El lunes 24 de noviembre comenzará una voraz carrera de tres años en el chavismo, en la que al menos dos corrientes opuestas tratarán de sortear los obstáculos que cada una se ponga. No será una justa en la que cada cual compita concretando, sino sobreviviendo una de la otra.
El aliciente de este escenario es la previsible paliza que las fuerzas socialistas aplicarán a la masa ya prácticamente inerme de la oposición, que con este patético revés se exhibirá en el paroxismo como un anti proyecto nacional incapaz hasta de haber capitalizado mínimamente la victoria del 2 de diciembre de 2007.
La contundencia de la victoria rojita de este domingo, por lógica, debe remontarse hasta la renovación de la Asamblea Nacional en 2010, con lo que la Revolución Bolivariana estaría asegurando boleto en primera fila para las presidenciales de 2018.
Extrayendo datos de aquí y de allá, se percibe sin mayor dificultad que la atmósfera para este domingo es sustancialmente distinta a la diciembre de 2007. Las caras opositoras están muy largas y el trago grueso se nota mucho, y el empeño presidencial puesto en las giras, lejos de revelar aprietos, más bien informa de la búsqueda afanosa de un zapatero, de las nueve arepas, de una blanqueada, de la lechada.
El entusiasmo proselitista presidencial es completamente inverso al demostrado para con la reforma a la constitución, cuando por contrario Chávez agarró y se perdió un mes en un periplo internacional.
Así que el fragor de Chávez no es por ganar o perder determinada cantidad de gobernaciones; su afán de estos días es por ganarlas todas.
Con el país políticamente copado y militarmente bajo control, y con un petróleo que promete recuperarse de esta caída para estabilizarse a la vuelta de dos años por encima de los 100 dólares, ¿por qué va a ser impensable creer que Chávez se alista para no presentarse de viva persona a las presidenciales de 2012?
Para muchos puede resultar paradójico que teniendo al país a merced, Chávez no intente alguna fórmula constitucional para ir por la reelección indefinida. Pero así de complejas son las revoluciones. Y así de indescifrable es Chávez.
Sin el énfasis de viejas ocasiones, en estas últimas giras ha venido recordando casi a voz de cuello que sus días están contados, que le quedan cuatro años.
Quizá no sea el caso Rusia el que lo inspira.
Más probable es que la influencia venga de su tótem Fidel Castro, quien también ha revelado y demostrado que adquirió una nueva cosmovisión de su país y del mundo una vez que le tocó abandonar la primera línea de combate para irse al obligatorio reposo del guerrero. Pero nada deja de consultársele, naturalmente, aunque se supone que esta función se ha reducido a lo vital.
Castro sigue mandando, pero ahora desde la retaguardia, la verdadera torre de control de una revolución. En el sosiego que le concede la calma, Castro ha sido un gobernante más lúcido, lo que es mucho decir y me perdonan el atrevimiento. Lo revelan los análisis de sus cartas. Lo revela el pulso cotidiano y preciso que le lleva a la Revolución Bolivariana.
De modo tal que lo imagino sugiriéndole a Chávez la necesidad de relajarse y gobernar desde una colina que le permita observarlo todo con una figuración distinta del poder. Esta colina bien puede ser el Cajón del Arauca apureño. Con lo que, finalmente, Chávez habría entendido lo que dentro de sus filas muchas veces llegó a ser un clamor: que delegara las tareas ejecutivas atinentes al Gobierno para concentrarse en la dirección de la Revolución Bolivariana.
Creo que ha decantado perfectamente este dilema y que, por ventura de Dios, se estaría iniciando la fase que en las fuerzas progresistas venezolanas se denomina “la revolución dentro de la revolución”.
Tal estrategia, al mismo tiempo desactivaría las resistencias internas –a lo interno del país y a lo interno del chavismo- e internacionales que, de suyo, provoca una presidencia alargada, por muy legítima y constitucional que ella sea.
En la carrera por la sucesión eventual en las presidenciales de 2012, la izquierda humanista, o socialista, es y será la gran incógnita. La izquierda tecnocrática, que no se imbrica en el alma del pueblo sencillo, tratará de ganar esta contienda a fuerza de control del capital. La izquierda ñángara, por anacrónica, luce con pocas posibilidades por la ausencia de un pensamiento esclarecido para los tiempos. Repito, la izquierda socialista o humanista es en esta hora precisa un ectoplasma y por tanto el gran enigma de los venideros años.
El aliciente de este escenario es la previsible paliza que las fuerzas socialistas aplicarán a la masa ya prácticamente inerme de la oposición, que con este patético revés se exhibirá en el paroxismo como un anti proyecto nacional incapaz hasta de haber capitalizado mínimamente la victoria del 2 de diciembre de 2007.
La contundencia de la victoria rojita de este domingo, por lógica, debe remontarse hasta la renovación de la Asamblea Nacional en 2010, con lo que la Revolución Bolivariana estaría asegurando boleto en primera fila para las presidenciales de 2018.
Extrayendo datos de aquí y de allá, se percibe sin mayor dificultad que la atmósfera para este domingo es sustancialmente distinta a la diciembre de 2007. Las caras opositoras están muy largas y el trago grueso se nota mucho, y el empeño presidencial puesto en las giras, lejos de revelar aprietos, más bien informa de la búsqueda afanosa de un zapatero, de las nueve arepas, de una blanqueada, de la lechada.
El entusiasmo proselitista presidencial es completamente inverso al demostrado para con la reforma a la constitución, cuando por contrario Chávez agarró y se perdió un mes en un periplo internacional.
Así que el fragor de Chávez no es por ganar o perder determinada cantidad de gobernaciones; su afán de estos días es por ganarlas todas.
Con el país políticamente copado y militarmente bajo control, y con un petróleo que promete recuperarse de esta caída para estabilizarse a la vuelta de dos años por encima de los 100 dólares, ¿por qué va a ser impensable creer que Chávez se alista para no presentarse de viva persona a las presidenciales de 2012?
Para muchos puede resultar paradójico que teniendo al país a merced, Chávez no intente alguna fórmula constitucional para ir por la reelección indefinida. Pero así de complejas son las revoluciones. Y así de indescifrable es Chávez.
Sin el énfasis de viejas ocasiones, en estas últimas giras ha venido recordando casi a voz de cuello que sus días están contados, que le quedan cuatro años.
Quizá no sea el caso Rusia el que lo inspira.
Más probable es que la influencia venga de su tótem Fidel Castro, quien también ha revelado y demostrado que adquirió una nueva cosmovisión de su país y del mundo una vez que le tocó abandonar la primera línea de combate para irse al obligatorio reposo del guerrero. Pero nada deja de consultársele, naturalmente, aunque se supone que esta función se ha reducido a lo vital.
Castro sigue mandando, pero ahora desde la retaguardia, la verdadera torre de control de una revolución. En el sosiego que le concede la calma, Castro ha sido un gobernante más lúcido, lo que es mucho decir y me perdonan el atrevimiento. Lo revelan los análisis de sus cartas. Lo revela el pulso cotidiano y preciso que le lleva a la Revolución Bolivariana.
De modo tal que lo imagino sugiriéndole a Chávez la necesidad de relajarse y gobernar desde una colina que le permita observarlo todo con una figuración distinta del poder. Esta colina bien puede ser el Cajón del Arauca apureño. Con lo que, finalmente, Chávez habría entendido lo que dentro de sus filas muchas veces llegó a ser un clamor: que delegara las tareas ejecutivas atinentes al Gobierno para concentrarse en la dirección de la Revolución Bolivariana.
Creo que ha decantado perfectamente este dilema y que, por ventura de Dios, se estaría iniciando la fase que en las fuerzas progresistas venezolanas se denomina “la revolución dentro de la revolución”.
Tal estrategia, al mismo tiempo desactivaría las resistencias internas –a lo interno del país y a lo interno del chavismo- e internacionales que, de suyo, provoca una presidencia alargada, por muy legítima y constitucional que ella sea.
En la carrera por la sucesión eventual en las presidenciales de 2012, la izquierda humanista, o socialista, es y será la gran incógnita. La izquierda tecnocrática, que no se imbrica en el alma del pueblo sencillo, tratará de ganar esta contienda a fuerza de control del capital. La izquierda ñángara, por anacrónica, luce con pocas posibilidades por la ausencia de un pensamiento esclarecido para los tiempos. Repito, la izquierda socialista o humanista es en esta hora precisa un ectoplasma y por tanto el gran enigma de los venideros años.