La oligarquía colombiana está a un pasito de cometer un error histórico: designar a Juan Manuel Santos como candidato y eventual sucesor de Uribe.
Si termina de darlo, su indiscutible y mejor oponente será la emblemática senadora Piedad Córdoba, quien ante Santos irá estrechando día a día sus posibilidades hasta desplazarlo y ganar la presidencia de Colombia, para asombro mundial.
Porque con Santos, la oligarquía estará fecundando el ambiente óptimo para Córdoba: una polarización incendiaria.
Santos, un belicista confeso y practicante, enemigo abierto de Chávez y Venezuela y por inevitable extensión de Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Cuba, Honduras, ahora El Salvador, no muy amigable con Uruguay y Paraguay e incluso tampoco con Brasil y Argentina, quedará expuesto en su dimensión exacta ante el pueblo colombiano, es decir, un obcecado rival de los procesos de cambios que se vienen reproduciendo en América Latina, diferente de Uribe, un delfín del imperio que se cuida de las formas y hasta sabe camuflarse de chavista y de ¡fidelista! Santos no podrá hacer algo semejante, y un discurso demagógico y oportunista hacia los pobres resultará simplemente indigerible.
Por la propia dinámica, su contendora más formidable será Piedad Córdoba, sin duda la voz más consistente que se ha manifestado contra Uribe, pero al mismo tiempo quien mejor se ha identificado con Chávez y con lo que ha venido ocurriendo en estos diez años en el territorio latinoamericano. Con Santos y Piedad no habrá matices: blanco o negro (literalmente, así que el racismo también recrudecerá en una sociedad cuyo cogollo últimamente ha venido creyéndose sueco).
Y la opción de victoria de la senadora está fundamentada en el hecho de que Uribe ha reclamado para su gobierno logros de diversas índoles, principalmente de orden político en su combate con la FARC, pero nunca se la ha oído esgrimir la disminución de la enorme pobreza, que como arma secreta operará como un monstruo salido de la entrañas de una sociedad abatida por el capitalismo salvaje. Piedad, a diferencia, es una hija y genuina representativa de la pobreza colombiana y a ella encarna.
Así como Uribe se escondió siempre en recovecos para no reconocerse de derecha, lo propio ocurrió en la izquierda, que frustró ilusiones en las personas de Antonio Navarro Wolf y Gustavo Petro (ambos del M-19), quienes fueron tragados por un sistema con el que pretendieron convivir para sobrevivir. Así que un portazo del anquilosado Polo Democrático a Piedad, es conveniente para ella y para los pueblos latinos, porque ella tiene que significar lo inaudito.
No dejará la reacción, en todo momento, de asociarla a Chávez y acusarla de estar financiada por Venezuela. Peor para ellos, pues la misma oligarquía introducirá a Chávez en el sentir de un pueblo hermano que, transcurridos diez años, ya está suficientemente enterado de los beneficios de la Revolución Bolivariana.
Pero la victoria de Piedad no ocurrirá el día de la elección, probablemente ocurra antes, cuando la oligarquía colombiana asocie indiscriminada a Piedad con la FARC, organización de la que cabe suponer un aporte memorable: en plena campaña electoral anunciar su desmovilización y el fin de la guerra colombiana en homenaje a la candidatura de Piedad, acción que dejaría sin bandera al guerrerista Santos. Porque Piedad es una extensión política de los propósitos de las FARC, en más de 50 años de resistencia.
Con Colombia, quedará también sellado el destino de un México con Manuel López Obrador como presidente –siempre que se alinee mejor con lo que ocurre en América Latina- y ni se diga en Perú, donde Ollanta Humala arribará al poder en forma automática. Luego el continente quedará preparado para surcar el atlántico.
(Chile es una burbuja de acero forjada en dictadura y por tanto los chilenos han de enfrentarse solos al demonio. Quizá les convenga de cara al porvenir escoger a Piñera).
Si termina de darlo, su indiscutible y mejor oponente será la emblemática senadora Piedad Córdoba, quien ante Santos irá estrechando día a día sus posibilidades hasta desplazarlo y ganar la presidencia de Colombia, para asombro mundial.
Porque con Santos, la oligarquía estará fecundando el ambiente óptimo para Córdoba: una polarización incendiaria.
Santos, un belicista confeso y practicante, enemigo abierto de Chávez y Venezuela y por inevitable extensión de Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Cuba, Honduras, ahora El Salvador, no muy amigable con Uruguay y Paraguay e incluso tampoco con Brasil y Argentina, quedará expuesto en su dimensión exacta ante el pueblo colombiano, es decir, un obcecado rival de los procesos de cambios que se vienen reproduciendo en América Latina, diferente de Uribe, un delfín del imperio que se cuida de las formas y hasta sabe camuflarse de chavista y de ¡fidelista! Santos no podrá hacer algo semejante, y un discurso demagógico y oportunista hacia los pobres resultará simplemente indigerible.
Por la propia dinámica, su contendora más formidable será Piedad Córdoba, sin duda la voz más consistente que se ha manifestado contra Uribe, pero al mismo tiempo quien mejor se ha identificado con Chávez y con lo que ha venido ocurriendo en estos diez años en el territorio latinoamericano. Con Santos y Piedad no habrá matices: blanco o negro (literalmente, así que el racismo también recrudecerá en una sociedad cuyo cogollo últimamente ha venido creyéndose sueco).
Y la opción de victoria de la senadora está fundamentada en el hecho de que Uribe ha reclamado para su gobierno logros de diversas índoles, principalmente de orden político en su combate con la FARC, pero nunca se la ha oído esgrimir la disminución de la enorme pobreza, que como arma secreta operará como un monstruo salido de la entrañas de una sociedad abatida por el capitalismo salvaje. Piedad, a diferencia, es una hija y genuina representativa de la pobreza colombiana y a ella encarna.
Así como Uribe se escondió siempre en recovecos para no reconocerse de derecha, lo propio ocurrió en la izquierda, que frustró ilusiones en las personas de Antonio Navarro Wolf y Gustavo Petro (ambos del M-19), quienes fueron tragados por un sistema con el que pretendieron convivir para sobrevivir. Así que un portazo del anquilosado Polo Democrático a Piedad, es conveniente para ella y para los pueblos latinos, porque ella tiene que significar lo inaudito.
No dejará la reacción, en todo momento, de asociarla a Chávez y acusarla de estar financiada por Venezuela. Peor para ellos, pues la misma oligarquía introducirá a Chávez en el sentir de un pueblo hermano que, transcurridos diez años, ya está suficientemente enterado de los beneficios de la Revolución Bolivariana.
Pero la victoria de Piedad no ocurrirá el día de la elección, probablemente ocurra antes, cuando la oligarquía colombiana asocie indiscriminada a Piedad con la FARC, organización de la que cabe suponer un aporte memorable: en plena campaña electoral anunciar su desmovilización y el fin de la guerra colombiana en homenaje a la candidatura de Piedad, acción que dejaría sin bandera al guerrerista Santos. Porque Piedad es una extensión política de los propósitos de las FARC, en más de 50 años de resistencia.
Con Colombia, quedará también sellado el destino de un México con Manuel López Obrador como presidente –siempre que se alinee mejor con lo que ocurre en América Latina- y ni se diga en Perú, donde Ollanta Humala arribará al poder en forma automática. Luego el continente quedará preparado para surcar el atlántico.
(Chile es una burbuja de acero forjada en dictadura y por tanto los chilenos han de enfrentarse solos al demonio. Quizá les convenga de cara al porvenir escoger a Piñera).