Como llegué un minuto exacto antes de que la presentadora Milagros Pérez diera por comenzado el acto con sus propias palabras, me hallo en condiciones de contar sucintamente lo concerniente al bautizo del libroReinventario, del periodista Clodovaldo Hernández, realizado este jueves en uno de los salones del piso 6 del Celarg, que por supuesto estuvo hasta los banderines, lo que quiere decir que tuve suerte de encontrar no solamente un buen termo de café sino la última silla disponible, aunque el destino me deparó a un vecino algo loco que insistía en preguntarme por la presencia de una persona que yo no conozco, aunque coincidimos en el pelón de bolas de la casa editorial “Nosotros mismos” al figurarse que la gente iría con 3500 bolívares en efectivo para hacerse de un ejemplar y hacer que Clodovaldo lo calzara.
Tanto como después lo hiciera el propio Clodovaldo, Pérez gastó buena parte de su intervención en improvisar acerca del por qué gusta llevar sus discursos por escrito. Al efectivamente leerlo, a zancadas recorrió sus memorias relacionadas con el prodigioso Clodovaldo, cuya familia estaba en primera fila aupando al debutante en la arena propiamente literaria: la esposa Amarelis Vásquez, “La negra”, quien también tiene la desviación periodística, y los cachorros Pedro y Carlos. El primero se encargó del diseño de portada de Reinventario y el segundo quedó emplazado a encargarse del arte del siguiente libro, lo que revela que el periodista-escritor-poeta prepara un segundo parto. Quizá éste sea la noticia, en resumidas.
Antes Milagros Pérez había comunicado que el ministro Ernesto Villegas iba en camino al acto y, tanto en su improvisación como en su lectura, centró lo que sería el eje del relato ceñido en este encuentro sobre la personalidad del escritor: su exacerbada timidez, su inconmensurable talento con las letras y su proverbial humildad. (Ernesto efectivamente apareció al rato).
Milagros cedió la palabra a la jovencísima editora María Aguilar, quien anecdotizó sobre cómo llegó el libro a sus manos. Me acomodé hacia el locato que estaba a mi lado y le comenté: “Como que tenemos ahí a una nueva Carmen Barcells, eh”.
Vino la intervención del prologuista Iván Padilla Bravo, quien remachó el talante tímido del autor y su vocación a la sencillez. Leyó parte de su propia introducción y dejó servida la atención para las palabras del autor de Reinventario, que por la ojeada que le hice y los comentarios y lecturas sueltas de Padilla, desgrana en este libro su vena poética y su pasión por el relato, en esta ocasión micro relatos.
Antes de que Hernández se apropiara de su propio acto, un sobresalto prendió las alarmas: un espontáneo, personaje ya clásico de la venezolanidad, alzó vehemente su mano hacia Milagros solicitado la palabra. Me volví hacia el espécimen y entre dientes le pregunté: ¿Usted ha visto al personal de seguridad?
El espontáneo había sido abducido por los comentarios previos que destacaban la humildad de Clodovaldo y quiso refrendarlo con una anécdota potente. Resultó ser Fidel Eduardo Orozco, jefe de redacción de YVKE Mundial, quien contó que había recibido la invitación al bautizo y que se atrevió a colar una reseña en el noticiero de la emisora. Antes de hacerlo se lo comentó a Hernández, no parece que con fines de pedirle autorización sino de informarle, y por respuesta obtuvo este comentario: ¡Así estarán ustedes chapoteando entre caliches! Como lo estoy parafraseando, valga decir que en el mundillo periodístico se refieren al caliche como la inmundicia informativa (en realidad, a una noticia sin fuerza, ociosa y totalmente prescindible).
Entonces comenzó Clodovaldo diciendo que iba a leer su discurso, por lo dicho: su timidez hasta los huesos (aunque sus lectores seguramente tendrán otra perspectiva de su personalidad dada la locuacidad que se obtiene de sus entrevistas, análisis, relatos y artículos).
El origen de leer lo hablado, amén de la timidez, tiene una causa traumática: le tocó debutar hace añales en la presentación de un libro en el que no solamente estarían Luis Britto García y Los Robertos, sino el mismísimo Chávez. Antes de pegar el carrerón, pues jugó al suicidio al quedarle la intervención de cierre.
Hizo una sentida declaración a sus dos madres (Carmen y Rita), lo propio que su hermano mayor Carlos. Pareció quebrársele la voz. Habría que confirmarlo.
Contó que estudió periodismo por pena familiar, porque su primera inclinación fue por Letras, pero semejante decisión causaría frustración a los esfuerzos parentales por enrumbarlo. Letras era lo incomprendido. Periodismo era un poco más tolerado.
Dijo que se conectó bien hacia el periodismo con la revista Sport Gráfico y que este sentimiento cobró fuerza el 11 de septiembre de 1973, cuando si bien no entendía el acontecimiento, el derrocamiento y asesinato del presidente mártir lo significaron mucho.
Su primera incursión en estas aguas fue con La Lanzas Coloradas, de Uslar Pietri, cuyo arranque lo noqueó pero le insufló la idea de que podía escribir algo semejante, sentimiento refrendado a la potencia con Cien años de soledad, con la cual sintió afinidad absoluta no nada más por la maravillosa magia de García Márquez sino por Macondo, que le resultó bastante parecido a su natal Antímano.
Ofreció momentos para el recreo (naturalmente) al acicalar ciertas invenciones periodísticas tenidas por vicios pero que son en realidad obras del arte (la expresión “tensa calma”, por ejemplo, cuya omisión hacía fastidiosos algunos relatos periodísticos en las épocas precedentes). Equiparó a los bares de las esquinas de los periódicos con hospitales de campaña, por la recurrencia y tipos de heridas que allí se trataban. No lo dijo, pero quizá se refirió a hospitales en el sentido más amplio, porque en esos lugares se daban tratamientos psicológicos. Y psiquiátricos.
Y así transcurrió el bautizo, que naturalmente fue regado de rosas y las felicitaciones a raudales. No así con la característica firma de ejemplares de la fanaticada.
Fotos y abrazos de un acto de una hora en el que familiares y amigos se juntaron para festejar el nacimiento de una literatura que tuvo como testigo excepcional y discreto al incomparable poeta Gustavo Pereira, autor del sublime prólogo de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.