Maldigo la hora y el momento en los que
mansamente me dejé persuadir por Pedro Ruiz sobre la locación y el reparto de
un mediometraje que narraría la travesía de Gallegos al Apure para nutrirse de
la atmósfera del llano que luego le permitió escribir Doña Bárbara, referencia
todavía insuperable de la literatura venezolana.
Se
aproximaban los primeros 80 años de su publicación y decidí escribir un guión
en el que un Santos Luzardo a bordo de un bongo en marcha fuera narrando
documentadas y falsas travesías de Gallegos en la búsqueda de Doña Bárbara.
Escribí
mi vaina y por ahí la tenía, hasta que se lo comenté y envié a Pedro, quien al
leerlo me preguntó que si lo podía dirigir. A los quince días estaba en
Venezuela con su aparataje de filmación para comenzar el rodaje.
Para Santos Luzardo yo había pensado en el
camarada Julio Ramos, un muchacho buenmozo de Valle de La Pascua que tiene años
diciéndome que él apareció un microsegundo como extra tumultuario en una película
de Chalbaud llamada Pandemonium. Desde entonces se creía secretamente
actor de la gran pantalla y siempre se la pasaba comentándomelo lleno de
nostalgia.
Para
evocar las llanuras y temporales galleguianas yo había estimado que con un buen
trabajo fotográfico me bastaría la represa de El Corozo en Valle de La Pascua,
pero si conseguía voluntarios podía trasladar la producción a las riberas del
Orinoco bien por Caicara del Orinoco, bien hacia los lados de Zuata, entrando
por Espino.
Nada de eso. Pedro
ordenó mediante una sugerencia que la cosa fuera en el propio Apure, y con un
actorazo y solidario amigo suyo, que a Julio lo dejaríamos como uno de los
vegueros que en uno de los caseríos ribereños orientaría al intrépido Santo
Luzardo.
Pedro sacó cuentas y presupuestos.
Formó un grupo al que agregó a Edgardo Lanz y a Lisandro Rojas, además del
actor, quien viajaría un día después en su propio carro. Yo todavía no sabía
quién era el misio. Se dispuso que cada uno llevara determinada cantidad de
billetes y un chinchorro en su mochila para pernoctar tal como la habrá hecho
el mismísimo Gallegos.
En
una vieja camioneta Caribe de una ex ama de Pedro nos chupamos los 390
kilómetros que distan del kilómetro 00 nacional hasta San Fernando de Apure,
justo en la redoma Páez, luego de cruzar el río Apure a través del viejo puente
María Nieves, que une a Guárico con Apure. La ruta es por La Encrucijada, Cagua
y La Villa, San Juan de Los Morros y Dos Caminos, Calabozo y Camaguán, que está
pegado de San Fernando.
Decepción.
Hemos llegado casi arrancando el verano y el ser sublime que habita a Pedro
dijo que no, ese no era el lugar que había imaginado. Nos quedamos un día para
rastrear mejor, al cabo del cual el ánimo de Pedro seguía predispuesto contra
San Fernando.
Una conquista de Lanz en la redoma del Negro Primero indicó que si
seguíamos hacia abajo, encontraríamos el puente y el monumento a Marisela.
Eureka, gritó Pedro. Y a la mañana siguiente arrancamos hacia Biruaca, vecina
de San Fernando, rumbo como quien va hacia Cunaviche, en el municipio Pedro
Camejo, que se extiende de norte a sur por una recta prolongada de 230
kilómetros hasta desembocar al Orinoco frente a Puerto Páez, como supimos
después. De Puerto Páez a Puerto Ayacucho habrá 80 kilómetros, insertó Lanz,
con la manifiesta intención de que las escenas se rodaran más bien entre selva
y rocas milenarias. Todo un despropósito impulsado por ese regionalismo
desmedido de Lanz, quien siendo nativo del estado Bolívar cree a pie juntillas
y defiende que el ADN del Orinoco es bolivarense.
Puerto
Páez es un pueblito venezolano de unos 6 mil habitantes. Es parada ineludible
para quien se dispone a llegar a Amazonas. De Puerto Páez se cruza en una
chalana que es llevada por un remolcador en cinco minutos hasta Puerto Nuevo,
alias El Burro, un brazo del estado Bolívar que triangula con Apure y Amazonas,
además de Colombia, porque al oeste de Puerto Páez atravesando el río Meta (que
en ese punto le desemboca al coloso Orinoco) queda Puerto Carreño, una
población de 60 mil colombianos y capital del departamento El Vichada. Se trata
de una comunidad integrada en la que lo mismo se aceptan bolívares que pesos,
en una proporción de poco más que dos a uno a favor de la moneda colombiana.
Mientras
hacemos la travesía en la chalana, Lanz aborda una colombianita encargada de
vender los dulces producidos en la hermana república. El galán alega que la
dejó flechada y queda ilusionado de
cobrar ese romance a la vuelta.
LA PETRIFICADA BELLEZA DE MARISELA
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