martes, agosto 14, 2007

Partida de nacimiento

Fin de semana de celebraciones públicas para los ministros. El domingo Ramón Carrizález se llevó las glorias, porque tiene bien encaminado el levantamiento de la ciudad socialista Camino del Indio. Y si eso no era mucho, Carrizález le metió el pecho a Ojo de Agua, después de que ministros y generales estuvieran años engañando al Presidente diciéndole que iban a resolver ese conflicto sin que nunca lo hicieran. Aplausos para Carrizález, entonces, en pleno "Aló, Presidente". Tiene Carrizález, por lo visto, obra evidente, palpable.

Un día antes, es decir, el sábado, las palmas fueron cosechadas por Farruco Sesto, durante la inauguración de la imprenta de la cultura. Durante las loas presidenciales, a Farruco se le sentía conmovido, demostración de que, efectivamente, le importa mucho la opinión del Presidente, faltaba más. Es, cómo no, otro ministro con obra evidente, palpable. Es un ministro hacedor (que quizá fue lo que Chávez quiso reconocerle). No sólo concretó ese cañón de imprenta para la cultura, sino que hace todo tipo de festivales y de encuentros internacionales, sin contar que nunca como ahora la industria cinematográfica se mantiene movilizada con ritmo prácticamente endemoniado. Muchas películas, no de alta factura precisamente, pero la industria se mantiene ocupada y su gente también.

Son, pues, tercero y cuarto bate de una alineación que ni se embasa ni coge boleto. Carrizález y Farruco son los remolcadores del gabinete ministerial. Pero se remolcan a sí mismos, con jonrones, porque nunca consiguen a nadie en circulación. Son los caballos. Otros ministros no salen de un fly al cuadro. Otros sólo se justifican leyendo los partes policiales. Otros no existen.

En ese sentido, Farruco es a la cultura nacional lo que Vitico Davalillo al beisbol venezolano: alguien capaz de soltarle una línea al más pintao, pero al mismo tiempo también capaz de encimarle el hombro a una recta de humo para embasarse. Farruco se deshace sin escrúpulos del pudor (porque Vitico no movía músculo alguno cuando las barras del equipo contrario le sacaban a su madrecita cuando se inventaba un desbol). Farruco es como un defensor uruguayo o paraguayo: le mete un leñazo a cualquier atacante y enseguida pone cara de ofendido cuando el árbitro le recomienda que no tire tan a matar. Pone cara de poeta.

Farruco promete y cumple, algo que, por hablar de las circunstancias de los Juegos Panamericanos, pone una zanja con la gente del deporte. ¿Qué obra palpable tiene el ministro del Deporte? ¿De verdad iremos a quedar en octavo o noveno lugar en los Panam? ¿Cómo entender que retrogrademos de esa forma? ¿Era un espejismo? ¿Son estos Panam la confirmación de que no se obtiene una de oro en los 50 metros libres con un decreto? Ojalá que la malograda incursión a Río 2007 sirva para entender que en todas las escuelotas y escuelitas del país debe haber una piscina, un polideportivo, que sean germen de las muchas medallas a la vuelta de diez años. ¿Seremos una pequeña potencia? Seremos en lo económico, potencia de papel, o de concreto. Un país de infraestructura. País portátil. Un país con viaductos y autopistas y estadios de fútbol mundialistas. No se llega a potencia sin encabezar el medallero de las competencias deportivas internacionales.

Ahora, culturalmente sí como que vamos encaminados a ser una potencia: El Rómulo Gallegos sostenido a pesar de la jauría que ha intentado aniquilarlo por todas las vías; el concurso de poesía que lleva por nombre nada menos que el de Víctor Valera Mora, El Chino; el premio Libertador al pensamiento crítico. Eso sin contar que aquí se hacen festivales a más no poder, no importa que a los teatreros, titiriteros y demás artes menores no reciban con la misma fuerza los atunaquetunatuna de Farruco, quien imprime una cantidad fastuosa de Los Miserables para que todos sepamos lo que es la injusticia por robarse un pan. Ahora viene, en buena hora, Doña Bárbara, para que los chamos de ahora por fin sepan que un bongo remonta el Arauca. Esos mismos chamos, por lo visto, tienen escasas posibilidades de saber que existió y existe un revolucionario prodigioso e infinito que encarna, porque se encargó de dibujarla en los años 60 y 70, a la Revolución Bolivariana. Es falconiano y lleva por nombre Alí Primera. Llegará el día en que la República Bolivariana de Venezuela tenga para sus escuelas básicas un Festival Nacional Infantil de la Canción Alí Primera. ¿En verdad no es necesario ideologizar a los niños venezolanos con el legado del pensamiento cada día más vigente de ese revolucionario titánico, imprescindible?

Farruco no se conforma con Los Miserables y Doña Bárbara. Ha tenido tiempo, ánimos y escrúpulos suficientes para imprimirse a sí mismo. Cuenta la leyenda urbana que un día Farruco abordó a Miguel Márquez, director de la editorial El Perro y La Rana, y le preguntó: "Chico, Miguel, ¿tú crees que se vería mal si yo imprimo mi novela con El Perro..?". Márquez desorbitó los ojos, del mismo modo en que todos los hacemos cuando decimos, "pero cómo vas a decir eso". Y entonces le teorizó sobre que estábamos en revolución y que en revolución todos los ciudadanos somos iguales, y que por muy ministro que él fuera, antes que nada era un ciudadano más. Listo, se transformó en carne y hueso algo que Farruco tuvo el excelente tino de bautizar como "La clase", cuya existencia si bien negó al principio, posteriormente tuvo la valentía que pocos revolucionarios tienen de reconocer que sí la había escrito y que estaba ingresando a imprenta, ingreso que si bien negó al principio, después tuvo el revolucionario acto de admitirlo, justo cuando se discutía el guión de la película, hecho que si bien al principio negó a todo leco, luego tuvo el coraje revolucionario de confesar que las tomas habían quedado machete. Un poco lo que hizo Sofía Imber con el Macsi y el premio nacional de cultura que ella misma se otorgó merecidamente a sí misma. Allá los deslenguados y envejecidos opinadores que catalogan a Sofía como las antípodas de lo que culturalmente debe hacerse en la Revolución Bolivariana.

Amor propio se tiene Farruco, y auque algunos denostadores quieren hallar en ese detalle carbón para la hoguera, ello no es sino la consecuencia de un país cuya estima personal promedio ha sido levantada del subsuelo a la estratósfera. Yo, por mi parte, celebro que tengamos un ministro de la cultura con abundante amor propio. Quienes lo duden ahí tiene su otro libro, "Dibujos con la mente en otra parte", título que aunque puede ser tramposo e inquietante (el propio Chávez le dijo una vez que ojalá eso no le ocurriera en los Consejos de Ministros), nos revela a un intelectual orgánico, que mucho que nos hacen falta, alguien que mientras dirige un Consejo de Directores, traza dibujitos que después van a parar a un otro libro titulado "Kaapu Ekquinú la nube", cuya dedicatoria reza tiernamente: "A Santiago, que igual que el Manuelito es un tipo de cuidado". Alguien que no solamente piensa, sino que hace. Admirable el desdoble de Farruco en sus funciones de ministro hacendoso y de pensador. ¿Que hace falta alguien que escriba la letra del coro del Seniat que se presentará en la entrega del premio Libertador al pensamiento crítico?, zas, Farruco pone la letra y que siga la entrega. Lo que muchos podrían ver como culto a la personalidad, no es más que la confirmación de una necesaria autoestima, la que le permite, a la hora de hacer los saludos protocolares, referirse al Presidente como "mi amigo" el presidente Chávez. Es decir, no le tiemblan los ganglios para tutear al Presidente de abuelo a abuelo.

Ah, pero la cultura no tenía un medio de comunicación para divulgar las vainas que se están haciendo. El intelectual orgánico volvió a hacer holgada demostración de eficacia y pensó un programa semanal en VTV y se creó su propio encartado, donde es el opinador estelar (lo demás que quieran opinar, favor mostrar credenciales).

Este gran logro permitió, a su vez, que sacara de dudas al país sobre esa perversión del término "sociocultural". ¿Qué vaina es esa de sociocultural?, se pregunta, cultura y punto es lo que es, aclara. Inquietud que en nada lo desmedra, porque rápidamente surgimos ciudadanos que hemos vivido tanto como él a explicarle que lo sociocultural fue una cuña defensiva, puesta en el tapete por el montón de gente que hoy hace factible que Farruco sea cuarto bate del equipo ministerial, para contrarrestar los efectos de la contraparte: el término élite cultural, cuya representación fagocitaba todo el presupuesto de la cultura. Como mecanismo de presión social, otros dijeron que lo social, es decir, la gente, también merecía alguna partida. Eran los tiempos en los que se le conocía como la cultura lambucia (ahora los lambucios tienen otros rostros).

Del mismo modo y manera en que son socioculturales las ganancias políticas que debe arrojar la gestión cultural. Se hace gestión cultural para tener siempre la brasa cerca de la sardina política. Lo que explica que en la gestión de Farruco sólo haya una alteración mínima, insignificante, registrada en ocasión de que el periodista Reinaldo Trombetta, director de prensa del Iaem, fuese instado por su jefe a hacer una aclaratoria pública por la aparición de su nombre en la lista de Eva Golinger, según la cual hay un cerro de periodistas venezolanos que recibió dólares gringos.

En intervención en el programa de televisión de Vanessa Davies, cumpliendo la orden de aclarar su situación, Trombetta se preguntaba que en qué momento se había ido el autobús de la revolución, que quién decidía que alguien es revolucionario, que quién expedía la partida de nacimiento en la revolución.

Lo expuesto por Trombetta (único ponche del cuarto bate, como ya dije) traía envuelto un reclamo angustiante, un reclamo a la gestión que en clave morse traducía a más o menos esto: ¿En qué momento le vamos a dar la partida de nacimiento a ese 40% que nos mira feo? Lo sociocultural podría darle una solución a este drama, y de hecho está urgido de dárselo, ahora que no solamente se ofrecen felicitaciones sino explicaciones según las cuales no hay razones para que el apoyo no sea del 90 por ciento. Sin cultura no hay 90 por ciento.

Pero una cosa también es cierta: si alguien puede resolver este drama de las partidas de nacimiento, ese es Farruco. Farruco es un integracionista, así tenga que hacerlo todo él: aprueba edición de cinco libros diarios, compra un cañón de imprenta para hacerlos, compra flota de camiones para distribuirlos a todo el país, habilita librerías en todo el país para venderlos. Casi un decreto.

Con todo, Farruco tiene esa tragicómica virtud de la que la oposición (leones del circo) ni siquiera intenta volverlo mierda, lo que lo retrata como un aventajado discípulo de José Antonio Abreu: amado por adecos y copeyanos. Nadie hablaba mal de él. Todos murmuraban mal de él.

EXTRAS
Decretamos. Willian Lara anuncia decreto que obliga a ministros y viceministros a declarar a los medios al menos una vez al mes. No basta una orden, una explicación de la necesidad. No. Va un decreto.

Lo dicho: El mediodía del lunes pasado Willian Lara era entrevistado en Venevisión por Eduardo Rodríguez. Al final se leen los comentarios de la audiencia y brota uno mandado por un joven de Caricuao que preguntaba cómo hacerle llegar un proyecto al presidente Chávez. Lara dice: "Hágamelo llegar a mí (no dice cómo), que con toda seguridad yo se lo entrego al presidente". Lo dicho: hace falta el Ministerio del Poder Popular del Acceso Propio a la Revolución.

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