Cuando a los gremios
conservadores y reaccionarios de América Latina han estado en minoría, se han
cansado de acusar de dictadores a quienes ejercen la mayoría. El caso venezolano es el paroxismo: van para
dos décadas en minoría y ni siquiera hacen la acusación de dictadura: la
sentencia viene en la práctica, con la cotidianidad: nunca se han admitido como
tales. Jamás han reconocido que por fin están subordinados al pueblo.
La situación en
Paraguay viene a recordarnos que el poder económico no tiene escrúpulos de
ningún tipo cuando tiene la mayoría. La oposición paraguaya domina el Congreso
y, visto que se aproximan unas elecciones que prometen alargar su status de
minoría del país, y acciona groseramente para que cuatro personas liquiden a un
Presidente sobradamente elegido por el pueblo.
Ese gesto de la derecha
me vuelve a recordar al fascismo venezolano: ejercen su minoría en
universidades y colegios de profesionales con soberbia y despotismo, pero
cuando hay que aplicársele a ella, reacciona como una bestia herida.
Téngase por ejemplo la
sentencia aquella según la cual en abril de 2002 no hubo golpe de Estado ni el
Presidente estuvo preso. La mayoría fascista de un magistrado decidió que se trató de un vacío
de poder (término que no aparece en la Constitución) y que Chávez estuvo
custodiado. Todos los abogados y medios al servicio de la derecha se acogieron
al dictamen y ofrecieron argumentos para defenderlo. Pedían respetar a la
mayoría que había concertado aquel adefesio. Cuando ellos son mayoría, así sea
ilegítima, son implacables.
Pero cuando Chávez
actúa por delegación de la mayoría del pueblo, lo acusan y nos acusan de dictadores. Por eso es que no
se puede tener contemplación. La mayoría es para usarla, como el poder. Y si es
popular, hay que ejercitarla las 24 horas del día. Y si es inmensamente popular
como la venezolana, hay que emplearla cada segundo.
Es bueno que el Comando
Carabobo trabaje esta noción.