Tenía bien rato buscando esta
entrevista que Milagros Socorro hizo a Henrique Capriles en 1999 y publicada
por la revista Exceso en junio de 1999. La consiguió y me la envía mi carnal
Ana Cristina Bracho. Se las comparto. A mí me impacta la frase final de este
venezolano de pura estirpe.
Es una paradoja: buena parte de las simpatías que adhiere
Henrique Capriles Radonski le han sido granjeadas por su capacidad para ser
percibido como alguien
distinto; pero cuando se le conoce personalmente se tiene la impresión
contraria: Capriles Radonski es más bien igual, igualitario, igualitico,
igualazo… ¿A quién? No a los bichos de quienes él quiere diferenciarse, claro
está; a esos no se parece y varias veces al día refrenda el compromiso de
distinguirse de aquel bichamen que sabemos. Él es igual simplemente
porque no es diferente, porque parece evitar cuidadosamente la singularidad,
cualquier cosa que lo haga discernible en una fotografía de grupo.
Capriles Radonski
es distinto porque es correcto. Y las cosas le salen bien, ah. Pero nada más.
Aunque apenas está comenzando su carrera cabe apostar que nunca tendrá este
Capriles una actitud destemplada o hará una declaración de ésas que sin
terminar de leer el párrafo ya el lector de prensa sabe quién la ha expresado
porque le conoce el estilo, el tumbao, las mañas. Nada más lejos en este caso.
Henrique nunca nos va a sorprender y es de temer que jamás tendrá estilo (no
uno propio, al menos). Lo más probable es que cuando ya tenga treinta años en
la escena política todavía estemos preguntando: este muchacho Capriles, ¿cómo
es que se llama… Ricardo… Fernando… Ernesto…? Henrique. Se llama Henrique y
ofrece al mundo una personalidad desdibujada, a contrapelo de las marcas
individuales. Digámoslo de una vez: Henrique es un buen muchacho, qué vamos a
hacer. Es el tipo de hombre que uno no querría para una, sino para una
sobrinita que es muy hacendosa, muy callada ella.
La verdad es que
Henrique es un buen partido. Eso seguro. Probablemente no haya uno mejor en el
país porque Henrique es trabajador, es ahorrativo, es respetuoso con las damas,
es blanco, admira al Papa, es católico… ¿Cómo? ¿Henrique es católico? Pero si
su mamá es judía…
-A pesar de que
mi madre es judía -explica Capriles Radonski- y de que mi composición genética
es en un 75% judía, yo soy católico. Mis padres decidieron casarse por la
iglesia católica y asumieron el compromiso de formar a sus hijos en esta fe
hasta que tuvieran la edad de decidir. Yo decidí. Soy católico.
-¿Es
circunciso?
-Sí, lo soy.
Pero eso no tiene nada que ver con el rito religioso sino con una cuestión
sanitaria. Además, me lo hizo un médico, no un rabino.
Al
Señor, que me ilumine
El asunto de las
diferencias que separan a Capriles Radonski del político medio venezolano, ese
que se ha convertido en el anatema de la opinión pública en la actualidad, es
recurrente en el discurso del propio Henrique y de quienes se refieren a él
como figura curiosa. El joven se ha montado en la ola, robusta y vistosa, de
que no se allega a las funciones públicas por lambucio y ese solo hecho parece
ser asombroso. “Soy distinto básicamente en lo que a mí me motiva a estar
aquí”, confirma. “Mis intereses son diferentes. Yo no tengo necesidad económica
que me movilice a estar aquí. No soy rico pero nací en una familia que tiene
recursos”. Con esto Capriles quiere dejar claro que no se ha puesto donde haiga sino que tiene lo que él llama -muy
correctamente, por lo demás- vocación de servicio. “Me gusta servir desde una
posición pública y pro eso estoy aquí. Tampoco siento que le estoy haciendo un
favor a Venezuela por el hecho de estar en el Congreso. Yo aspiré venir al
Congreso, la gente me eligió y por eso estoy aquí”.
A ver: la gente
lo eligió diputado ante el Congreso Nacional (partiendo de una postulación por
el estado Zulia) pero luego resultó electo presidente de la Cámara Baja en una
carambola que dejó a todo el mundo patidifuso, empezando por él.
-¿Qué se
le vino a la mente cuando se dio cuenta de que se había convertido en el
presidente más joven de la Cámara de Diputados?
-Una de las
cosas lamentables de cómo la gente ve la política hoy por hoy es que cuando tú
tratas de ser sincero y dices las cosas como las piensas, nadie te cree y todos
piensan que es demagogia. Yo te podría decir que le recé a Dios y le pedí que
me iluminara. Y muchos pensarán que se trata de un discurso calculado para
hacerme una determinada imagen. La verdad es que yo creo mucho en el de arriba y, cuando surgió la posibilidad de que
yo fuera presidente de la Cámara (Baja) pensé que si eso se había dado era
porque el de arriba quería que yo estuviera en esa
posición y cumpliera con mi deber. Yo creo mucho en eso: si la vida me puso ahí
es por algo. Solamente el que
está arriba sabe cuál es mi
verdadera vocación, cuál es mi verdadero interés al estar aquí. Es posible que
también mi familia lo sepa: ellos saben que esto no es un capricho y que yo
pudiera estar dedicado a otras cosas.
-¿Se
asustó?
-Por supuesto
que estaba asustado pero también pensaba: si la vida me puso en este escenario,
por algo será. Y lo único que le pido a Dios es que me ilumine y que me ayude a
mantenerme siempre sujeto a mis principios.
-¿Hasta
qué posición lo orientan sus principios?
-No tengo
ambiciones desmedidas y si mañana me toca ocupar una posición menos relevante
que ésta no lo veré como un descenso sino como una experiencia más. Yo quiero
resultados, no me veo a mí mismo como un orador de oficio.
-Dado
que tiene usted excelentes relaciones con sus primos Capriles, incluida la rama
que está dedicada a la prensa, ¿ha sentido la tentación de dedicarse al
periodismo?
-El periodismo
es una de las carreras que siempre me han llamado la atención y cuando me tocó
decidirme por un oficio pensé seriamente en el comunicador social. Pero me hice
abogado. Y ahora, bueno, no digo que no me acercaría a la Cadena Capriles, digo
que no lo he pensado. Yo pienso básicamente en la política porque nací para
esto, para hacer política de una manera diferente. Una de las cosas que aplaudo
del presidente Chávez es que reanimó a la gente; la política empezó a vivir
otra vez. Y dentro de ese cambio de escenario, vendrá una participación de la
sociedad civil, de la gente y no de los politiqueros de oficio. Yo siento
respaldo de la gente, no de ninguna organización política y mucho menos de un
cogollo.
En plan
mochilero
Como es
evidente, Henrique Capriles Radonski nació el once de julio de 1972. Mide un
metro 76 centímetros; pesa 72 kilos; usa camisas con cuellos número 15 y gasta
con pasmosa frecuencia zapatos número 9 y medio. Para mantener esa estampa de
torero, va al gimnasio con cierta periodicidad. Pero no es probable que engorde
porque Capriles no es hombre de excesos, es más bien austero, rayano en lo
frugal: come poco (su almuerzo suele consistir en una hamburguesa que compra en
algún puesto de comida rápida de las inmediaciones del Congreso); su trago
habitual es un ron con soda que trasiega sólo en fiestas; no come carnes;
detesta la mayonesa y no admite salsas en sus sándwichs; tampoco tolera las
frituras. No toma bebidas achocolatadas y en cambio adora los cereales. En una
palabra: es maniático con la comida. No es de extrañar que no le guste cocinar.
Su número
cabalístico es el once. Lo persigue en números de vuelo, de asiento de avión,
de habitación de hotel y cuando se pone al borde de una ruleta. También lo
procura cuando se juega un kino y algún terminal. Pero Henrique no tiene
demasiada suerte en el juego (él comenta, muy pizpireto, que debe ser porque la
tiene en el amor). En fin, Henrique no toma vitaminas (lo único raro en él). No
fuma, nunca lo ha hecho. Nunca ha consumido drogas “ni he tenido curiosidad.
Alguna gente dice que si no has fumado mariguana no has vivido. Pero no creo en
eso para nada”.
-¿Ha
vivido?
-¿Yo? Oye,
bastante. Baste mencionar que conozco casi todo el mundo. He viajado mucho, he
tenido esa suerte.
-¿En
plan Holliday Inn?
-Para nada. Una
vez hice un viaje por toda Europa en plan mochilero. Estuve en 37 ciudades
europeas y lo recuerdo como una experiencia extraordinaria.
Yo tengo
mi carnet
Cualquier día de
éstos abrimos el periódico y encontramos a Henrique vestido de novio al lado de
Natalia Gómez (una de sus metas es formar un hogar y tener hijos) y ya hace
cuatro años que sale con esta espigada administradora que “me da absoluto
respaldo en mi trabajo”.
Henrique ignora
qué cosa es la Fania All Star. Ni tiene por qué
saberlo porque cuando la Fania difundía la música del que está arriba, para
usar sus palabras, él se babeaba en la ropa al cambiar de dentición. Muy
vagamente recuerda que Celia Cruz es cantante; jamás ha visto a Sandro en
televisión ni sabe qué cantaba el argentino del inmenso copete. De Joselito no
había oído ni hablar y tampoco de Marisol. Todo esto para concluir que Henrique
es distinto también porque tiene otras referencias culturales.
-Me puedes
preguntar por Aditus -concede- pero no por mucho más porque
no soy amante de la música. Bueno, cuando voy a una discoteca bailo pero no soy
de los que tienen pegado en su cuarto un póster de Guns and roses o de Kiss o de Queen.
Lo dicho:
Henrique no es el hombre que en una noche de rumba se quisiera para una; sino
para cierta cuñada parapléjica, muy devota de San José y admiradora del doctor
Caldera ella.
Pero hay algo
que Henrique tiene y que despierta la codicia del personal: lejos de participar
de la carnetocracia del puntofijismo, él practica la carnetocracia del Circuito Radonski -el negocio
familiar- porque ostenta un cartoncito que le permite pasar olímpico frente al
colector de boletos. Henrique, pila de envidiosos, no paga en el cine y se
limita a pasar ante la taquilla con cara de junior y ese cuerpo de jockey. Y
hasta pudiera sacarles la lengua a los empleados sin consecuencias (cosa que él
no haría jamás porque Henrique no es de ésos). En fin, que pueden pasar sin
pagar tanto él como su acompañante.
Henrique encarna
las fantasías de las chicas: ¡un muchacho tan bonito, abogado y todo, que
traspone las puertas de los cines como un emperador y que sólo se detiene para
comprar un carretón de cotufas…!
-Cotufas no
-aclara Capriles- muy grasosas, muy saladas, no sé. Lo único que llevo a la
sala es un tobo de refrescolight, porque el otro me resulta demasiado
dulce.
Lo que tú digas,
papi. Henrique no tiene miramientos para desechar lo que no le gusta o lo que
le molesta. Y como es alérgico a tantas cosas: a las alfombras, a los
chocolates, al polvo… Qué vaina. Todo el tiempo anda con dificultades
respiratorias, a veces tan agudas que tiene que respirar por la boca.
-O sea,
que usted ronca.
-Bueno, no. A
veces.
-Cómo lo
sabe. ¿Quién se lo ha dicho? Tengo entendido que usted es soltero.
-Mi mamá no es
que duerma a cinco cuadras de mi habitación. Yo duermo en mi casa y mi
habitación queda muy cerca de la mi madre. Si yo roncara ella me lo diría.
-¿Y
acaso usted siempre duerme en su casa?
-Absolutamente.
Salvo que me haya metido una parranda hasta las seis de la mañana. Pero si la
parranda termina a las tres de la mañana, voy a mi casa a dormir. Yo respeto mi
casa. Respeto a mi papá y a mi mamá; mientras viva con ellos acato las normas
de la casa. Alguna vez, mientras era estudiante universitario, permanecí fuera
toda la noche preparando algún examen. Pero de ahí a otra cosa, ¡ninguna! Soy
una persona seria.
-Pero
serísima.
-Lo que no
implica que no he vivido.
-A que
no se ha disfrazado.
-Pues fíjate que
sí. Ya crecidito, pasados los 20, fui a varias fiestas disfrazado de
cavernícola.
-Claro,
van a decir sus detractores, de que más se va a disfrazar un hombre tan
conservador y encima copeyano.
-Eso no es
justo. Ha sido tradicionalmente una característica de Copei tener una élite
intelectual. En Copei hay mucha gente preparada y eso lo saben todos los
venezolanos. De todas formas, no soy copeyano.
¿Y le
gusta la música llanera?
-Eso sí que no.
Publicado
en la Revista Exceso, en junio de 1999