Hace unas noches estaba escuchando en Globovisión una entrevista que le hacían a Soledad Bravo, una muy buena cantante venezolana que toda su vida ha vivido a costillas, principalmente, del trabajo creador de Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, insignias de la trova cubana, nada menos.
Soledad ahora no cree en lo que pregonaba en sus cantos, no cree en el poema del son desangrado y hasta se permitió cantar esa noche la canción El elegido, de Silvio. No dejó de causarme una leve irritación arrítmica reconocerla tan pitiyanki (que está en su derecho) y tan elegida, porque hay que estar descompuesto mentalmente para entonar El elegido tan bellamente y al mismo tiempo andar diciendo que estamos en una dictadura encubierta.
Le hice estos comentarios sueltos a una amiga, quien se atragantó con la empanada que engullía para decirme que yo no había visto llaga, porque la muy Soledad hace un tiempito que había tenido las santas de dedicar, escúchese bien, dedicar, la canción de El elegido a Nixon Moreno. Mi arrechera ascendió a la escala de pre infarto.
Como se sabe (cosa de la que él se ha quejado), toda canción de Silvio se desparrama en múltiples y libres interpretaciones, cada cual más loca e infundada (como aquella de que con el unicornio azul se estaba refiriendo a su anhelo por un bluyín; o como que con Te doy una canción estaba suplicando por el polvillo). Lo que demuestra que sus canciones son poemas monumentales, capaces de habitar a cada persona con un ADN personalísimo.
Una que otra aclaratoria ha hecho Silvio al respecto. Por ejemplo, que efectivamente en 1969 compuso quizá su poema más nostálgicamente desgarrador y amoroso como lo fue De la ausencia y de ti (un título que por sí sólo nos vuelve mierda a los melancólicos), dedicado a una mexicana que en La Habana le esguachingó el corazón (actualmente son panas). Que esta canción sea clasificada por el mismo Silvio como una de las más nostálgicas, hay que echarle bolas, siendo que cada verso que este caballero canta es una nostalgia en sucesión.
Otra aclaratoria de Silvio se corresponde a otro tema suyo descifrado igualmente en 1969, e inspirado en los sucesos acaecidos el 26 de julio de 1953 en el cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, cuando más de 100 guerrilleros combatientes contra la dictadura de Fulgencio Batista se vieron frustrados en el asalto al cuartel Moncada.
Uno de los líderes de aquella acción heroica fue Abel Santamaría, quien cayó preso en el asalto en su responsabilidad de tomar el hospital civil.
El descalabro lo puso en manos de sus enemigos, quienes lo torturaron para que delatara a sus compañeros. A los 26 años, y habiendo dejado de lado una vida colmada de suficiencias, aguantó serenamente la tortura, que comenzó a palos y prosiguió con la quema de uno de sus brazos; luego sus ejecutores le sacaron un ojo y Abel soportó estoicamente este salvajismo. Y murió sin abrir la boca. Semejante actitud la de su hermana Haydee (bienaventurada, con los años, de la Casa de Las Américas y madre putativa de los rebeldes de la nueva trova –en realidad, la dedicatoria de Silvio fue para ella-), a quien pusieron a escuchar y ver las torturas a su hermano para que fuera ella quien delatara. No lo lograron y aquel capítulo familiar quedó sellado para siempre en la memoria de los pueblos de América Latina, que honra con el recuerdo a sus mártires.
Del gesto indescriptible y sublime y bello y espeluznante de Abel, quedó su legado para la historia de la Revolución Cubana, que lo reconoce como a uno de sus héroes. Quince años después, Silvio le compuso, a bordo de la flota cubana de pesca, El elegido, que esta coñitoesumadre de Soledad Bravo ha venido a profanar dedicándosela al delincuente de Nixon Moreno.
Soledad ahora no cree en lo que pregonaba en sus cantos, no cree en el poema del son desangrado y hasta se permitió cantar esa noche la canción El elegido, de Silvio. No dejó de causarme una leve irritación arrítmica reconocerla tan pitiyanki (que está en su derecho) y tan elegida, porque hay que estar descompuesto mentalmente para entonar El elegido tan bellamente y al mismo tiempo andar diciendo que estamos en una dictadura encubierta.
Le hice estos comentarios sueltos a una amiga, quien se atragantó con la empanada que engullía para decirme que yo no había visto llaga, porque la muy Soledad hace un tiempito que había tenido las santas de dedicar, escúchese bien, dedicar, la canción de El elegido a Nixon Moreno. Mi arrechera ascendió a la escala de pre infarto.
Como se sabe (cosa de la que él se ha quejado), toda canción de Silvio se desparrama en múltiples y libres interpretaciones, cada cual más loca e infundada (como aquella de que con el unicornio azul se estaba refiriendo a su anhelo por un bluyín; o como que con Te doy una canción estaba suplicando por el polvillo). Lo que demuestra que sus canciones son poemas monumentales, capaces de habitar a cada persona con un ADN personalísimo.
Una que otra aclaratoria ha hecho Silvio al respecto. Por ejemplo, que efectivamente en 1969 compuso quizá su poema más nostálgicamente desgarrador y amoroso como lo fue De la ausencia y de ti (un título que por sí sólo nos vuelve mierda a los melancólicos), dedicado a una mexicana que en La Habana le esguachingó el corazón (actualmente son panas). Que esta canción sea clasificada por el mismo Silvio como una de las más nostálgicas, hay que echarle bolas, siendo que cada verso que este caballero canta es una nostalgia en sucesión.
Otra aclaratoria de Silvio se corresponde a otro tema suyo descifrado igualmente en 1969, e inspirado en los sucesos acaecidos el 26 de julio de 1953 en el cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, cuando más de 100 guerrilleros combatientes contra la dictadura de Fulgencio Batista se vieron frustrados en el asalto al cuartel Moncada.
Uno de los líderes de aquella acción heroica fue Abel Santamaría, quien cayó preso en el asalto en su responsabilidad de tomar el hospital civil.
El descalabro lo puso en manos de sus enemigos, quienes lo torturaron para que delatara a sus compañeros. A los 26 años, y habiendo dejado de lado una vida colmada de suficiencias, aguantó serenamente la tortura, que comenzó a palos y prosiguió con la quema de uno de sus brazos; luego sus ejecutores le sacaron un ojo y Abel soportó estoicamente este salvajismo. Y murió sin abrir la boca. Semejante actitud la de su hermana Haydee (bienaventurada, con los años, de la Casa de Las Américas y madre putativa de los rebeldes de la nueva trova –en realidad, la dedicatoria de Silvio fue para ella-), a quien pusieron a escuchar y ver las torturas a su hermano para que fuera ella quien delatara. No lo lograron y aquel capítulo familiar quedó sellado para siempre en la memoria de los pueblos de América Latina, que honra con el recuerdo a sus mártires.
Del gesto indescriptible y sublime y bello y espeluznante de Abel, quedó su legado para la historia de la Revolución Cubana, que lo reconoce como a uno de sus héroes. Quince años después, Silvio le compuso, a bordo de la flota cubana de pesca, El elegido, que esta coñitoesumadre de Soledad Bravo ha venido a profanar dedicándosela al delincuente de Nixon Moreno.
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