó un día martes luego de que su benefactora la rescatara de un destino incierto, pues el administrador del caserón donde había nacido anunció que se deshacería de ella si nadie la reclamaba.

En casa estaría cuatro días, porque el sábado siguiente sería entregada a alguna sociedad protectora. Empero, algo dentro de mí empezó a sospechar de un ardid porque parte importante del presupuesto familiar empezó a desviarse para la adquisición de su alimento.

Mi preocupación adquirió ribetes de drama cuando en un rincón de la sala fue instalada una ponchera llena de arena fina y costosa para que la educada muchachita depositara allí su materia fecal, de olor comparable al del azufre. Indicio claro de que esta joven pronto se convertiría en la reina de la casa. Presunción que se elevaría a la categoría de noticia confirmada cuando llegado el sábado nada ocurrió, no hubo traslado a centro benefactor sino a una clínica veterinaria, circunstancia que siguió desangrando los menguados ahorros hogareños. Además de aplicarle una vacuna desparasitante, le fueron recortados los garfios. Qué alivio.

Para drenarle correctamente las inquietudes propias de su condición, se realizó una inversión en un yoyo que en el ascenso emana una luz roja que ella persigue entusiasmada.

Y así, cada espacio ha ido adquiriendo su personalidad. Por ejemplo, dos sillas señoriales de cuero que son de mi más alta estima, han sufrido los rigores de actos pueriles: agarró los espaldares para practicar rapel. Y desde la cúspide práctica triples saltos mortales, que son su entretenimiento favorito.

Al principio no tenía nombre. Entiendo que se trataba de una estrategia para lograr que ella se instalara sin mayor resistencia, porque estábamos hablando de un ser anónimo. Alcanzado este propósito, entonces los esfuerzos fueron concentrados en bautizarle acorde con su estampa de cacri.

“Enmienda”, propuso una amiga que supo del dilema. Uuummm. Rechazado. Entonces la misma amiga dijo que se le pusiera el nombre del desalmado patrono pero en femenino. Hubo un paseo por variedad de nombres hasta que la benefactora decantó por uno incomprensible para todos: Marjorie.

Ya bautizada, ocurrió un hecho que ratificó todas las sospechas: la niña viajó en avión al occidente del país para serle presentada a sus abuelos durante el asueto carnestolendo. Para ello, ni más faltaba, se requirió de la compra de una jaula especial, además de la aplicación de un calmante para que no se pusiera nerviosa.

Con sus abuelos hizo las delicias. Estaban chochos y hasta confinaron en el patio trasero a cinco perros celadores para resguardarle la paz y el sosiego a Marjorie. Increíble lo que esta joven trepadora estaba logrando.

A su retorno a Caracas esta muchachita vino ufanada y sin mayor trámite se instaló en la cama matrimonial como una más. En sus noches de insomnio, se dedica a perseguir y morder todo dedo que se le atraviese. Desarrolló esta fijación. Entra y sale de la habitación a su libre albedrío.

Con el transcurrir de los días, parece que esta jovencita ha comenzado a cometer travesuras relativas a su condición de adolescente: se sospecha que se escapa por el balcón quién sabe a dónde, porque regresa curtida y agazapada, como quien espera un regaño.

Ha cumplido seis meses, etapa que según las cyber investigaciones es la más crítica hormonalmente hablando. La cotidianidad confirma esta tesis, porque cada vez que Marjorie se ubica en el aposento, se pone boca arriba y abre las patas para que se le acaricie el vientre. Es ahora un ritual.

Su benefactora anda en vilo, decidiendo entre dejar que la naturaleza fluya a su manera o esterilizarla. Pero esto último tiene generado un conflicto ético, porque privarla del hecho materno tiene su componente criminal.

Creo que la etapa culminante de su consolidación en casa está en desarrollo: en confabulación con su protectora se posa sobre mis piernas y adopta posición y gesto lastimeros, mientras una voz que simula ser la suya insiste en: reconóceme, por favor, yo soy tu hija.

martes, octubre 13, 2009

Naftalina


En estos días le comentaba a un amigo mi deseo de desarrollar y conducir un programa radial al que he concebido nombrar Naftalina.

El amigo mueve el entrecejo cuando le explico que será un programa dedicado a la denominada canción chatarrita y a su época.

Un programa en cuya presentación tenga un intro con Tren de medianoche a Georgia, que lo mezcle con No es una carga, es mi hermano y quizá con unos acordes calladitos de contrabando allá en el fondo de Hotel California, para amelcochar y neutralizar al inconsciente.

Mientras apasionadamente le voy relatando el plan de fuga, el pana va acentuando su silencio, hasta que lo emplazo a que me diga de una vez que si un programa de esta característica no lo escucharía ni Cappy Donzella.

Su preocupación es de otro orden. ¿Lo vas a pasar en una emisora comercial? Su pregunta esconde un fondo ideológico: ¿Tú crees que las radios alternativas van a poner música gringa? Lo desbarato. Le digo que ya la ponen, pero que además, ¿cómo puede ser un revolucionario rehén de prejuicios tan gafos? El intercambio termina en bronca y, como sucede en cada desencuentro, cada uno se repliega.

Por lo que no tuve oportunidad de argumentarle que si alguna vaina ha sido revolucionario en esta vida, ahí están de primero las canciones chatarritas, porque fueron el signo de un tiempo rebelde, irreverente, alzado, cuya válvula de escape eran estas canciones que te inoculaban la mente para hacerte un inconforme.

A usted le dicen que una canción se llama No es una carga, es mi hermano, y usted sabe que allí hay un drama arrabalero, el capítulo cumbre de una telenovela latinoamericana, pero una vez que oye al cantante destripar los sentimientos con su tempo barítono, a usted el cuerpo se le indigna y sin saber inglés entiende que allí hay un mensaje que nos instiga a emanciparnos.

Le expongo a otro partner la idea para que la requise y es tanto su militancia en la chatarra, que con voz de tenor dice: no concebiría un programa así sino comienza con Canción de la prisión. Entonces me cayó la locha: no debo seguir curucuteando a la gente, todo el mundo tiene su favorita y tampoco es que uno esté para estar calándose el manantial de evocaciones ajenas, las propias me rebasan. Es más, quédense con su programa.

viernes, octubre 09, 2009

Culazo



La oposición quedó tan desbaratada y ensartada con la pelada de culo, que hay que seguir hundiéndole el dedo.

Propongo que cada uno de esos culos sea identificado, que se inicie un intercambio en la superautopista para individualizar cada culo y preguntarle a su dueño que si lo volvería a pelar, que si reivindica a sus escuálidas pero honradas nalgas.


Porque después de darlo, andan agazapados, como señorita que piensa que todo el mundo la observa en la calle porque se han dado cuenta que ha sido desflorada.

Hay que sacarlos de la madriguera de la vergüenza y decirles vamos, machos, digan que esos culos son suyos y que ustedes hacen con ellos lo que los cuerpos les pidan.


Porque algún culo tiene que echar sangre. Son como ocho culos los que se exhibieron, así que seguro rápido damos con sus derechos de autor. Además, ¿son de paquete esos culos?


Me imagino la jornada internauta de individualización: “Coño, ¿pero esa cara no es de Juan...digo, ese culo?”. Ajá, Juancito, te vamos a regalar una desechable para que tengas mejor cara.

Diferente sería que las niñas manitos blancas se bajen los trocitos de tela. Ahí la cosa cambia, porque uno hasta las apoyaría. Además, coño, si las muchachas se las bajan entonces sí acaba este gobierno.