jueves, febrero 24, 2005

En Nueva York era la protesta

La última vez que vi a Jofre, era una inmensidad de hombre. La penúltima vez habíamos hablado en El Rosal. Le zampábamos a par de bichas de McDonald' s y por entonces planificábamos cómo atracar al discapacitado del callejón La Puñalada que vendía tarjetas telefónicas usadas que por entonces la gente tenía fiebre de coleccionar. Jofre arrebataría el álbum y correría en zancadas hasta la Casanova, en cuya esquina yo recibiría el botín, lo metería en mi bolso de bluyín y caminaría a contrapelo haciendo notar más todavía mi cara de güevón.
La penúltima vez casi paramos huesos en prisión. Ex profeso se había levantado un pure marico en uno de los botiquines de Las Mercedes, a quien luego del latazo de rigor pudo birlarle unos cheques de su chequera.
Nos citamos al día siguiente en Sabana Grande a las 6 y 30 de la mañana. Andaba alterado porque tenía dos cheques que urgíale hacer efectivo apenas el maldito banco abriera su puerta. No quiso contar cómo obtuvo esa aproximación a la firma del pato (supongo que ahorró contar los detalles más íntimos de la noche de anoche), pero había garrapateado algo que él aseguraba va y pasaba por la firma del maricón.
Quería llegar dos horas antes para, en la panadería vecina, detectar a un cajero cagatintas y emburrarlo con una coba. Lo abordó con esa facilidad para caerle bien a la gente y casi que pasaron juntos, uno detrás del otro. Quién sabe el mojón que le metió al tipo, pero el cajero prometió pagarle los cheques sin revisar tanto la firma.
Media hora después (yo esperaba afuera, ese era siempre mi triste papel) salió despavorido casi con unas esposas en las manos, porque las firmas no sólo resultaron muy chimbas, sino que el culoalegre de Las Mercedes resultó ser un gerente de banco que esa misma noche, una vez saciado, había hecho el reporte del extravío de sus cheques. Pero la última vez nos encontramos en Nueva York. Hablamos cinco minutos, pues estaba retrasado en su propósito de asistir a la marcha que ese día realizarían por calles de la Gran Manzana la Asociación de Obesos de Estados Unidos en contra de la multinacional y multicalórica McDonald's. Fue la última vez que lo vi... era una inmensidad de hombre, casi infinito (...)

miércoles, febrero 23, 2005

Sigamos adelante

Ayer de nochecita hablaba con un amigo de la infancia que no sé por qué andaba con una citadera de sus años infantiles. Que si representó a Carabobo no sé cuantas veces en el seleccionado de beisbol que iba a los Juegos Nacionales, que si formaba parte del equipo de natación de quinto años... y así, hasta ser hoy en día un frustrado Grande Liga que no soportó el escrutamiento de un gringo que lo evaluó en una granja que los Marineros tienen por Güigüe.
Permanecí callado durante todo el acto de evocación. Luego de la despedida, hice retrospección y quise averiguar la razón de fondo que me mantuvo silente. No encontraba una razón verdadera al hecho de que no pudiera yo esbozar a flor de piel hazañas deportivas de mi juventud inicial.
Pero esta mañana tropecé con un razonamiento que me parece explica de modo genuino mi desinterés. Ocurre que al esforzar la memoria, mi recuerdo recurrente no es una imagen. Es un sonido, un coro. De mis años primarios en la escuela, lo que más sacude mi mente es un cántico deleznable: ¡Eso no importa, eso se repara, sigamos adelante que no ha pasado nada!

miércoles, febrero 16, 2005

Frase verídica



"Alí Primera define la calidad del proceso revolucionario". José Vicente Rangel.

lunes, febrero 14, 2005

La manzana se pasea...

Vainas de la vida, el pasado viernes llegaron a mis manos dos entradas para un concierto que Ilan Chester daría en el teatro Teresa Carreño. El Ilan de siempre, el buen, el bueno de Ilan: sus canciones de los 80, su piano, su cuerpo ahora regordete pero antes raquítico, sus lentes correctivos de ahora y sus culos de botella de antes. El órgano y el piano de antes y los de ahora. El talento eterno. Qué manera tan arrecha de reecontrarse con el alma de uno.
Ilan echó un paseo por su reporterio. Satisfizo con todos los temas. A mitad de camino la asistencia la pidió Cerro Ávila y él, desdoblando juguetonamente la voz, dijo que esa era la última, ni güevón que fuera.
Así, canción tras canción, el público (que alcalzaría el 40 por ciento de la capacidad del Teresa) se hacía cómplice del bien llamado músico de Venezuela, quien también es bueno contando chistes.
Temas de la Onda Nueva desde luego que brillaron por su presencia. En un plasma colocado al final del escenario, se observaba al Ilan de hace 25 años. Patético. Claro, patético ahora que uno lo ve con ojos modernizados, pero en el 83, 84 y 85, ese esperpento de hombre hacía del delirio de las pavas venezolanas.
El momento carcajeante de la velada (apartando todo lo carcajeante que puede ser Ilan en sí mismo) fue la presentación al público de un cuatrista excepcional que acompañó al músico de Venezuela a la hora de los temas de la Nueva Onda. "Es verdad, los amores que se tienen en la vida, nunca se olvidan, son aromas que se quedan en el aire, y una estela de fragancia van dejando..." Momento cumbre. El chamo del cuatro hizo sonar su instrumento como si de toda una orquesta de instrumentos de cuerdas se tratara.

Ilan admitió haber conocido al chamo hace poco. Lo llamó al centro y le alabó su talento. Se enredó un poco para informar a la audiencia que el cuatrista era su imitador. Dos canciones fueron suficientes para demostrarlo y hacer doblar de la risa a los asistentes.

El cuatrista no sólo imita perfectamente la voz de Ilan, sino incluso el tono, el tempo. Imagínese el lector a Ilan lento e bola entonado el estribillo "la manzana se pasea de la mesa al comedor, no me piques con cuchillo pícame con tenedor".
Luego otra: "Mi burrito sabanero va camino de Belén, si me ven, si me ven, voy camino de Belén". Ilan mata el ritmo de estas canciones que corren en la Fórmula Uno.
Y vino Cerro Avila. Momento de reflexión. ¿En verdad no hay ningún símbolo que caracterice al caraqueño? Ahí estaba Cerro Avila para proponerse. La gente escucha el tema y sale impulsada de sus asientos frenéticamente a revolcarse con algo que le pertenece. Los caraqueños encuentran en Cerro Avila la mejor forma de materializar una pertenencia, reflejar un modo de ser, una manera de pensar. Nada define mejor a esta capital que su cerro. No en vano a la gente le pica el culo tan arrechamente cuando escucha la canción de Ilan. No de gratis Ilan sabe que debe reservársela para el fin, para que su público se vaya rememorando la letra, analizándose a sí mismo. Queriendo, amando y gimoteando por esta infernal capital.

pd:
Los caza crónicas

De modo casi que natural, uno asiste a estos eventos con otros ojos. El inconsciente siempre nos dice que no hay acontecimiento que no sea susceptible de una buena crónica. Así que en esa onda andábamos en ése y todo evento.
Pero apenas estábamos entrando, advertimos a un rival que alguna fama de buen cronista tiene. Iba en actitud de cazar una crónica. Se le veía en los ojos, es la mirada esquiva.
Se sentó en el ala derecha entre los primeros puestos. Andaba solo. Se caló todo el concierto inconmovible en su puesto. Apenas se asustó cuando Ilan convocó al escenario a los tamboreros de Herencia para que le hiceran acompañamiento en una canción. Todo el mundo empezó a mover el rabo, y él, temeroso de quedar en evidencia en primera fila de no moviendo el esqueleto, se replegó hacia la parte de arriba a observar desde allí la aclamación de ¡otra, otra, otra! Se despidió el músico y el cronista se internó hacia el centro del teatro como buscando calor, como buscando escuchar algún comentario con el que alimentar su crónica. Como buscando escuchar ¡Ilan, toma mi cuca, cógeme! Vino el fuego del tambor final y ahí sí que huyó el cronista.
Era Enrique Rondón Nieto.

jueves, febrero 03, 2005

Cabrujiano, por siempre

Soy lo mucho o lo poco -o lo nada- que soy porque un día providencial de mi vida descubrí que José Ignacio Cabrujas existía. A lo mejor yo había oído hablar de él, o de sus novelas, o lo había visto en pantalla. Por descubrir digo que en una ocasión me tropecé con sus crónicas en El Nacional. Nunca más volví a ser el mismo (..)

Por aquel entonces (mal) habitaba yo en Valencia, sin orientación, sin bitácora de vida. Y apareció el remolino de Cabrujas a empujarme, a afianzarme como ser humano profundamente atormentado en su interioridad. Cabrujas empezó a enseñarme el país (..)

No había sábado en la vida que yo no saliera a matar por un ejemplar de El Nacional (juro que es literal). Y después de consumir la crónica de Cabrujas, organizaba la vida en función de esperar la siguiente con desbordada ansiedad.

Fui conociendo al país, los hechos, los personajes, la historia, las injusticias... fui creándome importantes, sólidas referencias de vida, del pasado, del presente, del futuro. Empecé a garrapatear, a querer escribir como él, a copiarlo. Me hizo irónico, punzante, corrosivo, miserable. ¡Qué bien!

Me convertí en coleccionista de las viejas crónicas, las que no tenía, las que no había leído. Arquélogo de Cabrujas, eso. Obtuve muchas cosas viejas, igual de fascinantes. Hasta agarré con el pana Pedro Ruiz e hicimos una chorrera de entrevistas a la gente de Cabrujas pensando en un documental cuando cumplía cinco años de muerto. Allí están Román Chalbaud, Tania Sarabia, Gustavo Rodríguez, Franklin Virgüez... estaba Rafael Briceño...Laureano Márquez... Qué bueno sería, Pedro, si por fin hiciéramos ese libro.
Y "El país según Cabrujas" no ha sido más que mi biblia de consulta para cuando la vida me desorienta. Cuando ello ocurre, muy al estilo del evangélico con su bibilia, abró un artículo al azar y allí está el alivio, la calma. Cabrujas es un vicio. Más que eso: una obligación.


Quise escribir estas tres líneas porque acabo de leer en el periódico que Yoyiana Ahumada -a quien dejé en herencia casi toda la arquelogía cabrujiana que recolecté- dictará un seminario auspiciado por la Fundación Cultura Urbana denominado: "Cabrujas: ese ángel terrible. Vigencia de un diálogo con el país".

Por favor, que alguien me haga la caridad de pedirle a Yoyiana que me invite.






martes, febrero 01, 2005

¡Eureka!

¡Qué arrecho es el poder!