Sigo milimétricamente el desenlace de la elección presidencial en Chile, a cumplirse en diciembre. Lo vigilo porque por primera vez en la historia de ese anquilosado país (Allende aparte) se registra una falla sísmica en su estructura social por el surgimiento del fenómeno encarnado por el jovencísimo Marco Enríquez Ominami, que tiene a la disfrazada Concertación aterrada y tirando desesperados puentes ¡al Partido Comunista! para que le arrime sus votos.
Una reciente encuesta, que los chilenos consideran decisiva, indica que el derechista Sebastián tiene 36 por ciento de simpatías y se da como un hecho que pasará a una segunda vuelta, porque está lejos de una mayoría absoluta. Los resultados ubican al dinosaurio de Eduardo Frei con 26 por ciento, acechado por Enríquez, quien sacó 20 por ciento, aunque su ascenso es sostenido y su pase al balotaje queda a tenor de arrebatarle dos puntos en un mes al petrificado de Frei.
El cercano triunfo de Enríquez, incluso su solo pase a la segunda vuelta, puede significar un eficaz mensaje a los hermanos colombianos de que ellos también pueden emanciparse.
El escenario chileno puede ajustar o desajustar tuercas en la América Latina. Si gana la derecha, se reagrupará con Panamá y Perú y Colombia. De hecho, estos aspavientos de Alan García por el espía no son sino una pueril estrategia por intentar llevar agua al molino de Piñera.
Pero si Enríquez termina de emerger, otros serán los amaneceres latinoamericanos, porque en sí mismo, por su irreverencia y sus críticas a la vieja clase política, se erigirá como emblema de los nuevos tiempos que reclama la América Latina: renovación radical.
Cada vez que ocurre un señal como la que Enríquez significa, se emite un mensaje tácito y telúrico a los pueblos oprimidos por las oligarquías.
Algunas veces, cuando me encuentro vacío, cuando no acude la expresión, cuando, después de garrapatear largas páginas, me doy cuenta de que no he escrito ni una frase, entonces me dejo caer en mi lecho y me quedo allí tendido, absorto, caído en un abismo de desesperación interna. Gustave Flaubert a Luise Colect (24 abril 1852).
martes, noviembre 24, 2009
martes, noviembre 17, 2009
Ernesto Villegas se equivocó
Ernesto se equivocó de largo al calcular que la sala José Félix Ribas del Teresa Carreño sería espacio suficiente para albergar a sus invitados que el miércoles pasado acudieron a la presentación de su libro “Abril, golpe adentro”.
La convocatoria era a las seis de la tarde, pero mucho antes me cuentan que ya había una enorme cola de gente. Yo llegué a las seis y media y había una aglomeración (un tumulto) de personas en la entrada de la sala, cosa que al voleo atribuí al hecho de que los trabajadores del teatro hubieran saboteado el ingreso, virtud de los cartelones pegados en las paredes exigiendo reivindicaciones contractuales.
No. Ese gentío era el que se había quedado afuera, pues en la José Félix Ribas ya no cabía un alfiler. Esta inusual circunstancia llevó a Ernesto a salir y primero bautizar su libro entre la muchedumbre que afuera anhelaba ingresar. Luego regresó e hizo un segundo acto formal. Los ejemplares que estaban vendiendo en las afueras, no duraron un suspiro. Ojalá que de verdad Mercedes Chacín haga sus mejores esfuerzos por conseguirme uno.
Que yo sospeche, ningún escritor (u ensayista) de este país es capaz de llenar medianamente ese recinto. Porque colmarlo significa que estamos en presencia de un best sellers. Creo, de hecho, que el único que puede hacerlo es Chávez. Yo he estado en ese mismo lugar para otros bautizos y aquello siempre ha estado escaso de gente.
Por tanto, imagino que esa noche Ernesto no pudo conciliar un buen sueño de tan abrumado por tan abrumadora e inesperada pero afortunada respuesta, seguramente fruto de la confianza que ha sabido ganarse en el desempeño de su oficio periodístico y del cariño labrado con la gente.
Ya quisiera un político de cualquier pelaje tener esa convocatoria que arrastró Ernesto el miércoles. Por tanto, la primera reedición va a tener que presentarla en El Poliedro.
La convocatoria era a las seis de la tarde, pero mucho antes me cuentan que ya había una enorme cola de gente. Yo llegué a las seis y media y había una aglomeración (un tumulto) de personas en la entrada de la sala, cosa que al voleo atribuí al hecho de que los trabajadores del teatro hubieran saboteado el ingreso, virtud de los cartelones pegados en las paredes exigiendo reivindicaciones contractuales.
No. Ese gentío era el que se había quedado afuera, pues en la José Félix Ribas ya no cabía un alfiler. Esta inusual circunstancia llevó a Ernesto a salir y primero bautizar su libro entre la muchedumbre que afuera anhelaba ingresar. Luego regresó e hizo un segundo acto formal. Los ejemplares que estaban vendiendo en las afueras, no duraron un suspiro. Ojalá que de verdad Mercedes Chacín haga sus mejores esfuerzos por conseguirme uno.
Que yo sospeche, ningún escritor (u ensayista) de este país es capaz de llenar medianamente ese recinto. Porque colmarlo significa que estamos en presencia de un best sellers. Creo, de hecho, que el único que puede hacerlo es Chávez. Yo he estado en ese mismo lugar para otros bautizos y aquello siempre ha estado escaso de gente.
Por tanto, imagino que esa noche Ernesto no pudo conciliar un buen sueño de tan abrumado por tan abrumadora e inesperada pero afortunada respuesta, seguramente fruto de la confianza que ha sabido ganarse en el desempeño de su oficio periodístico y del cariño labrado con la gente.
Ya quisiera un político de cualquier pelaje tener esa convocatoria que arrastró Ernesto el miércoles. Por tanto, la primera reedición va a tener que presentarla en El Poliedro.
miércoles, noviembre 04, 2009
Artistas fachos
Tim Robbins, Sean Penn, Kevin Spacey, Plácido Domingo, Andrea Bocelli, Oliver Stone, Naomi Campbell, Benicio del Toro, Danny Glover, Benicio del Toro, Michael Moore, Courney Love...
La sensibilidad de la flor y nata del entretenimiento mundial ha sido tocada por la Revolución Bolivariana. No así puertas adentro, donde un importante número de artistas se deja chantajear por Globovisión e imposta un lloriqueo, a pesar de lo inaudito que resulta ver a un país cultural que tiene que habilitar hasta plazas públicas porque la cantidad de obras supera a la capacidad de espacios.
Siempre que una sociedad entra en recesión, o cuando un país vive sumergido en una crisis, los artistas pasan hambre. En Venezuela todas las semanas hay cuatro y cinco monólogos nuevos y nunca país alguno había financiado la cantidad de películas que se han estrenado en Venezuela en los años recientes.
Pero nuestros artistas ni siquiera son capaces de analizar la relación entre el empuje de sus oficios y el bienestar del país. Creen que el público llena espontáneamente los sillones, sin comprender que es por una dialéctica social. Una nación que va mal en su economía tiene en sus actrices y actores los primeros desempleados, las víctimas protagónicas.
No sólo que están impedidos de comprenderlo, sino que entienden y se ufanan de lo contrario: ellos triunfan y se ganan el realero a pesar de la opresión. Es lo mismo que lo sucede a los humoristas: tienen diez años abarrotados de ganancias pero sin que les tiemble un músculo de la cara aseguran que se desempeñan en medio de una dictadura. Son los peores vaticinadores del fin de la libertad de expresión y encarnan, al mismo tiempo, la negación de ese anuncio.
Pero si alguien se asume chavista, enseguida le cae encima una aplanadora que no es otra cosa que una brutal censura. A esta locura del show business también sobrevive la Revolución Bolivariana.
La sensibilidad de la flor y nata del entretenimiento mundial ha sido tocada por la Revolución Bolivariana. No así puertas adentro, donde un importante número de artistas se deja chantajear por Globovisión e imposta un lloriqueo, a pesar de lo inaudito que resulta ver a un país cultural que tiene que habilitar hasta plazas públicas porque la cantidad de obras supera a la capacidad de espacios.
Siempre que una sociedad entra en recesión, o cuando un país vive sumergido en una crisis, los artistas pasan hambre. En Venezuela todas las semanas hay cuatro y cinco monólogos nuevos y nunca país alguno había financiado la cantidad de películas que se han estrenado en Venezuela en los años recientes.
Pero nuestros artistas ni siquiera son capaces de analizar la relación entre el empuje de sus oficios y el bienestar del país. Creen que el público llena espontáneamente los sillones, sin comprender que es por una dialéctica social. Una nación que va mal en su economía tiene en sus actrices y actores los primeros desempleados, las víctimas protagónicas.
No sólo que están impedidos de comprenderlo, sino que entienden y se ufanan de lo contrario: ellos triunfan y se ganan el realero a pesar de la opresión. Es lo mismo que lo sucede a los humoristas: tienen diez años abarrotados de ganancias pero sin que les tiemble un músculo de la cara aseguran que se desempeñan en medio de una dictadura. Son los peores vaticinadores del fin de la libertad de expresión y encarnan, al mismo tiempo, la negación de ese anuncio.
Pero si alguien se asume chavista, enseguida le cae encima una aplanadora que no es otra cosa que una brutal censura. A esta locura del show business también sobrevive la Revolución Bolivariana.
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