Ahora que en estos últimos días he vuelto a ponerme obcecadamente reflexivo en torno a mi vida (más de un año sin entrar en esos pantanos horrorosos), la nostalgía ha empezado a matarme lentamente como un cáncer, lo que me ha llevado a tomar el ciego atajo de desempolvar lecturas pendientes (lo que a veces amplifica la nostalgia, pero no importa).
Así topé en la habilitada biblioteca de mi casucha con una novela que tenía pendiente hace años, cuando le oí decir a un profesor de la UCV (del que pasados los años ya no me fío tanto) que la novela "El viaje", de Sergio Pitol, sin duda que calificaba entre las obras señeras del paraje latinoamericano. La busqué y hete que al día siguiente la prensa revienta que Pitol ganó el Cervantes. Qué poder de invocación.
Ahí la tengo, a tiro, a mano, para cuando una noche de estas la nostalgía me mantenga vivo el sueño, asirla en penumbras y tomarla. Mientras ese capítulo sucede, evoco constantemente a "El viaje vertical" de Vila-Matas, una pieza verdaderamente deslumbrante.
Si a mí me pusieran boca a abajo y me dijeran que no me soltarán hasta que diga qué novela pondría yo sobre la mesa como obra maestra, con el perdón de mi ignorancia colocaría "El viaje vertical" (exceptúo para cualquier caso "Cien años de soledad").
Entre otros detalles porque me resulta un monumento a la nostalgia y a la originalidad. Leer ese viaje es aprender a amar a Lisboa, a Oporto. Vila-Matas sugestiona un amor sublime y lacerante hacia esas ciudades.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario