Como a ustedes, me va mejor cuando escribo con mi propia banda sonora como fondo cerebral.
Escribir mientras escucho mi selección musical me concede una sensación de agonía, de quiebre, de quema de nave, de entrada a una dimensión alejada de toda realidad.Escribir con musiquita, casi siempre nos traslada a un mundo cósmico.
Me ha vuelto a suceder esta tarde, mientras por el chat converso con el juglar Rubén Blandes tratando de hacer un viaje de su alma política. Mientras discurre la cháchara –cháchara a la que Rubén le hurta el cuerpo- hago que se repita sin cansancio el número “El padre Antonio y su monaguillo Andrés”, una canción que desde la primera vez me ha causado instintiva indignación por ser una historia que si bien en las primeras no supe que era basada en hechos reales, me bastaba saber que un cura bueno había sido asesinado para llorar internamente de la arrechera.
Hoy mientras la escucho insistentemente al tiempo que con Rubén jugamos al gato y al ratón, me percató de una consigna soltada por el poeta como epílogo de su denuncia: “Aquí matan a la gente, pero no a la idea”.
Este desgarre de Rubén me remontó al justo instante en que sentí que la rebeldía podía ser una buena causa. Comenzaban los 90 y en la Universidad de Carabobo, en la pared de entrada que daba hacia las aulas de Educación poco después de traspasar el arco universitario, me topé con un graffiti cuyo mensaje estribaba en un espeluznante canto de lucha: “Podrán cortar las flores, pero no detendrán la primavera”.
Leí aquella vaina y me quedé un rato contemplándola. Me sentí importante y que me quedé con la frase y la plagié tantísimas veces en tantísimos intentos de amoríos. Eran aquellos tiempos no tan remotos en que las policías mataban impunemente a los estudiantes y poquísimas las sotanas que salían a batirse en defensa de la juventud masacrada.
Así que trataba infructuosamente de que Rubén me dijera si todavía él se consideraba un hombre de izquierda, o que si luego de cinco años de servicio público consideraba que había servido a un proyecto reivindicador de los escoñetados de América Latina y el mundo (tiene en marcha su cuenta regresiva de los días que le faltan para deshacerse del compromiso patrio).
Se va por las ramas ante la inquisición. No piso acelerador, de puro comprensivo, pues Rubén emprendió gira y hará parada en Venezuela (está confirmada Barquisimeto) y es algo lógico que quiera evitar los pantanos.
Si me hubiera dado el dedo, le agarro todo el brazo y lo encallejono pretendiendo saber si aquel alegre cantante de los 80 que fustigaba al tiburón que se acercaba a una orilla en la que solo se hablaba español; si el poeta que se lamentaba que en lugar del sol amaneciera un dólar; nada menos que el cantante de "Plantación Adentro"… de haberse presentado la ocasión yo le hubiera preguntado si aquel muchacho insolente había muerto devenido en esquirol del salvaje capitalismo. Pero supo aguantar el swing ante las curvitas afuera. Se guarda su opinión sobre la Revolución Bolivariana (hace rato que tira piedras hacia Cuba).
Busqué otros atajos para sostener la cordialidad. Hace unos cuatro o cinco años que ando asido del acertijo que habita la canción “Amor y control”. Allí está la clave de un ejercicio narrativo que me tengo prometido. La pista está en lamento que parece decir algo así como you, nuuu, un falsete, un quiebre de voz que quiere transmitir dolor del alma. Sigo en esta cacería, algún día se sabrá de la jornada.
Mientras me distraigo en elucubraciones, Rubén se me ha escapado del chat. Se desapareció metiendo las mismas zancadas del mítico Pedro Navaja. Por cierto, ¿en qué país andará hoy prófugo Pedro Navaja? ¿O se habrá metido a paramilitar?
Escribir mientras escucho mi selección musical me concede una sensación de agonía, de quiebre, de quema de nave, de entrada a una dimensión alejada de toda realidad.Escribir con musiquita, casi siempre nos traslada a un mundo cósmico.
Me ha vuelto a suceder esta tarde, mientras por el chat converso con el juglar Rubén Blandes tratando de hacer un viaje de su alma política. Mientras discurre la cháchara –cháchara a la que Rubén le hurta el cuerpo- hago que se repita sin cansancio el número “El padre Antonio y su monaguillo Andrés”, una canción que desde la primera vez me ha causado instintiva indignación por ser una historia que si bien en las primeras no supe que era basada en hechos reales, me bastaba saber que un cura bueno había sido asesinado para llorar internamente de la arrechera.
Hoy mientras la escucho insistentemente al tiempo que con Rubén jugamos al gato y al ratón, me percató de una consigna soltada por el poeta como epílogo de su denuncia: “Aquí matan a la gente, pero no a la idea”.
Este desgarre de Rubén me remontó al justo instante en que sentí que la rebeldía podía ser una buena causa. Comenzaban los 90 y en la Universidad de Carabobo, en la pared de entrada que daba hacia las aulas de Educación poco después de traspasar el arco universitario, me topé con un graffiti cuyo mensaje estribaba en un espeluznante canto de lucha: “Podrán cortar las flores, pero no detendrán la primavera”.
Leí aquella vaina y me quedé un rato contemplándola. Me sentí importante y que me quedé con la frase y la plagié tantísimas veces en tantísimos intentos de amoríos. Eran aquellos tiempos no tan remotos en que las policías mataban impunemente a los estudiantes y poquísimas las sotanas que salían a batirse en defensa de la juventud masacrada.
Así que trataba infructuosamente de que Rubén me dijera si todavía él se consideraba un hombre de izquierda, o que si luego de cinco años de servicio público consideraba que había servido a un proyecto reivindicador de los escoñetados de América Latina y el mundo (tiene en marcha su cuenta regresiva de los días que le faltan para deshacerse del compromiso patrio).
Se va por las ramas ante la inquisición. No piso acelerador, de puro comprensivo, pues Rubén emprendió gira y hará parada en Venezuela (está confirmada Barquisimeto) y es algo lógico que quiera evitar los pantanos.
Si me hubiera dado el dedo, le agarro todo el brazo y lo encallejono pretendiendo saber si aquel alegre cantante de los 80 que fustigaba al tiburón que se acercaba a una orilla en la que solo se hablaba español; si el poeta que se lamentaba que en lugar del sol amaneciera un dólar; nada menos que el cantante de "Plantación Adentro"… de haberse presentado la ocasión yo le hubiera preguntado si aquel muchacho insolente había muerto devenido en esquirol del salvaje capitalismo. Pero supo aguantar el swing ante las curvitas afuera. Se guarda su opinión sobre la Revolución Bolivariana (hace rato que tira piedras hacia Cuba).
Busqué otros atajos para sostener la cordialidad. Hace unos cuatro o cinco años que ando asido del acertijo que habita la canción “Amor y control”. Allí está la clave de un ejercicio narrativo que me tengo prometido. La pista está en lamento que parece decir algo así como you, nuuu, un falsete, un quiebre de voz que quiere transmitir dolor del alma. Sigo en esta cacería, algún día se sabrá de la jornada.
Mientras me distraigo en elucubraciones, Rubén se me ha escapado del chat. Se desapareció metiendo las mismas zancadas del mítico Pedro Navaja. Por cierto, ¿en qué país andará hoy prófugo Pedro Navaja? ¿O se habrá metido a paramilitar?
1 comentario:
hostias
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