Sigo milimétricamente el desenlace de la elección presidencial en Chile, a cumplirse en diciembre. Lo vigilo porque por primera vez en la historia de ese anquilosado país (Allende aparte) se registra una falla sísmica en su estructura social por el surgimiento del fenómeno encarnado por el jovencísimo Marco Enríquez Ominami, que tiene a la disfrazada Concertación aterrada y tirando desesperados puentes ¡al Partido Comunista! para que le arrime sus votos.
Una reciente encuesta, que los chilenos consideran decisiva, indica que el derechista Sebastián tiene 36 por ciento de simpatías y se da como un hecho que pasará a una segunda vuelta, porque está lejos de una mayoría absoluta. Los resultados ubican al dinosaurio de Eduardo Frei con 26 por ciento, acechado por Enríquez, quien sacó 20 por ciento, aunque su ascenso es sostenido y su pase al balotaje queda a tenor de arrebatarle dos puntos en un mes al petrificado de Frei.
El cercano triunfo de Enríquez, incluso su solo pase a la segunda vuelta, puede significar un eficaz mensaje a los hermanos colombianos de que ellos también pueden emanciparse.
El escenario chileno puede ajustar o desajustar tuercas en la América Latina. Si gana la derecha, se reagrupará con Panamá y Perú y Colombia. De hecho, estos aspavientos de Alan García por el espía no son sino una pueril estrategia por intentar llevar agua al molino de Piñera.
Pero si Enríquez termina de emerger, otros serán los amaneceres latinoamericanos, porque en sí mismo, por su irreverencia y sus críticas a la vieja clase política, se erigirá como emblema de los nuevos tiempos que reclama la América Latina: renovación radical.
Cada vez que ocurre un señal como la que Enríquez significa, se emite un mensaje tácito y telúrico a los pueblos oprimidos por las oligarquías.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario