lunes, febrero 14, 2005

La manzana se pasea...

Vainas de la vida, el pasado viernes llegaron a mis manos dos entradas para un concierto que Ilan Chester daría en el teatro Teresa Carreño. El Ilan de siempre, el buen, el bueno de Ilan: sus canciones de los 80, su piano, su cuerpo ahora regordete pero antes raquítico, sus lentes correctivos de ahora y sus culos de botella de antes. El órgano y el piano de antes y los de ahora. El talento eterno. Qué manera tan arrecha de reecontrarse con el alma de uno.
Ilan echó un paseo por su reporterio. Satisfizo con todos los temas. A mitad de camino la asistencia la pidió Cerro Ávila y él, desdoblando juguetonamente la voz, dijo que esa era la última, ni güevón que fuera.
Así, canción tras canción, el público (que alcalzaría el 40 por ciento de la capacidad del Teresa) se hacía cómplice del bien llamado músico de Venezuela, quien también es bueno contando chistes.
Temas de la Onda Nueva desde luego que brillaron por su presencia. En un plasma colocado al final del escenario, se observaba al Ilan de hace 25 años. Patético. Claro, patético ahora que uno lo ve con ojos modernizados, pero en el 83, 84 y 85, ese esperpento de hombre hacía del delirio de las pavas venezolanas.
El momento carcajeante de la velada (apartando todo lo carcajeante que puede ser Ilan en sí mismo) fue la presentación al público de un cuatrista excepcional que acompañó al músico de Venezuela a la hora de los temas de la Nueva Onda. "Es verdad, los amores que se tienen en la vida, nunca se olvidan, son aromas que se quedan en el aire, y una estela de fragancia van dejando..." Momento cumbre. El chamo del cuatro hizo sonar su instrumento como si de toda una orquesta de instrumentos de cuerdas se tratara.

Ilan admitió haber conocido al chamo hace poco. Lo llamó al centro y le alabó su talento. Se enredó un poco para informar a la audiencia que el cuatrista era su imitador. Dos canciones fueron suficientes para demostrarlo y hacer doblar de la risa a los asistentes.

El cuatrista no sólo imita perfectamente la voz de Ilan, sino incluso el tono, el tempo. Imagínese el lector a Ilan lento e bola entonado el estribillo "la manzana se pasea de la mesa al comedor, no me piques con cuchillo pícame con tenedor".
Luego otra: "Mi burrito sabanero va camino de Belén, si me ven, si me ven, voy camino de Belén". Ilan mata el ritmo de estas canciones que corren en la Fórmula Uno.
Y vino Cerro Avila. Momento de reflexión. ¿En verdad no hay ningún símbolo que caracterice al caraqueño? Ahí estaba Cerro Avila para proponerse. La gente escucha el tema y sale impulsada de sus asientos frenéticamente a revolcarse con algo que le pertenece. Los caraqueños encuentran en Cerro Avila la mejor forma de materializar una pertenencia, reflejar un modo de ser, una manera de pensar. Nada define mejor a esta capital que su cerro. No en vano a la gente le pica el culo tan arrechamente cuando escucha la canción de Ilan. No de gratis Ilan sabe que debe reservársela para el fin, para que su público se vaya rememorando la letra, analizándose a sí mismo. Queriendo, amando y gimoteando por esta infernal capital.

pd:
Los caza crónicas

De modo casi que natural, uno asiste a estos eventos con otros ojos. El inconsciente siempre nos dice que no hay acontecimiento que no sea susceptible de una buena crónica. Así que en esa onda andábamos en ése y todo evento.
Pero apenas estábamos entrando, advertimos a un rival que alguna fama de buen cronista tiene. Iba en actitud de cazar una crónica. Se le veía en los ojos, es la mirada esquiva.
Se sentó en el ala derecha entre los primeros puestos. Andaba solo. Se caló todo el concierto inconmovible en su puesto. Apenas se asustó cuando Ilan convocó al escenario a los tamboreros de Herencia para que le hiceran acompañamiento en una canción. Todo el mundo empezó a mover el rabo, y él, temeroso de quedar en evidencia en primera fila de no moviendo el esqueleto, se replegó hacia la parte de arriba a observar desde allí la aclamación de ¡otra, otra, otra! Se despidió el músico y el cronista se internó hacia el centro del teatro como buscando calor, como buscando escuchar algún comentario con el que alimentar su crónica. Como buscando escuchar ¡Ilan, toma mi cuca, cógeme! Vino el fuego del tambor final y ahí sí que huyó el cronista.
Era Enrique Rondón Nieto.

1 comentario:

JRD dijo...

Buena crónica. Destila esa cosa que lo hace a uno dudar: ¿es o no es periodismo la crónica? Esta en particular sí que lo es; ¿qué tanto hay que exagerar para que las cosas dejen de ser registros ciertos y pasen a ser pura literatura (embuste bien conmtada)?. Pero sí, la crónica es periodística. Tanto, que en lugar de repertorio escribiste reporterio. El oficio en la punta de la lengua (o de los dedos de escribir).