lunes, abril 16, 2007

Al diablo las mujeres

¿Por qué tiene que celebrarse un Día Internacional de la Mujer y no del perro Dálmata, por ejemplo?

¿Quién ha inventado esta novedosa feminidad que debe ser recordada cual bandera o fecha patria al menos una vez al año? O dicho de manera más precisa ¿qué es lo que se rememora? ¿qué tienen de particular las mujeres, a la hora de festejar algo, como no sea la muy específica y adecuada conformación de su aparato reproductivo, alguna anchura pectoral más o menos característica y cierta manera convexa de sentir el mundo, según se desprende de lo que han elaborado, escrito, compuesto, pintado y esculpido a lo largo de la historia?

Muy otra cosa sería si los autores de semejante retórica nos convocasen a celebrar con la dignidad del caso el Día Internacional de la Mujer mal pagada, el Día Internacional de la Mujer torturada o subestimada o envilecida o pateada como tantas en el mundo, vale decir, algo que acompañe y convierta en reclamo o en justa causa una simple definición sexual que por sí sola no significa nada ni en ella ni en el macho de la especie ni el transido a mitad de camino ni en los camellos. De otra manera estaríamos destinando nada menos que un día de los indispensables trescientos sesenta y cinco a recordar lo que no es más que corrientísimo estado biológico tan frecuente como el agua, algo así como el día internacional de las tetas o el cumpleaños de las trompas de Falopio, siempre allí, gracias al cielo.

Si alguna reyerta me anima con ese engendro cultural denominado feminismo, casi tan ridículo como el machismo, es esta continua y humillante recordadera de la mujer convertida en entidad digna de asombro por causas tan insensatas como ejercer el deporte, la literatura, el deporte, la política o la gerencia administrativa. ¡Ellas también lo hacen! parece ser la consigna milagrosa Es como si Virginia Wolf o la señora Yourcennar merecieran una loa no tanto por el formidable genio que revelan en sus libros, sino porque además de talentosísimas, carecen de barba y piripicho. Es al mismo tiempo, el asombro del sapiens ante el homo capaz de redactar una línea de honrada escritura: no tanto lo que escrito que puede ser cualquier basura, sino la particular escala zoológica desde donde esa basura es concebida. Así cuando una mujer salta o corre o patea en cualquier cancha, se escucha infalible la voz del comentarista deportivo que nos recuerda casi de inmediato la condición milagrosa de tales hazañas ya no medidas en términos de cronómetro o marca sino desde la perspectiva de un útero mental capaz de hacerlas especiales o insólitas. ¡Miren a Gail Devers, como corre los cien metros en 10 segundos y 82 décimas, a pesar de que nada le cuelga entre las piernas! ¡Allí está Maritza Marten que acaba de lanzar el disco, nada menos que a 70 metros y 6 centímetros, tetas aparte! ¡Observen la fuerza y increíble fiereza de Almudena Muñoz cuando ha ganado en este preciso instante la medalla de oro en Judo Olímpico, con todo y que cada veintiocho días renueva sus óvulos la pobrecilla! Y sin embargo valdría la pena decir que quien esto escribe ha recibido sin la menor excusa olímpica, algunos puñetazos en su vida antes de que le digan maestro, pero ninguno como lo que me atizó una rubicunda dama por cierto inconveniente melancólico que deseo olvidar, no vaya a repetirse.

La sociedad en su afán clasificador ha reservado espacios específicamente femeninos que tienen que ver generalmente con lo caritativo maternal y con lo difusivo artístico. Son las instancias que aburrieron hasta el hartazgo a la emblemática Lady D, mientras estuvo ejerciendo funciones de esposa a cincuenta yardas de la corona: niños hindúes, botulismos africanos, cheques dadivosos y cuartetos de cuerda, pero son al mismo tiempo, conductas casi rituales que suelen identificar a decenas de miles de mujeres cuando participan en tareas ejercidas por los machos dispuestos a reconocer algunos derechos democráticos, como quien dice ¡que vengan también las chicas!

¿Se ha visto algo más desgarrador y fuera de toda noción de estima personal que esas “comisiones femeninas” tan frecuentes en nuestros partidos? ¿Comisiones Femeninas de qué?, me he preguntado siempre. ¿Por qué insólita razón tienen que reunirse unas mujeres y no unas mujeres y unos hombres a comisionar algo capaz de afectar la vida de un partido político donde ambos sexos deberían ejercer las mismas funciones? ¿Qué es lo que debe ser comisionado de manera tan aberrante y contranatural que admite machos bigotudos en las cercanías?

El mito de la inferioridad femenina es el único fundamento que mueve a estos tenaces organizadores del Día Internacional de la Mujer, que es como si dijéramos del enano albino. Son formas de expresar siniestra e hipócritamente todo un catálogo de impedimentos destinados a provocar nada menos que una simple conmiseración genética, como si lo femenino fuese en sí mismo desgracia atávica o hecatombe familiar. En realidad estamos celebrando el Día Internacional del Impedido Hembra, pero no por razones de un brazo que falta o una pierna menos, dignas tal vez de encomio, sino por la simple y rutinaria organización de unos cromosomas que parecen afectar el mismísimo fundamento de la especie humana, según brote un pipí o se extienda una totona.

Así entonces, aparecen los Festivales de Mujeres Cineastas, ¡al diablo con ellos y toquemos madera!, o los Congresos de Mujeres Arquitectos, la Sociedad de Colchones Catastróficos o la fracción femenina de o la Asociación de Damas Católicas, formas grupales que obedecen a dos calamidades, lo primero a lo reporteril per se como agua para el chocolate, vale decir, la mujer hacendosa de la cual se esperan pasteles, mayonesa y precisiones culinarias propias de su sexo siempre y cuando se trate de rutinas y la segunda, a lo espectacular femenino, como esas señoras que hacen películas y se vuelven a la cámara diciéndonos: ¡Mira! ¡Sin manos! ¡Sin pies! ¡Con un ojo menos! ¡Cabeza abajo! ¡Y a pesar de que soy mujer!
Conservo en la memoria un telegrama nada menos que de Lina Wertmuller, deliciosamente comentado por Margot Benacerraf, en ocasión de un Festival de mujeres cineastas a celebrarse en Caracas durante la década de los sesenta y mediante el cual esta laureadísima creadora rechazaba su inclusión en acontecimiento de tan mal agüero. ¿Por qué un Festival de Mujeres Cineastas? Stop. ¿Por qué no celebrar primero un Festival de gorilas cineastas? Stop.

Muy otra cosa es que determinadas mujeres se asocien a la hora de resolver específicos problemas culturales capaces de lesionar, ya no la dignidad de la mujer parcelada, sino la dignidad humana integral, como por ejemplo los infelices pañuelitos islámicos, la escala de remuneración laborales o el uso de pantalones en ciertas comunidades sicilianas donde los machazos suelen dedicarse a pellizcar culos redondos.

Muy distinto, también, a esta reminiscencia de lo femenino notable es el serísimo planteamiento de una honorable teóloga alemana, denunciando el perverso machismo de la iglesia católica que impide a una mujer ser obispo, cura o cardenal o papa como si nada hubiese ocurrido desde los albores de Occidente, allá cuando San Buenaventura confundía pezones con serpientes por razones que vaya usted a saber. Semejante disparate se apoya según nuestra dama, en una especie de pánico menstrual, absolutamente pre-tampax, que ha afectado al Vaticano y la teología desde Tarso hasta el cura párroco de Urachiche, como si esta singular función orgánica fuese obra de maliciosos diablos, porque no otra razón puede derivarse de injusticia tan clamorosa. Tengo para mí y más de una vez lo he expresado que la doctora Alicia Álamo Bartolomé, mujer de mi más alta consideración, habría podido ser un excelente obispo de esos que por méritos van directo al cardenalato y cuidado si al papado, de no existir esta tiniebla que en la iglesia católica confunde lo femenino con lo asistencial monjil. Pero en todo caso, encuentro aquí, como en las ya mencionadas reivindicaciones del salario femenino o en el pago obligatorio de esa ignominia que se llama el ama de casa, esclava sin Monagas que se vislumbre, o esa monstruosa fórmula de nuestros tribunales que identifican el trabajo de la mujer sierva con el eufemismo de “oficios propios de su sexo”, el motivo de una lucha apremiante e indispensable, no contra los hombres, sino en contra de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, machos y hembra, en contra del gobierno fálico o vaginal, en contra de los sindicatos establecidos, Armendáriz o Dolores del Río. Para ello no hace ninguna falta conmemorar el cursilísimo Día Internacional de la Mujer Primate, sino actualizar de manera casi elemental el pensamiento, desde el 1 de Enero hasta el 31 de Diciembre. De no ser así, incurríamos en una coquetería fatua o en la apoteosis fogóos leídos, como si no se hubiese inventado el cortagrasa Brisol.

Para mí y si son esos los derechos que hay que reivindicar, estoy dispuesto a comer en bandejitas de aluminio.

*José Ignacio Cabrujas
El Nacional, 12 de marzo de 1994

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ya pe causa ganao sino aqui la rata ps S.M.P trinchera norte

rata dijo...

causa te pasas ahora si pe ay no mas es pa to la gente la rata S.M.P trinchera U norte