lunes, diciembre 22, 2008

Guácara me dan por nombre, mi forma es de caracol

El fin de semana pasado me dejé caer por el Centro de la Diversidad Cultural de Los Rosales tentado por un amplísimo cartel de enormes figuras de la canta criolla. De modo que el viernes disfruté de la cálida voz de Cecilia Todd, quien ese día bautizó disco y anunció que luego de 36 años de carrera pública incursionaba como compositora de una de las canciones del disco “Niño Jesús de merey”.

La jornada iba a ser clausurada por el simpar de Gualberto Ibarreto, de quien todos, en determinado momento, temimos un nuevo extravío, porque se retrasó y cuando se establecía contacto con su representante y allegados, comunicaban que hacía horas que había salido para el Centro de la Diversidad.

Llegó el hombre, y todos repotenciamos las expectativas por escuchar aquel chorro de voz y aquellas míticas canciones que se han venido transfiriendo de generación en generación.

A la persona que estaba a mi lado, cuando Gualberto apenas iba por los saludos de arranque, le dije: para que te hagas una idea de cuánto puede llegar a conocer o intuir uno a un artista, a que no me pelo cuando te digo que Gualberto comenzará cantando “La guácara”.

Me pelé. Calentó motores con una canción que yo no tenía registrada y enseguida afinó con “La guácara”. Mientras los músicos dejaban correr los acordes delatores, Gualberto se permitió un introito del tema para decir que era una canción de protesta (me quedó la duda de si había dicho la primera o la más grande canción de protesta). En el acto decidí que lo abordaría una vez que concluyera para precisarlo (porque además, al hacer semejante afirmación, citó a Alí Primera).

Puesto que “La guácara” fue mi canción de cuna, así podrá comprenderse la conmoción íntima que me produjo descubrir treinta y tantos años después que mi vocación de irreverente ya empezaba a labrarse desde entonces.

Cuando me propuse despejar este dilema, también me dije que trataría de hacerle un abordaje político a Gualberto, cuyos resultados ofrendaría a los lectores a los que suelo enviarle mis escritos, sin que hasta ahora me hayan solicitado compensación por la atormentada diligencia de leerlos. La cosmovisión política del cantor puede ser sintetizada con esta expresión: “No he votado por Chávez”.

Como se recordará, Gualberto fue uno de los ilustres visitantes de Plaza Altamira cuando desde allí unos generales felones y unos desorientados políticos antibolivarianos trataron de urdir un segundo golpe de Estado en menos de un año.

Pero uno o dos años después, vi a Gualberto en una acto del Teresa Carreño organizado por una institución del gobierno, y allí pidió perdón al público por los extravíos y por regañarlo y por quererlo. Deduje, para mi satisfacción, que el hombre estaba de regreso.

Después de “La guácara” Gualberto se disparó con “Anhelante”, y los asistentes soltaron el aliento contenido. Hizo un ingenioso empalme con “La vikina” y prosiguió con una anécdota tan suya: “Yo recuerdo que cuando Serenata Guayanesa cumplió 20 años, yo tenía 45 días que había dejado de beber y cuando salí al público, me temblaban las piernas, yo tenía miedo…yo era alcohólico. Hay muchos que no lo son pero tienen la conducta: el venezolano si va a bailar la primera pieza, un palo; si te vas a declarar, un palo…”.

La gente empezó a pedir “Ladrón de tu amor”, y una barra de negras tamboreras empezó a rumiar por “María Antonia”. Gualberto, en cambio, prosiguió con “Yo quiero un amor bonito”. Entonces sí entonó “El ladrón de tu amor”. Luego se vino con “El gorrión”, una canción compuesta por José Napoleón, el manager de José José y popularizada por éste en su tierra mexicana, pero como antes no había internet, las noticias entre países podían tardar años, al menos los suficientes para que Gualberto la versionara con unos pequeños cambios y así quedaría instalado en el inconsciente nacional como una obra suya. “Resulta que cuando escuché esta canción yo estaba despechao”.

Luego otra y la gente sin cesar solicitaba “María Antonia”, cuya versión originaria, delató Gualberto, es de un trompetista puertorriqueño llamado Plácido Acevedo, quien en la primera estrofa decía: María Engracia es una mujer que es rubia platinada y le dice a su marido que aquí no ha pasado nada.
“Ahí no estaba diciendo nada. Entonces vino la picardía del venezolano y saben que María Antonia no está loca na, se hace la loca; ella no duerme en ningún escaparate, ella duerme con otro. Les digo una cosa: yo no tuve nada con María Antonia, ni empate ni concubino. Y no me pueden llamar chulo, porque no soy chulo, pero todavía vivo de “María Antonia”.

“A mí mucha gente me quiere es de tanto escucharme, pero no es por la radio sino porque los padres lo amamantan con “La pea”, con “María Antonia” o con “La guácara”, que se les queda en el subliminal.

Gualberto continuó su noche con “Cuerpo cobarde”. Con esta falseó un final que se concretó con la del estribo: “La carta”.

Y vino el abordaje detrás de tarima.

-Yo me di a conocer en el año 75 con “María Antonia”, que estaba en mi primer disco, pero todas las canciones pegaron: “El sancocho”, “El gallito”, “El polo de oriente”. Pero “La guácara”, pichón, tocó las fibras de la juventud venezolana. La guácara, pichón, es un caracol que es más lento que un morrocoy. Entonces el campesino tiene que recurrir a eso para no morir de hambre; habiendo tantos recursos en Venezuela por parte del petróleo, los niños tienen que comer guácara.

¿Alí Primera llegó a tener intercambio contigo sobre las perspectivas de esta canción protesta?
-Sí, yo conocí a Alí en Mérida, cuando yo iba a cantar en las facultades. Luego me lo encontré en el sello disquero para el cual yo grabé, que era el mismo sello disquero de él. Me dijo: panita, panita, ¿tú te vas a presentar en televisión? Yo le dije que sí, pichón, pero dignamente. En aquel entonces salió un editorial diciendo que Gualberto no se presentaba en televisión porque cobra la bicoca de 10 mil bolívares. Yo les dije que no quería que me presentaran como un jabón. Me preguntaron que qué quería y les dije que me entrevisten. ¿Y qué te preguntamos? Bueno, que si yo era un artista de una sola canción, que qué quería yo del folclor venezolano. Les dije que no quería que un vidrio me separara de la gente, porque yo nací con un don y la mejor forma de agradecerlo es compartiéndolo con la gente.

“La guácara” no fue leída como una canción protesta en su momento, quizás después tampoco…
-Sí, te lo digo porque a mí los jóvenes me preguntaban que si era verdad que había niños que comen guácara en Venezuela.

Enrique Hidalgo fue un compositor determinante en tu trayectoria…
-Sí, cómo no. Él está trabajando en el consulado venezolano en Miami, antes estuvo en Puerto Rico; trabaja con sus hijos en el grupo Urbanda. Ahorita tengo pocas relaciones con él, pero en el disco romántico que viene ahora hay una canción inédita de él.

Fue entonces cuando me arriesgué a invitarlo al pantano de la política.

¿Cómo evalúas tú lo que está ocurriendo socialmente en Venezuela? Tengo entendido que has dado saltos en el análisis de la Venezuela política.
-No, pichón, yo tengo una imagen concreta. A mí me duele mucho lo que está pasando en Venezuela. Hay cosas que son valiosas que se están haciendo, pero por otra parte hay otras que no me gustan. Yo fui y soy de izquierda, pero siempre fui independiente, incluso cuando el MEP, el MIR y el PCV tenían problemas para buscar un candidato, entonces me ponían a mí porque sabían que yo eran independiente. Yo era del FVP en tiempos de Leoni, cuando había guerrillas, no habladores de pendejadas, y la novia mía era comunista, y ellos se infiltraron en el FVP y todos los partidos para destruirlos, esa era la idea. Yo era secretario juvenil del FVP y ella se metió en una reunión y dijo que el secretario juvenil era un incapaz y tal. Salimos de la reunión y yo le dije; bueno, cómo es la cosa. Ella me dijo: amor es amor y política es política. Entonces dije, vamos a dejar la política y me fui del partido. Y más nunca fui de partidos. Mi condición de poeta, si seré poeta, y artista que trabajo con la sensibilidad de las personas, no me da el ánimo para recibir líneas de partidos.

Para hacerte la pregunta más directamente, ¿votas o no por Chávez?
-Yo no he votado por Chávez. Pero yo creo en muchas cosas de las que él plantea. Coño, yo soy bolivariano hasta la médula, cuando aquí hay mucha gente y que es bolivariana, pero será de nombre. Yo conozco la obra de Bolívar, yo he leído a Bolívar, chico, conozco su vida, su capacidad democrática. A mí no me gusta que me manipulen a Bolívar. Estoy de acuerdo con el pensamiento, pero no que lo manipulen.

Así concluyó este breve encuentro con Gualberto, que no terminó sin que antes me repreguntara que qué quería yo que él me hubiera contestado. Le dije que me sentía complacido de que hubiera contestado inspirado, de la misma manera en que canta.


Bueno, por si acaso ya no vuelvo me despido a la llanera…que el 2009 los coja a todos con el espíritu aliviado y la conciencia lo más descargada posible. Son mis deseos.


jueves, diciembre 18, 2008

Alias de una dama sexy (FOX)

Por: Sean Penn

Son numerosas las desventajas de ser un escritor sobre el que a menudo escriben. Comencé con una llamada entusiasta a mi madre, de 81 años; esperaba compartir mi entusiasmo por un trabajo en el exterior. “Hola mamá…”. “Ya sé”, dice, “Estás en Júpiter, está en todo el Internet. ¡Dicen que estás retozando con el presidente del planeta! ¡Dicen que es anti-Tierra! Sean, ¿por qué tu cabello sale tan grande en las fotos?”. Pensé: “¿Falta de gravedad?”. “¡Eso fue lo que dijo Hannity1!”, dijo mi madre. Parece que las películas estadounidenses son muy populares en lugares lejanos, y uno debe bailar un poco para evitar historias más hiladas que la verdad que uno intenta contar. Sin embargo, también hay grandes ventajas.
He pasado gran parte de mis 48 años expuesto al ojo público en diferentes grados y en muchas ocasiones me he sentado en la fila del frente de la cultura popular y política. Puedo hablar de primera mano, y hasta he sido testigo, de medios a menudo mentirosos, imprudentes y satanizadores. Sí, en muchos casos, el humo sería una señal precisa de fuego, pero el hecho es que nuestros más respetados medios impresos y televisivos son, en parte, fabricadores conscientes de engaños. En un caso, tengo evidencia fotográfica. Apareció ampliamente en las noticias que había comisionado a mi propio fotógrafo para autopromocionar mi participación en Nueva Orleáns junto a muchos otros voluntarios tras la desgracia de Katrina. Sencillamente, eso no sucedió así. Si bien la noción de autopromoción no se me ocurrió, más tarde lamenté no haber tomado algunas fotos de la devastación que vi. Probablemente llevaré a alguien conmigo para documentar la próxima cagada de los medios o del gobierno. Mientras tanto, reto a cualquiera a buscar las pocas fotos que fueron tomadas por los fotorreporteros que se han tropezado conmigo, y a encontrar una sola que haya pasado la prueba de mi escrutinio narcisista. Pero un beneficio mayor a la perspectiva ofrecida por este espectador sentado en la fila del frente es que ser una figura pública, que incluye una mente abierta a las cualidades de otros países, puede brindar un acceso impresionante.

¿Quién lo hubiese pensado? Ahí estaba yo con el cabello más largo del planeta. Oh yeah. Un cabello largo, largo. Eso pasa en el trópico, crece, y crece bastante. Y ahí estaba yo con mi largo cabello estadounidense buscando la fe en la democracia de mi país en el lugar más inverosímil. Sentado en el Salón de Protocolo en el Palacio de Convención del distrito Miramar en La Habana, todo lo que tenía que hacer era decirle al hombre con gafas sentado en la silla frente a mi en traje militar que estas palabras no serían publicadas hasta después de las elecciones estadounidenses. Y con eso, en la primera entrevista concedida a un periodista extranjero desde el comienzo de la Revolución Cubana de 1957, el presidente Raúl Castro sonrió calidamente y simplemente dijo: “Queremos a Obama”. Su renuencia inicial se debió a la preocupación de que el apoyo de un Presidente cubano podría ir en detrimento de la candidatura de Obama. Y aquí es donde entra la fe: si bien Obama podría convertirse en el décimo primer Presidente estadounidense en la larga historia del reino de los hermanos Castro, a pesar de las relaciones tumultuosas entre Estados Unidos y Cuba desde lo que Henry Cabot Lodge llamó “la amplia política”, como una justificación de las violaciones estadounidenses a la enmienda Teller a finales del siglo XVIII; a pesar de los múltiples intentos de asesinatos de la CIA contra Fidel, su hermano mayor, las tácticas de desestabilización de Robert F. Kennedy y la Bahía de Cochinos, la Enmienda Platt con la toma de la Bahía de Guantánamo, e incluso a pesar de un embargo (de hecho, es un bloqueo) interminable e injustificado de Estados Unidos contra Cuba, aquí estamos en 2008, y Raúl Castro dijo que si el pueblo estadounidense, que hoy apoya al candidato Barack Obama, continúa apoyando al presidente Barack Obama, entonces “se podrían lograr avances importantes y productivos en Cuba y el mundo”.

En lo que pensaba sería una breve entrevista, saqué de mi bolsillo los restos cada vez más reducidos de mi pequeña libreta de notas. Una vez más, Castro sonrió y me pasó una nueva libreta. Pasaríamos juntos las próximas siete horas.

Dos semanas antes

Luego de haber pasado varios canales, vi en CNN la disertación de Glenn Beck sobre el colapso de Wall Street. Según el autoproclamado “pensador”, no hubo peros ni condiciones al respecto. El fracaso de Wall Street “no fue un fracaso del capitalismo de libre mercado”, sino más bien de la “avaricia”. Recuerdo a un grupo de “pensadores” negros y blancos en mis días de escuela que utilizaban un discurso superficial en para llamar la atención. Y al igual que ellos, Glennie ignoraba la manera de atraer la máxima atención. El capitalismo de libre mercado y la avaricia en las manos de los humanos son, de hecho, un matrimonio que no puede escaparse del demonio. Son un solo cuerpo. Podemos decir que Ronald Reagan marcó el final de la era Roosevelt, y quizás, que Barack Obama podría marcar el fin de la era Reagan. Pero históricamente, nuestro sistema ha sido un columpio, llegamos hasta arriba y luego bajamos, casi colocando los pies sobre la tierra, luego nos columpiamos hacia arriba otra vez de cara al viento, pero cuando bajamos nunca lo hacemos lo suficiente como para recoger a los hombres y mujeres en el piso. Es un ciclo humano sujeto a un ciclo monetario. Pero con la explosión poblacional mundial, parece que ponemos la cadena y el asiento más alto en cada ciclo. Cada vez se quedan más personas debajo del columpio. En los últimos días de la campaña presidencial de este año, la protesta de la derecha y el llamado de la izquierda han rejuvenecido los miedos, las posibilidades, los valores y la necesidad de considerar aspectos del socialismo.

Como estadounidenses, somos ciudadanos de una sociedad compleja, y la aspiración, al menos, es pensar con la complejidad que la iguale. En el mejor de los tiempos, en mi vida como estadounidense, ha habido muchos Estados Unidos. Está el Estados Unidos de la elite rica y corporativa, un Estados Unidos de las clases media y media baja, y los millones de pobres, plagados de desempleo, educación inadecuada, salud inadecuada o inexistente, prejuicios raciales, y una filosofía económica de gotera, donde lo que gotea cae y se recicla antes de llegar al fondo. Es lo que, en mi primera reunión con el presidente de Venezuela Hugo Chávez, el describió como “una sociedad insostenible”. ¿Debería nuestro país temer al socialismo mientras avocamos ciegamente por el capitalismo? ¿Existen modelos de economías sustentables? ¿Preferimos la insustentabilidad para cambiar, si cualquier aspecto de ese cambio puede ser definido como “socialista”?

Un 11 de septiembre, día martes, Estados Unidos financió el golpe que derrocó y asesinó al líder socialista democráticamente electo de Chile, Salvador Allende, en 1973. Y nuestro ilustre secretario de Estado, Henry Kissinger, celebró “la victoria” instalando al general Augusto Pinochet. Este ha sido nuestro patrón desde principios del siglo XIX para intentar satanizar a los líderes socialistas, desestabilizar países socialistas, y ejercer la voluntad de la banca estadounidense y de los intereses sobre la materia prima de esos países (Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Chile, y más notablemente, Cuba). Pero quizá más que nunca, es del propio interés de Estados Unidos reeducarse y colaborar, ya que las caras humanas del socialismo se reflejan cada vez más en nosotros.

Pero he aquí la cuestión: No soy socialista. O al menos no completamente. Como estadounidense, tengo algo de Al Capone en mi. Me gusta la idea del logro individual. Pero no en contra de un contexto de opresión desesperanzada.

El guionista David Mamet planteó una noción en un monologo pronunciado por el personaje de Al Capone en su guión para Los Intocables:

Un hombre se convierte en preeminente; se espera de él que tenga entusiasmo. Entusiasmo. ¿Cuál es el mío? ¿Qué me llama la atención? ¿Qué me da felicidad? El béisbol.

Un hombre se para solo en el home. ¿Es el tiempo para qué? Para el logro individual. Ahí está solo, pero en el campo ¿qué es? Es parte de un equipo.

Mira, lanza, atrapa, corre, es parte de un equipo. Batea solo todo el día: Babe Ruth, Ty Cobb, y así. Si su equipo no fildea… ¿Me entienden? ¿Qué es él? Nadie. Un día soleado, las gradas están llenas de fanáticos. ¿Qué tiene que decir? ¡Saldré ahí solo, pero no llegaré a ningún lado a menos que el equipo gane!

Entusiasmo. Soy entusiasta por explorar el socialismo. El logro personal. Bueno, en este caso, espero lograr el interés continúo de los lectores.

El principio

En 2005, en un viaje de navidad a Cuba bajo los auspicios del turismo religioso, mi esposa, nuestros hijos y yo fuimos recibidos en una reunión de medianoche con el entonces presidente Fidel Castro y el gran novelista colombiano y premio Nobel Gabriel García Márquez. Antes de nuestra salida de Estados Unidos, me senté con mis hijos a ver documentales sobre la Revolución Cubana. En particular, mi hija se había ofendido por la historia de opresión hacia los homosexuales en Cuba, y había dejado claro a su padre que si le ofrecían la oportunidad de reunirse directamente con Castro, se negaría. Márquez nos invitó a su casa. Entramos y ahí, solo en la sala, estaba sentado Fidel Castro. Tras la sorpresa de la reunión, mi hija educada y de 14 años tomó su lugar en la sala y espero su turno para atacar.

Fidel me agarró por el brazo y me sentó a su lado. Comenzó la conversación preguntándole a mi hijo, entonces de 12 años, sobre el plan de estudios en su escuela pública. ¿Sabía cuán lejos estaba la Tierra del sol? ¿Sabía la diferencia entre kilovatio y voltaje? El interrogatorio siguió por media hora, y el porte de Castro era el de un abuelo estricto, escondiendo su afectuosa sonrisa detrás de sus labios mientras demandaba conocimiento con curiosidad. Me pareció que podía sentir la conducta fría de mi hija. Y justo en el momento apropiado, todavía sin una palabra de ella, le preguntó qué le molestaba. Ella respondió: “¿Por qué no le ofrece los mismos derechos humanos de los heterosexuales a los homosexuales en Cuba? ¿Por qué los ha perseguido?” Estaba lista para la pelea, pero ninguna pelea estaba próxima. Ni siquiera una señal de defensa. Castro no parecía impresionado por la pregunta, y pacientemente explicó que la homofobia no había sido inventada en Cuba, pero tenía profundas raíces culturales, y que él y la Revolución tenían muchos errores como resultado. Pero que había una evolución en el proceso de cambio. Y que a pesar de que todavía se cometen errores, ha habido un crecimiento tremendo. (En 1979, Cuba abolió las leyes anti-sodomitas. Hoy en Cuba, la afirmación de las uniones de un mismo sexo está programada para 2009, sobrepasando así las reformas sociales de Estados Unidos, y las cirugías de cambio de sexo son bienvenidas en el servicio de salud pública). Desarmó a mi hija y había llegado mi turno.

Castro había leído artículos que yo había publicado en San Francisco Chronicle productos de mis viajes a Irak y Afganistán. Hablamos por tres horas o más, y la pasión de esta figura dinámica de la historia había intensificado mi creciente interés en la historia de América Latina. Antes de partir, nos tomamos algunas fotos juntos, y con Fidel parado en su traje de faena y gorra verdes, un brazo alrededor de mi hijo y el otro alrededor de mi hija, todos sonrientes. Dije: “Comandante, cuando la gente vea esta foto, van a bromear diciendo que estoy criando a mis hijos para que sean revolucionarios”. Me respondió: “Esa es la segunda mejor cosa que puedes hacer. La primera es que se pongan las batas blancas de doctores”. Decidí no hablar sobre esta reunión hasta que el misterio de mi interés se aclarara.

Ese año, en agosto de 2005, Pat Robertson, durante su programa 700 Club, expresó su voluntad y dijo que Estados Unidos debería asesinar a un Jefe de Estado democráticamente electo, Hugo Chávez en Venezuela. Pensé, ¡por fin! Robertson puso una soga sobre su cuello, se paró de su enclenque silla y su propio odio lo sacó de la jugada. Pero me equivoqué. Los comentarios del evangelista con vínculos cercanos con la Administración Bush crearon un escándalo internacional. Aquí en casa fue una historia de dos o tres días recordada y enmarcada como si sólo hubiese sido una simple y tolerable metida de pata política. Aunque no redujo el rating de Robertson, al menos sí transmitió la voluntad de los medios estadounidenses para satanizar a enemigos percibidos (énfasis en percibidos). Y aunque los comentarios de Robertson fueron tan ridículamente obscenos como para provocar mucho apoyo público en Estados Unidos, proyectan una luz brillante sobre la vulnerabilidad de un público estadounidense que invierte creencia en la satanización infundada de los medios contra líderes extranjeros, particularmente contra aquellos en países con enormes reservas petroleras, o con propiedades geográficamente estratégicas. A pesar de los recientes y devastadores tropiezos de la Administración Bush en Irak, principalmente debidos a la complicidad e ineptitud de la prensa estadounidense (de derecha e izquierda) que vendió una imagen de Hussein en posesión de armas de destrucción masiva, y la ficción de sus vínculos con Al Qaeda, nuestro país se ha vuelto tan temeroso como para aceptar cualquier oportunidad de identificar, sin evidencia, “amenazas” fuera de nuestras fronteras. Así ha sido transformada nuestra credulidad y desesperación para ventilar nuestra propia hostilidad interna. Todavía éramos peones en el juego, dispuestos a ser explotados bajo presión.

Lo que es mucho más perturbador es que la retórica de ataques infundados no se limita a los jefes de Estado extranjeros, y tampoco se limita a las voces de los mordaces predicadores y expertos. La gobernadora Sarah Palin, candidata republicana a la Vicepresidencia, pasó los meses finales de la campaña en un llamado a las armas virtual de sociópatas en sus ataques verbales contra el candidato demócrata Barack Obama. Calificar el contacto de Obama con Bill Ayers de “andar con terroristas” es igual a decir que Paralax Corporation utiliza una especie de pesca de arrastre para juntar y provocar a todos los psicópatas homicidas y romper sus cadenas.
Mi hermano
Fernando Sulichin es un productor fílmico argentino independiente. Lo conocí a finales de los ochenta en París gracias al director Spike Lee. Fernando y yo nos mantuvimos en contacto y a finales de 2006 me llamó desde Caracas, donde estaba adelantando trabajos para un documental que Oliver Stone iba a dirigir. Después de una breve conversación, Fernando pudo asegurarme que tendría acceso al presidente Chávez si iba a Caracas. Me subí al próximo avión.

Cuando aterricé en Caracas, fui recibido por asistentes de Andrés Izarra, presidente de Telesur, la televisora suramericana que sigue el modelo de CNN. Andrés Izarra había sido anteriormente Director de Programación de Radio Caracas Televisión (RCTV), pero en 2002 los partidos de oposición y el Departamento de Defensa estadounidense financiaron un intento de golpe contra la Administración de Chávez. RCTV, al igual que los demás medios en radio, impresos y televisión, era objetivo primario de los agentes golpistas. Las estaciones fueron tomadas, y cuando Izarra recibió ordenes de no transmitir la respuesta chavista, renunció en protesta. Esta acción luego llevaría a un Chávez reinstalado a nombrar a Izarra ministro de Comunicación de su gobierno. Su inminente matrimonio con una mujer de la parte opositora generó suficiente escrutinio para que fuese obligado a renunciar a su puesto de Ministro, y tomara control de Telesur. A principios de este año, fue reinstalado como Ministro de Comunicación.

Los asistentes me dejaron en el Hotel Caracas Palace, frente a la plaza Altamira. En la plaza, había manifestantes, cerca de 200 obscenidades fuertes gritadas y eslóganes antichavistas frente a las cámaras de los medios. Se reportó ampliamente que el presidente Chávez había “cerrado” RCTV, canal que se había convertido en la primera televisora de oposición en Caracas. Esta acción fue vendida como evidencia de las políticas de censura de un gobierno totalitario contra la libertad de expresión y prensa, y que produjo la ira de los defensores de la libertad de prensa locales y extranjeros, incluyendo a Reporteros Sin Fronteras. De hecho, RCTV, como todas las televisoras, tenía una concesión limitada. Como una televisora que diariamente alentaba un golpe y hasta el asesinato del presidente Chávez desde su elección en 1998, el gobierno simplemente decidió no renovar esa concesión en particular. Incluso, en 2002 un golpe contra Chávez tuvo lugar. Fue planeado por los magnates petroleros y de los medios, con financiamiento adicional de organizaciones estadounidenses como USAID y NED. Documentos oficiales absuelven a la CIA de cualquier participación, pero confirman que dirigieron fondos en apoyo al golpe para “la promoción de la democracia” por orden de, y en consulta con el Departamento de Defensa estadounidense. Faltan sólo minutos para ver la verdad de la historia, y conciente de que en Estados Unidos, si productores, directores de programas y anclas promueven el asesinato de nuestro Presidente, no sólo serían sacados del aire, sino que además hubiesen sido enviados a correccionales federales.

Eran los once de la noche. Los asistentes de Izarra me advirtieron que Caracas no era una ciudad en la que un estadounidense solo se aventurara a esa hora, y que debería esperar hasta mañana para salir a caminar. Fui a mi habitación del hotel y encendí el televisor. Coincidencialmente, estaba Bill O'Reilly transmitiendo desde Fox en Estados Unidos, condenando al “dictador” venezolano. Como era mi hábito, cambié los canales, pero no antes de pensar: “Vaya… creí que Chávez censuraba este tipo de cosas”. Dos canales más adelante, estaba la estación de noticias venezolana transmitiendo en vivo desde el lugar de la manifestación frente al hotel. Manifestantes sin máscaras gritaban a la cámara “¡Chávez es un cerdo!”. Aparentemente este tipo de discurso era permitido sin temer al arresto. Apagué el televisor y dejé que la libertad de expresión se colara por la ventana y me pusiera a dormir.

Amanecer y teléfonos celulares

Eduardo Rothe es un fotorreportero que ganó el Premio Nacional de Periodismo por su cobertura de la guerra de Vietnam. Fernando había hablado con él para que me ayudara a salir por ahí y ver algunos puntos de interés mientras mataba el primer día esperando la llegada de Fernando. Eduardo se apareció con un conductor y un vehículo 4x4. A pesar de que han pasado varios años desde sus retorcijones de estómago en las selvas de Vietnam, Eduardo todavía llena el arquetipo del periodista rudo y que se ensucia hasta los pies. La barriga creció un poco y el cabello se tornó gris, pero parecía estar listo como nunca estuvo. Me hizo pasar a la parte trasera del vehículo y saltó al asiento al lado del conductor. Le pedí que me llevara a la selva más cercana. Pareció gustarle la idea, e instruyó al conductor con aplomo. Fue entonces cuando me incliné hacia los dos asientos delanteros para ver la ciudad a través del parabrisas, y me percaté de las armas en las cinturas de los dos hombres. A pesar del cliché de que una sociedad armada es una sociedad educada, Caracas, evidentemente, había perdido el memo. La taza de homicidios y secuestros estaba en niveles record. Cuando íbamos hacia la montaña, pasamos una gran instalación hospitalaria, el Hospital Cardiológico Infantil, cuya única misión es ofrecer servicios de cardiología pediátrica. Virtualmente cualquier niño o niña de Venezuela y en América Latina recibe tratamiento gratis ahí. Chávez había inaugurado el centro en agosto. Pensé, que descarado este tipo llamado Chávez. ¿Cómo se atreve a ofrecer cuidado a los niños y niñas? ¿Será que instituciones como esta son la fuente de la hostilidad de Pat Robertson? Si el gobierno pone doctores a la disposición de ellos, ¿qué podría pasar con la gloria de Dios y el triunfo de las caridades cristianas? Ahora lo entiendo.

Salimos de la ciudad a través de las montañas y hacia la costa. Casi cinco horas después, estábamos en Caruao, donde seguí a Eduardo hacia una granja de cochinos, y luego del camino adyacente a los cochinos, hacia la selva. Cruzamos algunos arroyos angostos, y luego escalamos casi dos kilómetros de colinas de la selva hasta llegar al Pozo del Cura, una cascada y pozo para nadar. No se comparaba con el Salto Angel, ubicado al sureste del país. Pero después del calor y sudor de un viaje de cinco horas, seguido de una hora de caminata, parecía un beso de Dios para mí. Me desvestí y salté. Cuando íbamos de regreso, nos detuvimos por pollo y plátanos, que pasamos con ron cubano en un restaurante al aire libre y rodeado de selva y miles de especies de aves.

Cuando regresé al hotel, estaba exhausto. Tenía una copia de la Constitución venezolana, y un documental irlandés sobre Chávez y el golpe de 2002 llamado La revolución no será televisada. Exhausto como estaba, puse el DVD pensando que vería solo un pedazo, me quedaría dormido y recogería mis pedazos en la mañana. Pero me cautivó. La verdad de lo que sucedió en Venezuela en 2002 no tenía ningún parecido a los reportajes de la prensa estadounidense. Los manifestantes chavistas y antichavistas fueron llevados a un conflicto en las afueras del Palacio de Miraflores por organizadores de oposición. Se reportó que los seguidores de Chávez habían abierto fuego contra civiles, cuando, de hecho, fueron francotiradores de la oposición quienes habían iniciado un tiroteo que dejó 19 muertos y 60 heridos. El Palacio había sido invadido, Chávez hecho rehén a la fuerza y sacado de la capital en avión por los conspiradores. En las siguientes 48 horas, 12 personas fueron asesinadas en redadas de la policía y en manifestaciones esparcidas por toda la ciudad. Mientras tanto, en Estados Unidos, funcionarios de la Administración Bush aparecieron en CNN alabando lo que prematuramente asumieron que había sido un golpe de Estado exitoso. Pero cuando en los barrios se enteraron de lo que estaba sucediendo, cientos de miles de venezolanos pobres salieron a la calle para exigir el regreso de Chávez sano y salvo. No se lo negarían. Chávez regresó al poder rápidamente. Me sentí tan estimulado viendo el documental que antes de ir a dormir esa noche, leí la Constitución venezolana de cabo a rabo dos veces.

Desperté temprano la mañana siguiente y di un paseo a pie. Caracas reposa dramáticamente al pie del Ávila. Bloques y edificios van de un moderno y brillante horizonte metropolitano al mal estado. Si bien fui prevenido de sus riesgos potenciales, esta ciudad, ubicada a veinte minutos de su costa caribeña, se siente tan hospitalaria como cualquier gran ciudad en Estados Unidos. Caminé hasta que las santamarías fueron levantadas, entré a la tienda por departamentos más cercana, y compré algunos monos con la idea de poder trotar en la tarde. Estaba esperando a Fernando Sulichin que llegaría de las Filipinas a las 11:00 a.m., así que regresé al hotel atravesando las calles de Caracas. Encontré a Fernando en el café, derrotando el jet lag con un gran vaso del mejor café venezolano.

La sonrisa maliciosa de Fernando tomó un último sorbo y me saludó: “Mi hermano”. Me senté, ordené un café y me dio el itinerario básico. Llegué a saber que los itinerarios sujetos al acceso a un Jefe de Estado pueden ser algo inconstantes, así que escuché: “Hermano, la mayor parte de este día, descansaremos. Tengo que descansar. He estado lidiando con un loco director vietnamita en las Filipinas. Al Qaeda amenaza con secuestrar a nuestro actor principal y voy a tener que dejarte mañana al mediodía para regresar”. No era una historia impactante de la filmación caótica de una película. Parecía que Fernando siempre estaba involucrado en filmaciones caóticas. El argentino mitad judío una vez tuvo que convertirse al Islam con cuatro meses de estudio en Arabia Saudita para obtener la aprobación de Spike Lee y utilizar la Meca como una locación para filmar. También había trabajado con Oliver Stone en un documental sobre Fidel Castro, y una vez en Ramallah, en medio de una incursión israelí, en su intento por entrevistar a Yasser Arafat. Fernando es un hombre colorido. Luego de un descanso, me sugirió hacer un poco de ejercicio en el gimnasio del hotel, y luego cenaríamos con Andrés Izarra, su esposa y algunos amigos. Me dijo que el presidente Chávez estaba al tanto de mi presencia en Caracas y que una reunión podía darse en cualquier momento, y que debería estar listo para eso. Fui a mi cuarto y revisé algunos periódicos en idioma español, luego tomé una siesta.

Cuando desperté, salí a trotar. Corrí kilómetros, esquivando autos y motos, enviando mensajes a amigos en Europa y buscando señales del mundo hitleriano descrito en la prensa estadounidense. En lugar de eso, me encontré en un lugar no muy diferente al centro de Los Ángeles en hora pico. Cuando regresé al hotel encontré a Fernando ya descansado, en una caminadora y sudando. “¡Hermano!” Me senté en un banco, agarré unas pesas y jugué con ellas un rato. Después de que nos bañamos, Andrés, su esposa Isabel, y otros amigos nos recogieron a Fernando y a mí en el hotel. En este punto, debería reiterar una pequeña diferencia entre Caracas y Los Ángeles. Virtualmente TODOS los conductores, incluyendo los que nos recogieron en el aeropuerto la noche anterior, y los que nos llevan al restaurante, manejan con armas pequeñas o armas de combate compactas a su lado. Subimos al Ávila, y a un restaurante desde donde se podía ver Caracas, y las 68 millones de luces fluorescentes que habían reemplazado a los bombillos incandescentes, en cumplimiento del Protocolo de Kyoto, iluminaban la vista. Desde esa posición, uno puede imaginar a salvo esta ciudad en momentos más difíciles, explotando en fuegos, disturbios y armas. En febrero de 1989, la administración de Pérez elevó el precio de la gasolina, y el aumento resultante en los precios del transporte público desató disturbios y saqueos en lo que se conoció como el Caracazo. El presidente Pérez ordenó a sus tropas salir a la calle. Abrieron fuego y asesinaron a cientos de civiles de esa ciudad, y por ello, abrieron la puerta para la Revolución Bolivariana de un joven teniente coronel que se convertiría en Presidente.

Andrés ordenó una comida deleitable, y media hora después de comenzar a cenar, sonó su celular. Se paró de la mesa y conversó en privado por unos minutos, luego me llamó. Sabía quién estaba en el teléfono. Sabía que solo podía ser el presidente Chávez. Odio hablar por celular. Siempre me toca recibir una llamada con estática. En este caso, la estática sería las limitaciones de mi mal español y su inglés chapurreado: “Hola”, dije. Pausa. “Hola, Sin”. Su voz era alta y cálida. “Señor presidente”, dije. “Hola, Sin. Disculpa que mi inglés es muy malo. Es un honor tenerte en Venezuela. Vi Mystic River. Muy buena”. “Gracias señor Presidente. Estoy muy feliz de estar aquí y espero reunirme con usted”. Preguntó si hablaba español y le respondí con lo poco que tenía. Sabía que se había dado cuenta de que era mejor hablar en inglés. Me preguntó si podíamos reunirnos la mañana siguiente. Le dije que sí, y le di el teléfono a Andrés, quien obtendría los pormenores.

Después de cenar, fuimos a 360°, un lugar de reunión y fiesta predominantemente de oposición. En conversaciones muy generales, estaba comenzando a ver realmente el país. Un enorme porcentaje de la población de Venezuela vive por debajo de la línea de la pobreza, y la esperanza, salud, educación e inspiración de activismo brindados por la Presidencia de Chávez no tenía precedentes en la mayoría de sus vidas. Para ellos, él era un héroe. Era amado. Pero para la mayoría de las personas en 360°, era un socialista peligroso; o peor; un tirano militarista. No era extraño que una persona rica en Venezuela dijera en voz alta que deberían asesinar a Chávez. En todas estas conversaciones, le pregunté a cada persona por la fuente de sus improperios. En cada caso, las respuestas eran regurgitaciones de los ataques de descrédito de los medios estadounidenses, o generalizaciones reducidas como “dictador”, “totalitario”, o “autoritario”.

El hombre fue elegido. La elección fue presenciada y alabada por observadores internacionales, incluyendo al ex presidente de Estados Unidos James Carter. Después de su elección, inició un referendo para una nueva Constitución que ganó un apoyo abrumador. En un proceso riguroso de un año, una Asamblea Constitucional fue formada en todo el país, y elegida, no solo por los partidos, sino por todos los sectores. La Constitución fue, en efecto, redactada por un foro público. En la siguiente fase, informaron a todas las personas sobre su contenido. Se celebró una elección y entró en vigencia. Chávez es un hombre que, entre sus primeras acciones como Presidente, retiró a todo el personal venezolano de la Escuela de las Américas, el campo de entrenamiento en tortura y asesinatos (creada por el Departamento de Defensa de Estados Unidos), donde los agentes del régimen de Pinochet eran entrenados para introducir ratas vivas y electrodos en los genitales femeninos. Actualmente está ubicada en Fort Benning, Georgia, bajo el nombre maquillado de Instituto para la Cooperación en Seguridad del Hemisferio Occidental. ¿Por qué diablos las personas en este night club están tan iracundas? ¿Cuán malvado hay que ser para ser amado en este antro? Pero al final de la noche, ya había juntado la esencia de las tres principales quejas contra Chávez. Primero, estaba el asunto de la reasignación de tierras. Segundo, la nacionalización del petróleo. Y tercero, bajo la forma de ataques a la libertad de expresión, estaba la gran decepción de que con la caída de RCTV, las novelas de la noche también iban a terminar. Todavía ni siquiera había conocido a Chávez y estos ataques vacíos me estaban enfureciendo. ¡Maldita sea, quería ser Al Capone! Estas expresiones abusivas eran el eco del lobby derechista cubano en Florida, que se había convertido en una militancia tan infundada que los hace separar a Elian González de su padre biológico, participar con la Administración Bush en el encubrimiento de terroristas como Posada Carriles, implicado en el bombardeo de un avión civil, arrestado bajo cargos de inmigración, metido a hurtadillas en Estados Unidos, y quien admitió su papel en el bombardeo de un hotel en La Habana en 1997 que dejó a un turista italiano muerto. Estados Unidos levantó los cargos en su contra, y hoy, se sienta en el restaurante Versailles de Miami, bebe café expreso cubano e intenta ligar con mujeres vestidas con pieles y diamantes. Es como una mala película de Andy García con una canción de Gloria Estefan mientras pasan los títulos. (Me gusta la actuación de Andy García, y es un hombre agradable en persona; y Estefan parece ser una dama fenomenal. ¿Pero que estos dos profesionales cubano-estadounidenses se sumen para separar a un niño de su padre? La política jode incluso las cabezas de buenos seres humanos).

Antes de irnos del bar esa noche, pude concertar una reunión para la noche del día siguiente con dos contratistas surafricanos, empleados por el gobierno de Chávez para ayudar en la lucha antidrogas. Ya contaré eso.

Hugo y yo

La mañana siguiente Andrés nos recogió a Fernando y a mí para ir al palacio presidencial a reunirnos con Chávez. Caminamos hacia su oficina externa, las paredes estaban llenas de pinturas impresionistas. Había un retrato de Fidel Castro y otro de la vista de la ventana del palacio mostrando al Cuartel San Carlos, la prisión militar en la cual había sido detenido, luego de la intentona de golpe en 1992 para derrocar al presidente Carlos Andrés Pérez. Mi vista se fue a la firma del artista de la pintura. Una palabra: Chávez. No sabía que pintara y nunca supondría que un político pudiese hacerlo tan bien. Los hombres de razón pocas veces son hombres de romance, así como los hombres de religión (tal como lo es Chávez) pocas veces son hombres de dicha razón. Un acertijo de su personalidad que será explotado por muchos años. Cuando miraba en la verdadera ventana la verdadera prisión representada en la pintura, el presidente Chávez entró en la sala. Era un oso de hombre (los osos marrones y los pardos son idénticos en cuanto a género y especies; los marrones son un poco más pequeños. Chávez es un oso marrón), cuyos ojos se entrecerraron y amplia sonrisa brotó mientras me saludaba. Después de dar una breve descripción de sus de sus pinturas, nos llevó a un jardín adyacente en una terraza fuera de su oficina. Nos sentamos durante tres horas en una mesa bajo unas enredaderas.

Al igual que Fidel Castro, Chávez es un agradable gran anecdotista y estudioso de la historia. Pasó sus años de prisión leyendo y reuniéndose con personajes del exterior, parecía gustarle preceder la explicación de donde estamos ahora con una amplia conversación sobre donde hemos estado no solo en Venezuela y Latinoamérica, sino en Estados Unidos y el mundo. Sus ojos se agrandaron y su voz se volvió apasionada al hablar de Simón Bolívar, “un hombre que veía continentes y pensaba en siglos”. Habló de la historia de sangre mezclada y relaciones raciales en Venezuela. Chávez es negro, y el racismo es un complemento del antagonismo de la oposición. Mientras nuestra conversación comienza a dar un giro hacia el tema de las relaciones Venezuela-EEUU, su tono cambia a algo entre indignación medida y humor. Solo han pasado dos meses y medio desde su enérgica aparición en las Naciones Unidas, donde afirmó, al oler el azufre en el aire, que el presidente Bush (quien justo el día anterior se había parado en el mismo podio) era el gran Satán, “el diablo”. Le pregunté que si había considerado que eso podría percibirse como un ataque al pueblo estadounidense. Estaba animado e impenitente y me dijo que nunca escribe o planifica sus discursos, solo dice lo que le viene a la mente. De manera que le pregunté qué tenía en mente cuando lo estaban fotografiando abrazado con Mahmoud Ahmedinejad en su última visita de Estado a Venezuela. El Presidente responde las preguntas muy directamente: “Nuestra relación con Irán es totalmente transparente. Hay muchas cosas con las que el presidente Ahmedinejad y yo no estamos de acuerdo, pero también hay otras que compartimos. Venezuela depende extremadamente de las tecnologías de perforación y refinación de Irán. Somos dos de los cinco países petroleros más ricos del mundo. Tenemos una relación muy productiva, y muy necesaria para el pueblo venezolano. El gobierno estadounidense ha sido extremadamente arrogante, y esas relaciones son muy importantes para mantener un equilibrio de poder como un tapón al imperio estadounidense”.

La obsesión de Chávez con el poder de Estados Unidos le permite ganarse enemigos en ese país. Es un ejercicio necesario si quiere dejar una cultura latinoamericana sostenida e independiente por todo el continente. El rol de liderazgo viene a Chávez como resultado de los tres componentes primarios: primero, sus enérgicas habilidades de oratoria; segundo, el movimiento que se ha expandido por toda Latinoamérica que abarca a líderes de izquierda (Kirchner en Argentina, Lula en Brasil, Ortega en Nicaragua); y tercero, la producción petrolera venezolana (irónicamente, Chávez disfrutó de un mayor aumento de poder cuando superó un paro promovido por la elite petrolera del país). Construyó alianzas como Petrocaribe, Petrosur y Petroandina, a través de las cuales ofreció cientos de miles de barriles de petróleo a países de la región con “financiamiento flexible”.

No había escuchado de Chávez que la reforma agraria era un tema que en repetidas oportunidades había sido utilizado para justificar la intervención militar y económica estadounidense en Latinoamérica. Heredó un país donde el 80% de la población no tenía nada y el 20%, representado por la adinerada oligarquía, había cocinado el mismo guiso de capitalismo y codicia que experimentaríamos este año en manos de Wall Street y prestamistas de subprime. Ciertamente el líder venezolano había redistribuido gran parte de las tierras ociosas de la clase pudiente para que fuesen sembradas, y alimentadas, por un país que se estaba muriendo rápidamente. Resulta irónico que la administración Bush y gran parte de los medios estadounidenses identifiquen este hecho como la amenaza y el lado oscuro del socialismo, o el totalitarismo, mientras que nuestro propio país mantiene los derechos de gobierno de un vasto imperio. Y mientras es fácil citar la imposición de un dominio eminente a través de la ampliación de las autopistas, o en numerosos casos que muestran los abusos, no pude encontrar un solo caso en el que su intención en EEUU fuera la de alimentar a los hambrientos o la de tratar a los enfermos. Chávez también ha extendido los intereses del Estado en financiar la revolución con el dinero del petróleo, mientras que aquí en casa, Exxon alimenta sus beneficios desde las afueras de las costas de Louisiana. Va dejando atrás un medio ambiente taladrado y al Estado no le deja nada a cambio. Le pregunté a Chávez cuál era su prioridad en cuanto a unas relaciones productivas con Estados Unidos y dijo: “El trabajo más arduo que me toca durante los próximos dos años es permanecer vivo”. En ese momento Fernando se disculpó por tener que irse debido a un vuelo hacia su propio peligro potencial en Filipinas.

Después del almuerzo, entré en el asiento trasero del auto del Presidente. Sólo Hugo y yo en un convoy de autos negros. Recordé un juego que mi hermano mayor, Michael, y yo solíamos jugar de jóvenes. Él solía cerrar el pasillo que llevaba a las habitaciones y con voz intimidatoria decía “imagina que soy un revolucionario. No puedo dejarte pasar”. Pensando en lo que Michael podría decir hoy, me sumergí en mí propia risa. Chávez me preguntó por mis hijos y por qué no los había traído. Me dijo que la próxima vez que viniera “tienes que traerlos. Hay mucha historia y cosas bellas que ver en Venezuela”. Con eso, sacó su celular y buscó en la galería fotográfica fotos de sus hijas y me las mostró orgulloso. Sumergido en sus pensamientos y los ojos casi aguados, besó la pantalla. Para entonces yo tenía 45 y Chávez 51. Me sentí igual esperando ver a mis hijos. Chávez respondió mi pregunta de minutos atrás. “No apruebo el terrorismo de ningún tipo. Nunca bombardearía o secuestraría a nadie. Y no lo apruebo viniendo de nadie, incluyendo Estados Unidos. Así que debemos trabajar juntos con un sentido absoluto de soberanía”. Continuamos nuestro camino a una sala de conciertos a ver a la Orquesta Sinfónica Juvenil. Antes del concierto, se presentó a la audiencia un grupo de jóvenes estudiantes estadounidenses. Miré a mis jóvenes compatriotas y nos saludamos. Justo después, la ovación se unió con las cuerdas, los metales resoplaron, y los timpani estremecieron la sala. Como a las tres en punto de la tarde, Chávez y yo nos separamos hasta la mañana siguiente, donde me uní a él en un vuelo que nos llevó a los Andes, donde inauguró un laboratorio de pesticidas en lo alto de las montañas.

Hasta este punto, había pasado mi tiempo en la selva, un cuarto de hotel, un palacio, cenas de alta sociedad, un pequeño paseo por la ciudad, un concierto sinfónico y muchos paseos en auto con pistolas. Mientras uno recorre Caracas los cerros llenos de barrios se hacen presentes. Yo me enganché con dos monjas que me llevaron a un tour por Carapita. Sí, señor, a lo más profundo. Imaginen, Cite Soleil en Haití, techos de zinc, paredes de barro, desnutrición, diarrea, diabetes, asma, drogadicción, hipertensión, meningitis, dengue; el infierno. Ahora, piensen de nuevo, porque, a pesar de las plagas, la pobreza y la muerte, estos barrios dieron un vuelco desde la llegada de Chávez. A través del programa petróleo por doctores con la Cuba de Fidel, se han construido clínicas por toda Venezuela. Desde las siete de la mañana hasta las siete de la noche, cualquier vecino del barrio puede acudir sin previa cita y recibir atención médica gratuita de parte de los médicos cubanos. Hay 20.000 galenos cubanos en el país, quienes trabajan y viven in-situ, tomando turnos cuya mitad administran atendiendo a los pobres tanto en las clínicas como en sus domicilios gracias a la actividad de puerta en puerta que realizan en el barrio. La otra mitad del tiempo la invierten formando médicos venezolanos para el futuro reemplazo.

Para las generaciones que antecedieron a Chávez, gobiernos que pasaron de las manos de un grupo de títeres corruptos de Estados Unidos a otro, esta gente vivía sin un equivalente a seguro social o una cédula de identidad. En esencia, hasta la llegada de Chávez estas personas no existían. El intento de privatizar escuelas de elite, dejó con menos trabajo a los maestros y menos igualdad de oportunidades a la educación. Todo eso ha cambiado. Se han formado brigadas médicas, sociales y energéticas por todo el país, y ahora cada comunidad tiene consejos autónomos y un banco a través del cual pueden financiar las necesidades particulares de su área.

Mientras más alto se sube a los barrios, hay más gente pobre, pero ahora todos ellos tienen acceso a servicios médicos y educación de calidad. Caminamos previamente anunciados hacia una escuela de niñas. Las nuevas escuelas bolivarianas se diferencian de las existentes antes de la revolución más por sus creíbles planes de estudio que por asuntos de adoctrinamiento. En la Venezuela previa a Chávez los centros de estudio cerraban al mediodía, luego de cumplir lo que simbólicamente representaba un día de aprendizaje, pero hoy los niños reciben desayuno y almuerzo, y cumplen una jornada escolar muy similar a la nuestra en Estados Unidos. Un amplio plan de estudios, maestros bien preparados, con programas de deportes, música y danza. Se van a las tres en punto de la tarde con sus libros y tareas.

La directora del plantel preparó mi espontánea vista para mostrarme cerca de 10 jovencitas que en ese momento estaban en una práctica de danza. Cada una sacó una silla, perplejas por la invasión de este extranjero. Les hice preguntas simples: “¿Les gusta la escuela? ¿Qué materia les gusta más? ¿Enserio? ¿Y por qué?” Todo aquel que haya viajado a países del tercer mundo ha visto los ojos de la juventud hambrienta de educación. Estas niñas han estados hambrientas durante mucho tiempo. Los padres de sus padres nunca habían sido alimentados, estaban en un banquete virtual. La emoción era notoria. Le pregunté a una chica de ojos brillantes en particular, de 13 años, que si la educación que estaba recibiendo le garantizaría una forma de salir del barrio. De repente, la inocencia de esos ojos se acongojó. Me miró directo a los ojos y me dijo: “lo más importante la oportunidad que esto me da para convertirme en una mejor persona”. Le pregunté qué sentía por el presidente Chávez y su entusiasmo por él fue notable. Muchas me entretuvieron con las historias de cambio que, de manera muy real, les produjeron lágrimas de alegría. La esperanza que él había traído a sus padres, a ellas, el activismo, la identidad y el auto-respeto que ninguna nación desarrollada del mundo tendría la suerte de compartir. Pero, ¿estaba observando una revolución optimista de cambio sustentable y posible, o simplemente el culto a la personalidad?

Más piano-titiriteros
De lo sublime a lo ridículo, ahora eran las 2:00 a.m. Encendí un cigarrillo, aspiré un poco, me sacudí las cenizas y entré al bar. Abajo la música estaba alta, era una combinación de música house y salsa. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! El rimo estremecía el piso y me producía cosquilleo en los pies. Subí las escaleras de atrás y allí estaban esperándome en la mesa superior los dos contratistas con los que había quedado reunirme la noche anterior. Gran revelación: no soy un gran “contratista”. Me levantaron unos empleados iraquíes de la compañía contratista militar DynCorp una oscura noche en un callejón de Bagdad, y dormí al lado de unos muchachos de la Blackwater2 y de sus armas en la inundación de Nueva Orleáns. Es solo esta pequeña cosa que tengo sobre lo que los militares apolíticos pueden hacer por las ganancias. Llámenlo fastidio, llámenlo como quieran, pero una fuente es una fuente. Intercambiamos saludos a través de gruñidos. Me senté y pedí un trago de Jhonny Walker. De forma patética, pude haber querido ser uno de esos muchachos por un momento. Ellos pidieron un agua mineral con gas y comenzó todo. Yo era Al capone, maldición, y ellos eran un par de John Wayne mariquitas tomando agua Perrier.


De vuelta a EEUU, en mi cama, en mi casa y sufriendo un poco del cansancio propio del viaje, comienzo a pasar por los canales cuando llego a Fox News. Sólo pasan 20 segundos o algo así antes de que escuche un comentario retorcido sobre mi viaje “pro-Chávez” a Venezuela. Esta gente es agotadora. Mis ojos comienzan a torcerse y en la esquina de la pantalla la palabra “Fox” comienza a transformarse. Veo la “F” inclinarse en el sentido de las agujas del reloj en un ángulo de 45°, una “F” más pequeña aparece en el centro de la “O” y cada una de las cuatro puntas de la “X” se extiende en un garabato en forma de serpiente. Como un grafiti jeroglífico para nuestra propia montaña de serpientes.

Salto por los canales un poco más. Es temporada de campaña y, evidentemente, temporada de brujas, ya que ciertos Demócratas en el Senado acaban de votar junto a George Bush para reconocer a la Guardia Revolucionaria Iraní como una organización terrorista, dándole al gobierno de Bush carta blanca para bombardear a Irán hasta perder el sentido. Pongo el televisor en silencio mientras reviso los mensajes telefónicos de una semana que no había podido revisar mientras estuve en Venezuela. Un amigo, el actor y activista Peter Coyote, estaba apoyando la campaña del senador John Edwards. Aunque él sabía que yo estaba apoyando al candidato Kucinich (quien es un congresista por Cleveland), Peter me había dejado un mensaje diciendo que Edwards estaría en el área de San Francisco en los siguientes días y que quería arreglar una reunión entre el senador y mi persona. Dos días después, me encontraba sentado con un pequeño grupo de partidarios del senador en una mesa de un café, al tiempo que el senador Edwards se quitaba la chaqueta, se aflojaba la corbata, se arremangaba las mangas y comenzaba a hablar, explicando con detalle una plataforma de campaña que estaba políticamente plagada de un hecho simple: “No hay dinero del PAC (Comité de Acción Política o Political Action Committee) involucrado en la pobreza” me dijo. Para ese momento, Edwards era el único candidato Democrático con un enfoque serio en este asunto. Era cándido y muy impresionante. Al final de la reunión y entendiendo el valor de su voz, me comprometí a dar apoyo financiero a la campaña de Edwards, pero manteniendo mi posición de refrendo para con el congresista Dennis Kucinich. Más adelante -y, para mi, públicamente irrelevante-, las revelaciones sobre la vida personal del senador, sacadas a la luz por las serpientes de los medios de comunicación norteamericanos y compañía, y, luego, por la montaña de Murdoch, silenciaron la singular voz del candidato.


Como va Alaska, también va Delaware

Es octubre del 2008, el senador Joe Biden fue seleccionado como el candidato a la vicepresidencia del próximamente Presidente Electo, Barack Obama. La elección de Biden me acaba de hacer ganar una apuesta de 2.000 dólares que hice con el analista político Lawrence O’Donnell dos meses antes de esta elección. Así que, en efecto, estoy viendo a mi perro en la carrera, mientras veo la concentración de partidarios de Biden en la televisión. He amado la jerga callejera de Biden cada vez que he estado de acuerdo con él a través de los años; pero, cuando escucho la misma voz de autoridad, sea con propósitos políticos o en verdadera oposición a mis principios, me provoca bofetearlo (y creo que mis amigos sienten lo mismo por mi). Pero ahí estaba él, hablando sobre energía, y estas son las palabras que escuché: “No podemos seguir siendo energéticamente dependientes de un dictador de Arabia Saudita o de Venezuela”. Bueno, yo sé que el de Arabia Saudita lo es, pero habiendo estado en Venezuela, me pregunto sin asombro sobre quién estaba refiriéndose el senador Biden. Aunque algunas irregularidades de interés han ocurrido antes y lo harán de nuevo en el futuro, el proceso de elección en Venezuela es uno de los más transparentes e internacionalmente validados en el mundo. Maldición, Joe. ¡Maldición! ¿Qué clase de “dictador” propone reformas constitucionales sobre límites de mandato –nada diferentes a las que acaba de proponer el condenado Alcalde de Nueva York- y pierde? ¿Qué clase de dictador es ese, Joe? Los dictadores no pierden y no aceptan la derrota con la gracia con la que lo hizo Chávez. Con esto no quiero decir que no hay razones para tener serias preocupaciones y consideraciones. Chávez es un maestro de los medios. Sus reformas han encontrado resultados desiguales. Mientras algunas de sus cooperativas prosperan, otras están en caos debido a una sobre-dependencia a los contractos gubernamentales, a la incompetencia gubernamental burocrática o a la falta de habilidades básicas de mercadeo. Y el crimen es excesivo. Así que es una jugada débil el hecho de que Chávez señale la derrota de su referendo sobre su período de mandato como la clave de la escalada de la criminalidad. En el período inmediatamente posterior al rechazado referendo, Chávez desplegó carteles en todas las calles de Venezuela afirmando que era “Por Ahora”. Si estas palabras se revelan como una amenaza intencionada, en un movimiento hacia el totalitarismo, tanto Chávez como Venezuela se autodestruirán. Pero, si el “Por Ahora” es una promesa de un líder comprometido de ejercer la voluntad de su pueblo, su experimento socialista podría dar frutos globales. Pero “por ahora”, como ellos dicen, las palabras de Biden eran el tipo de retórica que nos había conducido recientemente a una guerra costosa, tanto en lo monetario como en cuanto a la pérdida de vidas, la cual al tiempo que derrotaba a un pendejo homicida en Irak, también derrocaba los principios más dinámicos sobre los cuales los Estados Unidos se habían fundado, aumentaba las reclutas para Al-Qaeda y desmantelaba al ejército estadounidense. Es momento de elegir nuestras palabras con prudencia y cuidado.


En una conversación telefónica con la División de las Américas, el Director de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco, me dijo “Chávez no es un dictador y Venezuela es una democracia, aunque nosotros creemos que una democracia débil. No matan a las personas por disentir ni mantienen prisioneros políticos. Es un sistema multipartidista y el poder está, hasta cierto punto, disperso. Condenamos categóricamente el intento de golpe de 2002”. Pero las noticias sobre Venezuela no eran todas buenas. Continuó diciendo “Desde entonces, las acciones de Chávez nos han causado preocupación. En el período inmediatamente posterior al intento de golpe, la Corte Suprema hizo fallos escandalosos, donde los generales que habían ejecutado el golpe no eran criminalmente responsables. En ese momento, la Corte Suprema era extremadamente imprevisible. De los veinte magistrados, la mitad era pro-Chávez y la otra mitad de la oposición. Pero, lo que Chávez hizo fue comenzar una serie de reformas con la designación de doce jueces nuevos adicionales. Desde ese momento, las decisiones de la corte han favorecido a Chávez casi universalmente. Esto no presta atención a los estándares de derechos humanos internacionales”. Chávez expulsó a la HRW de Venezuela el 18 de septiembre de este año. Sobre esta expulsión, Chávez presuntamente ha dicho “Estos eran extranjeros que vinieron a Venezuela a insultar a nuestro país”. En la tarde que llevó a su expulsión, Human Rights Watch sostuvo una conferencia de prensa en Caracas e informó sobre sus hallazgos en relación al sistema judicial y sobre lo que ellos consideraban que era un poder excesivo del gobierno sobre los medios televisivos y radiales. Vivanco comparó el sesgo de la televisión pro-Chávez con la veneración de Fox TV hacía el gobierno de Bush. Asimismo, Vivanco añadió que “En general, las ONG que están funcionando en Venezuela lo hacen en un ambiente de acoso y hostigamiento”. Mientras tanto, hasta el día de hoy, los tres principales periódicos en Venezuela están dirigidos por la oposición y son claramente antichavistas.


Así como Pat Robertson me llevó a Venezuela la primera vez, y el bombardeo de las Oficinas Centrales de la ONU en Bagdad en el verano de 2003 me llevaron a esa ciudad la segunda vez, Joe Biden, el senador de Delaware, podría haberme comprado mi pasaje a Venezuela la semana siguiente. Si vamos al caso, creo que me gustaría ver lo que está pasando en Cuba desde la transferencia de poder de Fidel a su hermano Raúl. Tal vez pueda obtener un pasaje de dos destinos por el precio de uno.


¿Hola Fernando, cómo estás?

Quería dejarme de pendejadas. Ya había digerido mis visitas previas a Venezuela y Cuba y el tiempo compartido con Chávez y Fidel Castro. Me he vuelto cada vez más intolerante a la propaganda. Aunque el propio Chávez tiene una inclinación por la retórica, nunca ha sido una causa para la guerra. Esta vez me atreví a decirles a unos amigos en privado: “Es verdad, Chávez podría no ser un buen hombre, pero bien podría ser un gran hombre”. Entre las personas a las que les dije esto se encontraban el historiador y autor Profesor Douglas Brinkley y el escritor y columnista de la revista Vanity Fair, Christopher Hitchens. Como ambos habían expresado su interés de acompañarme en cualquier viaje subsiguiente a Venezuela, y, particularmente, porque quería una transversalidad de voces discutiendo sobre Chávez y Venezuela con el pueblo norteamericano, estos dos eran complementos perfectos: Brinkley, un notable y firme pensador, cuyo código de ética como historiador que es asegura la fidelidad a la evidencia sumamente razonada; y Hitchens, un astuto letrado, mucho más impredecible por su predisposición, es una persona un poco más salvaje que describió a Chávez una vez en un programa como un “payaso rico de petróleo”. Si bien creo que Hitchens es un hombre de tantos principios como inteligencia, puede ser combativo hasta el punto de intimidar, como cuando hizo comentarios severos sobre la activista santa y antibélica Cindy Sheehan. También es un hombre de políticas tan impredecibles como un volcán. Su presencia equilibraría cualquier parcialidad percibida en mis escritos. Una vez dicho esto, estos son un par de tipos con los que me divierto mucho y a los que les tengo mucho cariño. Así que llamé a Fernando Sulichin, un viejo amigo y productor fílmico argentino, y le pedí que los investigara y aprobara para entrevistar a Chávez. Además, queríamos volar de Venezuela a La Habana, y le pedí a Fernando que solicitara de nuestra parte entrevistas con los hermanos Castro, más urgentemente con Raúl. El teléfono sonó a las 2 en punto de la tarde siguiente. “Mi hermano”, dijo Fernando, “ya está listo”.


Nuestro vuelo de Houston a Caracas se retrasó debido a problemas mecánicos. Era la 1 de la mañana, habíamos sido sacados del avión una hora después de abordar. Brinkley y yo nos sentamos en unas sillas con las piernas estiradas y las rodillas dobladas sobre nuestro equipaje de mano. Hitchens caminaba de un lado a otro. “Raras veces sólo una cosa sale mal”, dijo Christopher. Debió haberle gustado la forma en que lo dijo, porque lo repitió: “Raras veces sólo una cosa sale mal”. Era un pesimista de Dios. Le dije: “Hitch, todo saldrá bien. Buscarán otro avión y llegaremos a tiempo”. Pero el pesimista de Dios es en realidad el pesimista ateo de Dios. Y más tarde me recordarían la claridad en su ateísmo. De hecho, algo más salió mal. Bueno, bien y mal, como verán más adelante. Después de dos horas, estábamos despegando hacía Caracas.

Cuando aterrizamos en el aeropuerto de Caracas, Fernando estaba ahí para recibirnos. Después de presentarnos brevemente, caminamos un pequeño trecho a través del aeropuerto hasta un terminal privado, donde esperamos en un área reservada generalmente para diplomáticos. Allí nos sirvieron un pequeño desayuno y esperamos la llegada del presidente Chávez. Su avión estaba en la pista y nos encontraríamos con él para ir a un mitin de candidatos a gobernadores en la bella Isla de Margarita.

Pasamos los dos días siguientes con la constante compañía de Chávez con acceso a él sin filtros y muchas horas de reuniones privadas entre los cuatro. En los cuartos privados del avión presidencial, descubrí que cuando habla de béisbol el dominio del inglés de Chávez mejora. Cuando Douglas preguntó si la Doctrina Monroe debería ser eliminada, Chávez, queriendo elegir sus palabras con cuidado, volvió al español para detallar los matices de su posición contra esta doctrina, llena de lagunas y justificaciones intervencionistas. “La Doctrina Monroe tiene que ser quebrada”, dijo. “Hemos estado atascados con ella por más de 200 años. Siempre volvemos a la vieja confrontación de Monroe contra Bolívar. Jefferson solía decir que Estados Unidos debería tragarse, una a una, las Repúblicas del Sur. El país donde ustedes nacieron se fundamentó en una actitud imperialista”. La inteligencia venezolana le informa que el Pentágono tiene planes de invadir a su país. “Sé que están pensando invadir Venezuela”, dice Chávez. Parece que ve la eliminación de la Doctrina Monroe como una norma para su destino. “Nadie puede venir aquí otra vez y exportar nuestros recursos naturales”. Confirmó que ha estado comprando armas con sus petro-millardos, pero contraria a la interpretación de los expertos, él insiste en que “nunca ha tenido ni tendrá escuadrones de la muerte”. ¿Estará preocupado por la reacción de Estados Unidos ante sus valientes declaraciones sobre la Doctrina Monroe? Citó al independentista uruguayo José Gervasio Artigas: “Con la verdad, ni ofendo, ni temo”.

Hitchens seguía sentado tranquilo, tomando notas durante la conversación. Chávez reconoce un parpadeo de escepticismo en sus ojos. “Cris-to-fer, hazme una pregunta. Hazme la pregunta más difícil”. Comparten una sonrisa. Hitchens pregunta: “¿Cuál es la diferencia entre usted y Fidel?” Chávez dice: “Fidel es comunista. Yo no. Soy social demócrata. Fidel es marxista-leninista. Yo no. Fidel es ateo. Yo no. Un día estábamos discutiendo sobre Dios y Cristo. Yo le dije: ‘Soy cristiano’, creo en los evangelios sociales de Cristo. Él no, simplemente no lo hace. Más de una vez, Castro me ha dicho que Venezuela no es Cuba, y que no estamos en los sesenta”. Su admiración por Castro no es más que ingenua y casi de niño y él no hace ningún intento por esconderla. Al confesar la repetición de esta última línea de Fidel “Más de una vez Castro me ha dicho…” también revela el afecto del anciano mentor romántico hacía Chávez. Es simultáneamente una aceptación de su necesidad de recordatorios paternales de tener cuidado de asegurarse de establecer diferencias entre las revoluciones de Cuba y Venezuela.

“Verás” –dice Chávez– “Venezuela tiene que tener un socialismo democrático. Castro ha sido un maestro para mí. Un mentor. No en ideología, sino en estrategia”. Quizás, irónicamente, John F. Kennedy fue el presidente estadounidense favorito de Chávez. “Yo era un muchacho”, dice. “Kennedy era la fuerza impulsora de las reformas en Estados Unidos”. Sorprendido por la afinidad de Chávez hacia Kennedy, Hitch interrumpe y se refiere al plan económico de Kennedy contra Cuba para América Latina: “¿La Alianza para el Progreso fue algo bueno?” “Sí”, dijo Chávez. “La Alianza para el Progreso era una propuesta política para mejorar las condiciones. Estaba dirigida a disminuir la diferencia social entre las culturas”. Comienzo a tomar consciencia cada vez más de la complejidad en este hombre de los llanos venezolanos. Al mismo tiempo, es él el héroe romántico de un continente que reclama respeto y un visionario de la vieja escuela cuya responsabilidad implícita es frenar el avance de la ola de imperios foráneos. Y eso ha sido conocido como un elemento que lo ha distraído de respetar a aquellos dentro de su propio partido. Pero uno no puede sino creer en la gracia de su esperanza y afecto por su pueblo. Y su pueblo no es un pueblo sumiso.

La conversación entre los cuatro continúa en buses, mítines y actos en toda la Isla de Margarita. Chávez es, literalmente, incansable. Se dirigió a cada nuevo grupo de simpatizantes durante horas y terminó bajo un sol abrasador. Duerme como máximo cuatro horas en la noche, y utiliza la primera hora de sus mañanas para leer las noticias mundiales. Pero, una vez que se pone de pie o en su podio es indetenible a pesar del calor, la humedad y las dos capas de rojas franelas revolucionarias que usa. No así, Hitch, Brinks y yo. Así que, durante el último mitin del día, no lejos de la Bahía de los Tiranos, donde el maníaco conquistador Aguirre llegó después de haber navegado el Amazonas, los tres encontramos refugio en un oasis de aire acondicionado. Un restaurant de hamburguesas de Wendy’s. Una vieja trucha como es, Hitchens apenas puede resistir estar en el local de una franquicia global, mucho menos ser mordido por su homogenización (o, en este caso, hegemonía), por lo que intenta “pinchar” nuestras Coca-Colas, como ha hecho con la suya, con ron cubano de una botella que ha sacado de su bolso. Mientras pongo la mano sobre mi vaso, sintiéndome suficientemente deshidratado, muchas gracias, le pregunto a Christopher de donde ha sacado el ron. Él se sonríe y me dice “Tu amigo Fernando es tremendo tipo”.

¡Hola Cuba! ¿Fidel y Raúl pueden salir a jugar?

Esa noche Hitch, Douglas, Fernando y yo decidimos salir a aventurar por la ciudad. Nos echamos algunos tragos en un casino y hasta nos detuvimos por un rato en un bar nocturno para el último trago de la noche. Chávez habría visto mal que entrásemos a estos locales, y sobretodo por nuestro patrocinio, pero era la única fuente disponible y un periodista debe hacer lo que tiene que hacer. Luego nos fuimos a descansar, en tanto que ya teníamos los ojos puestos sobre Cuba. Mientras que mi interpretación de lo que me hahía dicho Fernando era que esta pieza del rompecabezas había sido confirmada y aprobada, en alguna parte de nuestro intercambio cultural, idiomático y telefónico había habido un malentendido. Mientras tanto CBS News esperaba un reportaje de Brinkley, la revista Vanity Fair de Hitchens, y yo escribía en representación de la revista The Nation, y les había asegurado que el encuentro con Castro venía en camino.

En nuestro tercer día en Venezuela, nosotros cuatro, parados en el Aeropuerto Santiago Mariño de la Isla de Margarita, entre el personal de seguridad y la prensa, agradecimos al Presidente Chávez por su tiempo. Brinkley tenía una última pregunta, y yo también. “Señor Presidente”, preguntó Douglas, ¿Si Barack Obama es electo Presidente de los Estados Unidos, aceptaría Usted una invitación para ir a Washington y sostener una reunión con él? Chávez contestó inmediatamente: “Sí”. Le dio la mano a Christopher, se despidieron, y luego también se despidió de Douglas. Cuando me tocó a mí, puse mi mano sobre la espalda del Presidente, tratando de que se volteara para poder hacerle una pregunta en privado. “Señor Presidente” dije, “Es muy importante para nosotros reunirnos con Castro. Es imposible que contemos la historia de Venezuela sin incluir a Cuba y que contemos la historia de Cuba sin incluir a Castro”. Él contestó a mi pregunta privada de forma pública y abierta, tratando de incluir a Douglas y a Christopher. Nos prometió que llamaría al Presidente Castro cuando estuviese en el avión de regreso a Caracas, lo cual sería minutos después de nuestra conversación. Prometió que se lo pediría de nuestra parte, pero advirtió que era probable que el hermano Fidel no respondiese inmediatamente, puesto que se encontraba escribiendo muchas reflexiones en los últimos días, lo que no le permitía recibir a mucha gente. Tampoco podía prometer nada sobre Raúl.

Lo que yo no sabía en ese momento era cuan bajas eran las probabilidades de que Raúl nos recibiera. Vergonzosamente, no sé cómo encender una computadora y mucho menos cómo buscar algo en Google, por lo tanto no me había tomado la molestia, para entonces, de revisar algunas entrevistas dadas por Raúl. Si lo hubiera hecho, me habría encontrado con que no había ninguna, puesto que nunca ha concedido ni una. Pero Chávez nos prometió que lo intentaría, abordó, y vimos el avión alejarse.

La mañana siguiente, partimos para la Habana. Les cuento todo: Para realizar el viaje nos prestaron un avión del Ministerio de Energía y Petróleo de Venezuela. Si alguien se quiere referir a eso como un soborno, ¡adelante! Pero cuando lea el reportaje de un periodista que viaja en un Air Force One, o con suerte a bordo de un avión de transporte militar de los Estados Unidos, que sea tan generoso como para también repudiar ese artículo. Nosotros apreciamos la cola en todo ese lujo, pero eso no influyó para nada en nuestro reportaje.

Para mí, las apuestas personales eran muy altas. Yo erróneamente había entendido que la verificación y la aprobación para darnos a nosotros tres acceso a Raúl Castro habían sido confirmadas antes de que saliéramos de los Estados Unidos. Incierto de esa garantía, y montándome ya en el avión hacia La Habana, me estaba empezando a poner nervioso. Christopher había cancelado algunos compromisos de conferencias importantes a última hora, para realizar el viaje. No es su costumbre, ni su reputación dejarles a los demás la carga. Por lo tanto, para él era “lo tomas o le dejas”, y ya se estaba exaltando. Douglas, profesor de Historia de la Universidad Rice, tendría que regresar de forma inminente por sus obligaciones académicas. Fernando ya sentía el peso de las expectativas, de que fuese él nuestro ariete. Y yo, bueno yo dependía de la llamada de Chávez a Castro, para que me concediera la entrevista, y poder salvar mi trasero ante mis compañeros.


Pocas veces sólo una cosa sale mal

Aterrizamos en La Habana cerca del mediodía y fuimos recibidos en la pista de aterrizaje por Omar González Jiménez y Luis Alberto Notario, presidente del Instituto Cubano de Cine y jefe del ala de coproducción internacional del Instituto, respectivamente. Había compartido con ellos dos en mi anterior viaje a Cuba. Nos pusimos al día mientras nos dirigíamos a la oficina de Inmigración. ¿Cómo están los niños? ¿Cuánto han crecido? Etc. etc. entonces Hitch se adelantó y sin ningún reparo le exigió a Omar, “Señor, TENEMOS que ver al Presidente. “Sí” respondió Omar. Estamos al tanto de su solicitud y ya le informamos al Presidente. Estamos esperando su respuesta. Omar me dijo entonces que Fidel también estaba al tanto de mi visita y quería saber cuánto tiempo me quedaría en Cuba. Le respondí que sólo podíamos quedarnos dos días debido a los compromisos impostergables que teníamos en nuestro país. “¿Dos días?” “Es muy corto, ¿no?” “Sí” le dije, pero de eso disponemos. Le rondó por la cabeza la idea de cumplir con nuestras peticiones en tan corto tiempo. “Bueno, ya veremos”, dijo. Después del chequeo de nuestros pasaportes y de las credenciales de Prensa, nos subimos al carro con Omar y Luis y nos fuimos a la ciudad. El resto del día y de la tarde siguiente torturamos a nuestros anfitriones con un incesante tiqui quitiqui: Raúl, Raúl, Raúl…

Presumí que si Fidel estaba en condiciones y podía sacar tiempo, llamaría. Y si no, yo estaba muy agradecido de nuestra reunión anterior y se lo hacía saber en una nota que le envié con Omar. De Raúl, lo único que sabía era lo que había leído, y no tenía la menor idea si nos iba a recibir o no.

Los cubanos son particularmente calurosos y hospitalarios. Nuestros anfitriones nos llevaron a recorrer la ciudad. Noté que el número de carros norteamericanos de los años 50 había disminuido considerablemente desde mi última visita, y habían sido reemplazados por modelos rusos más pequeños.

Al pasar por la Sección de Intereses de Estados Unidos, de aspecto invasivo, en el Malecón, donde las olas que chocan con las paredes del mar bañan los carros que pasan por allí, percibí algo indescriptible de la atmósfera de Cuba. La presencia palpable de la arquitectura y la historia de la vida humana en un pequeño trozo de tierra rodeado de agua. Hasta el visitante siente el espíritu de una cultura que proclama de diferentes formas “Éste es nuestro lugar especial”.

Recorrimos la Habana vieja, y en la afueras del Museo de la Revolución vimos, exhibido en una caja de vidrio, el Granma , el barco usado para transportar a los revolucionarios cubanos desde México a Cuba en 1956 con el propósito de derrocar el régimen de Fulgencio Batista. Nos trasladamos al Palacio de Bellas Artes, donde pudimos apreciar su colección de piezas apasionadas y políticas del talento cubano. Luego visitamos el Instituto Superior de Artes. Posteriormente, fuimos a cenar con el Presidente de la Asamblea Nacional, Alarcón, y con Roberto Fabelo, un pintor al que ellos invitaron, luego de que yo expresara esa tarde en el Museo de Artes mi aprecio por su trabajo artístico. Ya era medianoche y aun no habíamos recibido noticias de Raúl. Después, nos llevaron a la Casa de Protocolo, donde descansamos hasta el amanecer. Al mediodía del día siguiente, el sonido de la alarma retumbaba en nuestros oídos. A ese punto, nos quedaban 13 horas antes de partir al aeropuerto para tomar nuestro vuelo hacia los Estados Unidos, vía Cancún, México.

Suavizando el trago para mantenerme sobrio, en caso de que de repente nos llegaran buenas noticias, Hitch se sentó tranquilamente y la humedad de la Habana le peinaba su cabello fino como si fueran finos espaguetis. El cabello de Douglas estaba desafiando la geografía manteniéndose tan firme como sus temperamentales conversas sobre cocina. Yo, despeinado y alborotado. Y Fernando, calvo como una bola de billar, se reía placenteramente. Estábamos alrededor de de una mesa en Le Castellana, un exclusivo restaurante de la antigua Habana, junto a un grupo de artistas y músicos que, guiados por el famoso pintor cubano Kcho, había creado la Brigada Martha Mashdo (nombre de su madre), una organización de voluntarios que ayudaron a las víctimas de los huracanes Ike y Gustav en la Isla de la Juventud que sufrió los embates de huracanes de categoría 3 que la afectaron en amabas ocasiones. La Brigada cuanta con el apoyo económico del Gobierno, se les proporcionaron aviones y un personal que sería la envidia de los voluntarios de la costa del golfo. También nos acompañaba para el almuerzo Antonio Castro Soto del Valle, un joven buen mozo de carácter humilde (Cuba es una zona libre de snob) de 39 años. Se trata del hijo menor de Fidel Castro, un doctor y médico del equipo nacional de beisbol de Cuba. Conversé un rato con él y re-enfaticé sobre mi agenda “Raúl”.

El reloj ya no sonaba sino que latía. Omar me dijo que pronto escucharíamos la decisión del presidente. Con dedos cruzados, Douglas, Hitch, Fernando y yo regresamos a la sala protocolar para empacar nuestras maletas con antelación de manera que llegar en el momento preciso. A las 6:00 P.M. ya estábamos en el conteo regresivo y yo estaba esperando en la sala, leyendo con la poquita luz de la tarde. Hitch y Douglas estaban en las habitaciones de arriba, me imagino que durmiendo la siesta para bajar la ansiedad. Y Fernando estaba roncando en el sofá que estaba al lado del mío. Entonces, apareció Luis en la puerta frente a nosotros y miré por encima de mis lentes cuando me dio luz verde directamente y, sin palabras, lo miré y le hice señas hacia arriba preguntándole sobre mis compañeros. Pero Luis movió su cabeza como pidiendo disculpas y dijo “sólo tú”. El Presidente ya tomó la decisión.

Podía escuchar las palabras de duda de Hitch en mi cabeza, “raras veces sólo una cosa sale mal”. ¿Estaba hablando de mí? ¿Y yo también Brutus? Sin embargo, revisé mi bolsillo posterior para asegurarme de que aún tuviera mis anotaciones sobre Venezuela, revisé mi pluma, guardé mis notas y entré con Luis. Justo antes de cerrar la puerta de mi carro de espera, escuché la voz de Fernando llamándome. “! Sean ¡” nos vamos.


Salí a ver al mago

En Estados Unidos, el presidente Raúl Castro, ex ministro de las Fuerzas Armadas de la isla, ha sido calificado como un “militar frío” y un “títere” de Fidel Castro. Pero el joven revolucionario, que una vez usó cola de caballo, de la sierra Maestra está demostrando que las serpientes están equivocadas. De hecho, el “raulismo” está en auge junto al reciente auge económico industrial y agrícola. El legado de Fidel, como el de Chávez, dependerá de la sustentabilidad de una revolución flexible, una que pueda sobrevivir a la partida de su líder, ya sea por muerte o renuncia. Fidel de nuevo ha sido subestimado por el Norte. En la selección de su hermano Raúl, ha puesto la política del día a día de su país en manos formidables. En un informe del Consejo sobre Asuntos del Hemisferio, el vocero del Departamento de Estado John Casey reconoce que el raulismo podría conducir a una “mayor apertura y libertad para el pueblo cubano”.

Entonces como dije, estaba sentado con una libreta de papel fresco en una mesita pulida con el cabello más despeinado de que jamás haya visto. Agradecí al Presidente por la almohada.

“Fidel me acaba de llamar. Quiere que lo llame después de nuestra conversación”. Hay un humor en la voz de Raúl que muestra una vida de cariñosa tolerancia al ojo vigilante de su hermano mayor. “quiere conocer los detalles de nuestra tertulia”, dijo con sonrisa sabia. “Nunca me ha gustado dar entrevistas”, continuó. “Uno dice muchas cosas pero cuando las publican las acortan, las condensan. Las ideas pierden su significado. Me dijeron que haces largometrajes. Me imagino que también harás un periodismo extenso”. Le prometí que escribiría tan rápido como pudiera y que imprimiría tanto como escribiera. Me dijo que le prometieron su primera entrevista como presidente en otro lugar y, sin querer multiplicar lo que pudiera ser tomado como un insulto, me escogió entre mis compañeros.

La llamada de Chávez no pudo haber causado daño alguno. Entonces, le dije “Siento que es muy importante para mi país escuchar su voz, y es por esta razón que traje conmigo a Hitchens y a Douglas Brinkley también.” Pero por supuesto, Castro no mordió el anzuelo. Puedo ver a mis amigos en la sala protocolar y habiendo escuchado el grito de Fernando, bajaron corriendo por las escaleras restregándose los ojos, y sin perder el tiempo, Christopher mueve su cabeza, maldiciendo a Fernando, pues solo decidieron ver a Sean, ¿no? ¡Bastardos!

Castro y yo compartimos una taza de te. “Hace 46 años, exactamente a esta misma hora, nosotros movilizamos tropas, Alameda en el este, Fidel en la Habana, yo en Areda. En la noche se anunció en Washington que el presidente Kennedy daría un discurso. Esto sucedido durante la crisis de los misiles. Nosotros anticipamos que el discurso sería una declaración de guerra. Después de la humillación de Kennedy en Bahía de Cochinos, la presión de los misiles (la cual Castro consideró estrictamente defensiva) representaría una gran derrota para Kennedy, pero él no se quedaría con esa. Hoy estudiamos a los candidatos estadounidenses con mucho cuidado, enfocándonos en McCain y Obama. Escuchamos todos los viejos discursos, especialmente, los pronunciados en Florida, donde el hecho de ser opositor a Cuba se ha convertido en un negocio lucrativo para muchos. En la isla tenemos una fiesta, pero en Estados Unidos la diferencia es mínima. Ambas fiestas son una expresión de la clase dominante. “Él dice que los actuales miembros del lobby cubano de Miami son descendientes de la riqueza de la era de Batista, o de terratenientes internacionales “que sólo pagarían peniques por sus tierras”, mientras Cuba has estado bajo el absoluto dominio de Estados Unidos por sesenta años.

“La reforma agraria de 1959 fue el Rubicón de nuestra revolución. Una sentencia de muerte para nuestras relaciones con Estados Unidos”. Castro parece estar probándome cuando toma otro sobre de té. “En ese momento no hubo discusión sobre socialismo o las relaciones de Cuba con Rusia, pero ya el dado se había lanzado”.

Después de que el gobierno de Eisenhower bombardeara naves cargadas de armas dirigidas a Cuba, Fidel pidió ayuda a viejos aliados. Raúl dice “pedimos ayuda a Italia y nos dijo que no, a Checoslovaquia y nos dijo que no. Nadie nos daría armas para defendernos porque Eisenhower los presionó. Entonces, mientras obteníamos las armas desde Rusia, no teníamos tiempo de aprender a usarlas antes de que Estados Unidos nos atacara en Bahía de Cochinos”. Se ríe, se excusa y se dirige a un cuarto adyacente, se desapareció brevemente detrás de una pared, y luego regresó a la sala, bromeando, “a los 77 años, este es el defecto del té”.

Fuera de juego, Castro se mueve con la agilidad de un muchacho. Hace ejercicios todos los días, sus ojos brillan y su voz es fuerte. Luego volvió al punto donde habíamos quedado. “Tu sabes, Sean, había una famosa foto de Fidel en la invasión de Bahía de Cochinos donde sale parado frente a un tanque ruso. Aún no sabíamos cómo ponerlos a andar en reversa”. Entonces, bromea, “¡la retirada no era una opción!” Demasiado para el “militarista frío”. Raúl Castro era cariñoso, abierto, enérgico e inteligente.
Siguió diciendo que “EEUU envió un grupo de exiliados cubanos entrenados en operativos de reconocimiento avanzado a Bahía de Cochinos. Llegaron en pequeños botes durante la noche para que las huellas se perdieran en la playa. Como los cubanos no pueden vivir sin cantar, hablar y roncar, no pasaron desapercibidos. Así se confirmaron las sospechas de que el plan de ataque estadounidense comenzaría por Bahía de Cochinos.”

Retomé el tema de las elecciones de Estados Unidos repitiendo la pregunta que Brinkly había hecho a Chávez: ¿Aceptaría Castro una invitación a Washington para reunirse con el presidente Obama, asumiendo que ganó en las encuestas, hace algunas semanas? Entonces Castro se pone reflexivo y dice “es una pregunta interesante”, seguido de un más largo e incómodo silencio. “Estados Unidos tiene el proceso electoral más complicado del mundo. Hay expertos ladrones de elecciones en el lobby cubano-estadounidense en Florida…” Intervengo, “Creo que ese lobby se está fracturando”. Y luego, con la certeza de un optimista duro de matar, digo, “Obama será nuestro próximo presidente”.

Castro se ríe, aparentemente de mi ingenuidad, pero la sonrisa desaparece cuando dice, “si no lo asesinan antes del 4 de noviembre, será su próximo presidente.” Noto que no ha contestado aún mi pregunta sobre el encuentro en Washington. “Tu sabes –dice– “que he leído las declaraciones de Obama de que mantendría el bloqueo.” Me interpongo y digo “la palabra que utilizó fue embargo”. “Sí”, dice Castro, “bloqueo es un acto de guerra, entonces los estadounidenses prefieren utilizar la palabra embargo, una palabra utilizada en procedimientos legales… pero en cualquier caso, sabemos que se trata de un conversación pre-electoral y que también ha dicho que está dispuesto a conversar con quien sea”.

Raúl se interrumpe y dice “Probablemente estás pensando, ¡oh!, el hermano habla tanto como Fidel” y nos reímos. “Usualmente no es así, pero tú sabes. Una vez Fidel tuvo una delegación aquí, en esta sala, de China. Estaban muchos diplomáticos y un joven traductor. Creo que era la primera vez que ese traductor estaba con un Jefe de Estado. Todos habían tenido un largo viaje y tenían una diferencia horaria. Fidel, por supuesto, sabía esto, y aún así habló durante horas. De pronto, el que estaba al final de la mesa, justo allá (señalando una silla que estaba cerca), se le comenzaron a cerrar los ojos, luego al otro y después al otro. Pero Fidel continuó hablando, y de pronto todos, incluyendo el de mayor jerarquía a quien Fidel estaba dirigiéndose, se quedaron profundamente dormidos en sus sillas. Entonces, Fidel voltea y mira al único que estaba despierto, el joven traductor, y conversó con él hasta el amanecer”. Hasta este punto de la historia tanto Raúl como yo nos reíamos a carcajadas. Solo me había reunido una vez con Fidel, cuya asombrosa mente y pasión sacan palabras. Pero fue suficiente para imaginarse aquella escena, el que no estaba riéndose era nuestro traductor, cuando Castro volvió retomar la conversa.

“En mi primera declaración después de que Fidel se enfermara, dije que estábamos dispuestos a discutir sobre nuestra relación con Estados Unidos en igualdad de condiciones. En 2006, lo dije otra vez en un discurso en la Plaza de la Revolución. Los medios estadounidenses se burlaron de mí porque estaba aplicando cosméticos al dictador”. “Los estadounidenses son unos de nuestros vecinos más cercanos y nos debemos respecto. Nunca hemos hecho nada en contra de los estadounidenses y sería muy positivo que tuviésemos buenas relaciones. Quizás no podamos resolver todos nuestros problemas, pero podemos resolver muchos de ellos”.

Se detuvo un instante y pensó: “Te diré algo, y esto nunca lo he dicho públicamente, en algún punto, alguien del Departamento de Estado estadounidense lo había dicho, pero fue rápidamente acallado debido a la preocupación del electorado de Florida, aunque ahora, cuando te digo esto, el Pentágono pensará que soy indiscreto”.

Espero con ansiedad y luego me dice “nosotros hemos mantenido contacto permanente con la Fuerza Armada estadounidense, mediante un acuerdo secreto, desde 1994”, me dice Castro. “Este acuerdo está basado en la premisa de que nosotros solo discutiríamos temas relacionados con Guantánamo. El 17 de febrero de 1993, luego de una solicitud por parte de Estados Unidos para discutir temas relacionados con localizadores de boyas para navegaciones de embarcaciones en la bahía, hicimos el primer contacto en la historia de la revolución. Entre el 4 de marzo y el 1º de julio, ocurrió la crisis de los Rafters. Se estableció una línea militar caliente y, el 9 de mayo de 1995, acordamos reunirnos mensualmente con líderes de ambos gobiernos. Hasta hoy hemos sostenido 157 encuentros y hay una grabación de cada encuentro.

Estas reuniones las hacemos cada tercer viernes de cada mes. Alternamos los lugares de encuentro entre la base estadounidense de Guantánamo y en territorio cubano. Realizamos ejercicios conjuntos de respuesta de emergencias, por ejemplo, encendemos una fogata y los helicópteros estadounidenses traen agua de la bahía, junto con helicópteros cubanos. [Antes de esto] la base estadounidense en Guantánamo había creado caos y habíamos perdido guardias de frontera y tenemos evidencia grafica de eso. Estados Unidos ha promovido la emigración ilegal y peligrosa con embarcaciones de los guardacostas que interceptan los cubanos que intentan irse de la isla. Ellos lo traerían a Guantánamo, y comenzó una cooperación mínima. Pero no resguardaríamos más nuestra costa, y dijimos que en caso de que alguien quisiera escapar, procedieran. Entonces, con los temas de navegación fue que comenzó esta colaboración. Ahora, ahí un representante del Departamento de Estado estadounidense en las reuniones de los viernes”. No reveló ningún nombre.

Luego continúa diciendo “el Departamento de Estado tiende a ser menos razonable que el Pentágono, pero nadie dice nada porque… no estoy de acuerdo y hablo fuerte. Este es el único lugar en el mundo donde estas dos milicias se reúnen en paz”.

“¿Y qué hay de Guantánamo?”, pregunté. “Te diré la verdad”, dijo Castro. “la base es nuestro rehén. Como presidente, digo que Estados Unidos debe irse. Como soldado, digo que se queden”.

Me dije a mí mismo “¿tengo una gran historia que explotar? ¿O es poco relevante?” No es cosa rara que los enemigos se hablen tras bastidores. Sabemos de estas negociaciones; incluso esas entre Israel y la OLP. Lo que sí es raro es que él me hable a mí de eso. Y con eso me remití a la interrogante de una reunión con Obama. “¿Debería haber una reunión entre usted y nuestro próximo presidente? ¿Cuál es la prioridad de Cuba?” Sin titubear, Castro respondió, “Normalizar el comercio”. La indecencia del embargo de Estados Unidos contra Cuba nunca ha sido tan evidente como ahora, después del paso de tres devastadores huracanes. Cuando las necesidades del pueblo cubano, en particular a causa de una red eléctrica deshecha, nunca habían sido tan apremiantes. El embargo es simplemente inhumano y completamente improductivo. Raúl continuó, “la única razón por la que nos bloquean es para atacarnos. Nada puede detener la revolución. Dejen a los cubanos venir a ver a sus familiares. Dejen a los estadounidenses venir a Cuba”. Parecía estar diciendo “déjenlos venir a Cuba a ver esta terrible dictadura comunista de la que oyen en los medios, donde hasta representantes del Departamento de Estado y disidentes importantes saben que en unas elecciones libres hoy en Cuba las ganaría el Partido Comunista con un 80 por ciento del electorado. Comencé a listar a varios conservadores estadounidenses que han sido críticos con respecto al embargo, desde el economista Milton Friedman, pasando por Colin Powell, hasta inclusive el senador republicano Kay Bailey Hutchison, quien dijo: “por mucho tiempo he creído que se deben buscar nuevas estrategias en relación a Cuba. Eso significa, abrir más el comercio, sobre todo el de alimentos, especialmente si podemos ofrecer a la gente más contacto con el mundo exterior. Si pudiéramos construir la economía, eso le daría a la gente más herramientas para luchar contra la dictadura”. Castro sin notar el desaire responde con énfasis “¡aceptamos el reto!”.

Ahora, cambiamos de té a vino tinto y cena. “Déjame decirte algo”, dice. “Últimamente, hemos hecho investigaciones que sugieren enérgicamente que existen reservas de petróleo en aguas profundas mar abierto, que compañías estadounidenses pueden venir a taladrar. Podemos negociar. Estados Unidos está protegido por las mismas leyes comerciales cubanas y quizás pueda haber alguna reciprocidad. Hay 110.000 km2 de mar en el área dividida, explica, “Dios sería injusto si no nos diera un poco de petróleo. No creo que nos prive de esta manera”. Debemos tener petróleo allá. De hecho, la encuesta geológica estadounidense especula que hay 9 mil millones de barriles de petróleo y 21 trillones de pies cúbicos de reservas de gas natural en el norte de la faja de Cuba. Ahora que recientemente han mejorado las ásperas relaciones con México, Castro también está tratando de mejorar sus vínculos con la Unión Europea. “Con la salida de Bush, las relaciones con Estados Unidos deberían mejorar,” confiesa. Tomamos un sorbo de nuestro vino. “¿Y Estados Unidos?,” pregunto. “Oye” –dice- “somos tan pacientes como los chinos. Setenta por ciento de nuestra población nació bajo el bloqueo. Soy el comandante de las Fuerzas Armadas más antiguo en la historia, 48 años y medio hasta octubre pasado. Es por esa razón que aún uso este uniforme y sigo trabajando desde mi antigua oficina. En la oficina de Fidel, no se ha tocado nada. En los ejercicios militares del Pacto de Varsovia, yo era el más joven y quien había permanecido más tiempo allá. Para entonces, era el más antiguo e incluso quien había estado allá por más tiempo. Irak es un juego de niños comparado con lo que sucedería si Estados Unidos invadiera Cuba”. Después de otro sorbo de trago de vino, Castro dice, “prevenir una guerra es igual que ganarla”. Esa es nuestra doctrina”.

Luego de cenar, atravieso con el Presidente la puerta corrediza de vidrio que lleva hacia una terraza parecida a un invernadero, con plantas tropicales y pájaros. Mientras tomamos unos sorbos de vino, dice “Hay una película estadounidense, donde la elite está sentada en una mesa tratando de decidir quién será el próximo presidente. Miran por la ventana y ven al jardinero. ¿Sabes de qué película te hablo?” “Being There”, dije. “¡Sí!”, respondió Castro emocionado, “Being There. Me gusta mucho esa película. Con Estados Unidos, existe cualquier posibilidad objetiva. Los chinos dicen: ‘En el camino más largo, se empieza con el primer paso’. El Presidente estadounidense debería tomar este paso, pero sin amenazas a nuestra soberanía. Eso no se negocia. Podemos hacer exigencias sin decirle al otro qué hacer dentro de sus fronteras”.

“Presidente” -le dije- “en el último debate presidencial escuchamos a John McCain impulsando el Tratado de Libre Comercio con Colombia, un país donde son notorios los escuadrones de la muerte y donde han asesinado a líderes trabajadores; sin embargo, las relaciones con Estados Unidos continúan acercándose cada vez más, mientras el gobierno de Bush intenta presionar la concreción del acuerdo a través del Congreso. Como usted sabe, vengo de Venezuela, nación que al igual que Cuba el gobierno estadounidense considera enemiga, a pesar de que le compramos mucho petróleo. Se me ocurre que Colombia razonablemente puede convertirse en nuestro aliado geográfico estratégico en Suramérica, tal como lo es Israel en el Medio Oriente. ¿Podría comentar algo sobre esto?”.

Consideró la pregunta con cautela, y habló en un tono lento y mesurado. “En este momento”, dice, “tenemos buenas relaciones con Colombia, pero diría que si en Suramérica hay un país donde exista un ambiente vulnerable a eso… es Colombia”. Al pensar en la sospecha de Chávez sobre las intenciones de Estados Unidos de intervenir en Venezuela, respiro hondo.

“¿Lo estoy cansando? Me preguntó. No, le respondí; y lo dije en serio. Se estaba haciendo tarde, pero no quería irme sin preguntarle a Castro sobre los alegatos de violaciones a los derechos humanos y el supuesto narcotráfico facilitado por el gobierno cubano. Un informe de Human Rights Watch publicado en 2007 señala que Cuba “sigue siendo el único país en Latinoamérica que reprime casi todas las formas de disidencia política”. Además, actualmente hay más de 200 prisioneros políticos en la isla, de los cuales cerca de 4 por ciento son convictos por crímenes de disidencia no violenta. Mientras espero los comentarios de Castro, no puedo si no pensar en la cercana cárcel estadounidense en Guantánamo y las horribles violaciones a los derechos humanos que Estados Unidos hace en ese lugar.

Castro diría solo esto, “Ningún país está 100 por ciento libre de abusos a los derechos humanos”, me dice, pero insiste en que “las informaciones de los medios estadounidenses son extremadamente exageradas e hipócritas”. De hecho, incluso los disidentes cubanos de alto perfil, como Eloy Gutiérrez Menoyo, reconocen las manipulaciones y acusan a la Sección de Intereses de Estados Unidos de obtener testimonios de disidentes con sobornos. Irónicamente, en 1992 y 1994 Human Rights Watch también describió la anarquía e intimidación de grupos anticastristas en Miami, tal como lo calificó el escritor y periodista Reese Erlich, como “violaciones normalmente asociadas con las dictaduras latinoamericanas”.

Una vez dicho esto, soy un estadounidense orgulloso e infinitamente consciente de que si fuese un ciudadano cubano y fuese a escribir un artículo como este sobre el liderazgo cubano, podría estar encarcelado. Además, estoy orgulloso de que el sistema establecido por nuestros padres fundadores, aunque no esté exactamente intacto hoy en día, nunca fue dependiente de un solo gran líder por época. Estos aspectos siguen siendo una pregunta para los héroes románticos de Cuba y Venezuela. Chávez cuenta una historia de Fidel. "Chávez", dijo Fidel, "La historia nos absolverá". A lo que Chávez responde con humildad, "No Comandante, la historia lo absolverá. Yo todavía no puedo afirmar eso". "Bueno," Fidel admite con una sonrisa, "Pero la historia me dijo que te absolverá". El desafío de Chávez es enorme. Él debe mantener su cabeza por encima de las aguas para no ahogarse en su propio poder, evitando que le disparen, y sin su revolución disparar un solo tiro. Es del interés de los EE.UU. ayudarlo y ayudar a la revolución de su país a triunfar. Consideré mencionar esto, quizás debí haberlo hecho, pero tengo otra cosa en mente.

“¿Podemos hablar sobre el narcotráfico?”, pregunté a Castro, a lo que respondió: “Estados Unidos es el mayor consumidor de narcóticos del mundo. Cuba se encuentra justo entre Estados Unidos y sus proveedores. Es un gran problema para nosotros. En el pasado, cuando oficiales cubanos o americanos interceptaban los barcos de contrabando, por lo general los contrabandistas arrojaban las cargas al mar y muchos lavaban paquetes de drogas a las orillas de nuestro archipiélago. Los locales entregarían de inmediato esa droga a los oficiales, como lo establece estrictamente la ley nacional de narcóticos, lo cual limita el mercado local. Con la expansión del turismo, se ha desarrollado un nuevo mercado y luchamos contra eso. También se dice que permitimos a los narcotraficantes volar por el espacio aéreo cubano. No permitimos tales cosas. Estoy seguro de que algunos de esos aviones pasan cerca de nosotros. Es simplemente por las restricciones económicas que ya no tenemos funcionando el radar de baja altitud”.

Esto puede sonar a cuento chino, pero no es así. Según el coronel Lawrence Wilkerson, ex asesor de Colin Powell, quien dijo a Reesse Erlich en una entrevista en enero de 2008 “los cubanos son nuestros mejores aliados en la lucha contra el narcotráfico y la guerra contra el terrorismo en el Caribe. Mucho más que México. La milicia vio a Cuba como un aliado muy cooperativo”.

Quiero formularle a Castro mi pregunta incontestada una última vez dado que nuestro lenguaje corporal sugiere que hemos llegado a la medianoche. Ya es la 1, pero él comienza. “Ahora” –dice- “preguntaste si aceptaría reunirme con [Obama] en Washington. Tendría que pensarlo. Lo discutiría con todos mis camaradas en la dirigencia. Personalmente, creo que no sería justo ser el primero en visitarlo porque siempre son los presidentes latinoamericanos quienes van a Estados Unidos primero. Pero también sería injusto esperar que el Presidente de Estados Unidos venga a Cuba. Deberíamos reunirnos en un lugar neutral”.

Hace una pausa y pone a un lado su vaso de vino vacío. “Quizás podríamos reunirnos en Guantánamo. Debemos reunirnos y comenzar a solucionar nuestros problemas, y al final de la reunión, podríamos darle un regalo al Presidente… Podríamos enviarlo a casa con la bandera estadounidense que ondea en la Bahía de Guantánamo”.

Cuando salimos de su oficina, nos sigue el personal mientras el presidente Castro me acompaña en el ascensor hasta el lobby y camina conmigo hasta el auto que me espera. Le agradecí la generosidad de esta ocasión. Cuando mi conductor estaba a punto de arrancar, el Presidente toca mi ventana. La bajo y revisa su reloj para decirme que habían pasado siete horas desde que comenzó la entrevista. Sonriendo, me dice: “Ahora llamaré a Fidel. Puedo prometerte que cuando Fidel se entere de que he hablado contigo siete horas, se asegurará de concederte siete horas y media cuando regreses a Cuba”. Compartimos una risa y un último apretón de manos.

Había llovido temprano en la noche. En esta oscuridad de las primeras horas del día, mientras nuestros neumáticos navegaban sobre el pavimento mojado, pensé que los asuntos más básicos de la soberanía ofrecen una idea sustancial de las complejidades del antagonismo de Estados Unidos hacia Cuba y Venezuela, así como hacia las políticas de estos dos países.
Tan sólo han tenido dos opciones: ser imperfectamente nuestros o imperfectamente a su propia manera. Nuestros tres países albergan realidades deprimentes y gloriosas, esperanzas empañadas y sueños vivos. Todos compartimos un deseo innegable de respeto. En los Estados Unidos hemos crecido recitando el mantra “Somos el país más grande de la tierra” Se siente bien y patriótico decirlo, ¿no? Pero pensemos. Piensen lo bueno que será para nosotros y nuestros hijos descubrir que es No es una declaración de la verdad. ¿No estaríamos mejor si pudiésemos celebrar legítimamente nuestro lugar ENTRE los grandes países y las culturas de un mundo diverso? Decidí esa noche sumarme a los Castro y a Hugo Chávez en creer que puede ser así con Barak Obama. Como el niño nacido en 1960 en la época de los asesinatos de líderes de América, la guerra de Vietnam y Watergate, voy a lanzar el dado una vez más.

Viva Cuba. Viva Venezuela. Viva EEUU

Cuando regresé a la Casa de Protocolo, eran casi las 2 de la mañana. Mi amigo Fernando, con una apariencia desastrosa, me había esperado despierto. Vaya noche habían tenido mis compañeros. El pobre Fernando había aguantado lo más recio de su frustración. No sabían adónde me había ido, ni por qué los había dejado. ¿Para ver a Raúl? ¿Fidel? ¿A ambos? Y los funcionarios cubanos a los que habían contactado les habían insistido en que se quedaran tranquilos en caso de que alguno de los hermanos Castro ofreciera espontáneamente una audiencia. Pero esto nunca se concretó. Así que se habían perdido también una última noche cubana en la ciudad. Después de ponerme al corriente, Fernando se fue a dormir un par de horas. Me quedé despierto revisando mis notas y fui el primero en la mesa del desayuno, a las 4:45 a.m. Cuando Douglas y Hitch bajaron las escaleras, me puse en la cabeza uno de los extremos del mantel a modo de burla y en señal de vergüenza. Supongo que bajo las circunstancias era un poco temprano (más allá de la hora) para probar su humor. La broma no funcionó. Mientras Fernando tomaba un vuelo hacia Buenos Aires, desayunamos tranquilamente y tuvimos un buen vuelo regreso al hogar dulce hogar.

Cuando llegamos a Houston, me di cuenta de que había subestimado la gruesa piel de estos dos profesionales. El hielo que había percibido temprano ya se había derretido. Nos despedimos y celebramos lo que habían sido varios días de suspenso. Ninguno fue tan rencoroso como para preguntarme el contenido de mi entrevista, pero Christopher se dirigió a su trasbordo con unas palabras: “Bueno, supongo que lo leeremos”.

¡Sí, se puede!

Me senté al filo de mi cama con mi esposa, mi hijo y mi hija. Las lágrimas bajaron por mi rostro mientras Barack Obama habló por primera vez como Presidente electo de los Estados Unidos de América. Cerré mis ojos y comencé a ver una película en mi cabeza. Podía escuchar la música también, nada más apropiado que las Dixie Chicks versionando una canción de Fleetwood Mac mientras rodaban imágenes en cámara lenta. Ahí estaban: Bush, Hannity, Cheney y McCain, Limbaugh y Robertson, Luis Posada Carriles. Los vi a todos, y la canción se escuchaba más alto a medida que la imagen de Sarah Palin se apoderó de la pantalla. Natalie Maines cantaba dulcemente:

Y vi mi reflejo en las colinas cubiertas de nieve. Hasta que la avalancha me derribó.