domingo, marzo 29, 2009

…y la telenovela nació en Cuba…

Cuando la Revolución Cubana comprendió que se había quedado íngrima en la era de las cavernas en su alergia homofóbica, no fue que salieron los burócratas a decir en televisión que a partir de ese momento se acababa el segregacionismo en la isla, o a cuestionar diciendo que de dónde se sacaba que en Cuba hubiera discriminación sexual. No. No hicieron nada parecido.

A través del señero Tomás Gutiérrez Alea filmaron Fresa y Chocolate, película hito del cine cubano, incluso hasta por su nominación a los premios del establecimiento cinematográfico de Estados Unidos, y la revolución no sólo se quitó de encima ese pesado fardo que tantos cuestionamientos amigos le hacían granjearse a escala planetaria, sino que, además, de un tirón y apenas mediante un film en apariencia inocuo, se puso a la vanguardia latinoamericana en tolerancia y resguardo de los derechos de los homosexuales.

Afirmo esto y me valgo de un reportaje del actor estadounidense Sean Penn, quien de un encuentro con Fidel Castro escribió así:

“En 2005, en un viaje de navidad a Cuba bajo los auspicios del turismo religioso, mi esposa, nuestros hijos y yo fuimos recibidos en una reunión de medianoche con el entonces presidente Fidel Castro y el gran novelista colombiano y premio Nobel Gabriel García Márquez. Antes de nuestra salida de Estados Unidos, me senté con mis hijos a ver documentales sobre la Revolución Cubana. En particular, mi hija se había ofendido por la historia de opresión hacia los homosexuales en Cuba, y había dejado claro a su padre que si le ofrecían la oportunidad de reunirse directamente con Castro, se negaría. Márquez nos invitó a su casa. Entramos y ahí, solo en la sala, estaba sentado Fidel Castro. Tras la sorpresa de la reunión, mi hija educada y de 14 años tomó su lugar en la sala y espero su turno para atacar.
Fidel me agarró por el brazo y me sentó a su lado. Comenzó la conversación preguntándole a mi hijo, entonces de 12 años, sobre el plan de estudios en su escuela pública. ¿Sabía cuán lejos estaba la Tierra del sol? ¿Sabía la diferencia entre kilovatio y voltaje? El interrogatorio siguió por media hora, y el porte de Castro era el de un abuelo estricto, escondiendo su afectuosa sonrisa detrás de sus labios mientras demandaba conocimiento con curiosidad. Me pareció que podía sentir la conducta fría de mi hija. Y justo en el momento apropiado, todavía sin una palabra de ella, le preguntó qué le molestaba. Ella respondió: “¿Por qué no le ofrece los mismos derechos humanos de los heterosexuales a los homosexuales en Cuba? ¿Por qué los ha perseguido?” Estaba lista para la pelea, pero ninguna pelea estaba próxima. Ni siquiera una señal de defensa. Castro no parecía impresionado por la pregunta, y pacientemente explicó que la homofobia no había sido inventada en Cuba, pero tenía profundas raíces culturales, y que él y la Revolución tenían muchos errores como resultado. Pero que había una evolución en el proceso de cambio. Y que a pesar de que todavía se cometen errores, ha habido un crecimiento tremendo. (En 1979, Cuba abolió las leyes anti-sodomitas. Hoy en Cuba, la afirmación de las uniones de un mismo sexo está programada para 2009, sobrepasando así las reformas sociales de Estados Unidos, y las cirugías de cambio de sexo son bienvenidas en el servicio de salud pública). Desarmó a mi hija y había llegado mi turno”.

Todo cuanto expuso y defendió Fidel ante Sean Penn, era consecuencia de lo iniciado en el fragor del período especial en 1993, sin necesidad de inyectar ideología a través del cine. Desde luego, Fresa y Chocolate no era ninguna otra cosa que un excepcional plan de inoculación ideológica, pero el éxito de la operación consistió en que el objetivo de la misión le fue imperceptible a las audiencias (“En silencio ha tenido que ser”). Como se observa, el pregón es otra cosa y sus funciones poco tienen que ver con la ideología de masas.

Incurro nuevamente en este tema de la televisión alarmado íntimamente por la insistencia de muchos camaradas en sostener que las pantallas son para educar, y para educar con el temario del socialismo. Siempre que oigo este argumento, me brota una honesta interrogante: Si queremos educar con la televisión, ¿por qué no suprimimos el Ministerio de Educación?

El camarada formado, el camarada aventajado incluso ilustrado, no escatima palabras para reconocer sus pruritos hacia, por ejemplo, la telenovela. Infinidad de veces el presidente Chávez les ha caído encima también.

La telenovela, bien lo saben ustedes, es un género que nuestra amada Latinoamérica ha legado a la humanidad. ¡Pero es un género que nació en Cuba!

Es verdad que se inventó a principios de los cabareteros años 50, antes de que los barbudos se instalaran en el poder, ¡pero la revolución no proscribió el género!

Tanto no se atrevió a atentarlo, que al sol de hoy muchas de las políticas informativas del buró se ejecutan, con ejemplar éxito, a través de los teledramas.

En 2008, estuve como espectador cotidiano de una telenovela cubana llamada “El lado oculto de la luna”, transmitida por Ávila TV.

Nada que no se haya conseguido en las producciones de Venevisión: El galán y su mami, la mala, la chismosa, el bondadoso, el policía… todo adornado de un contexto conmovedor: la propagación del sida por relaciones sexuales sin protección. Un verdadero bets seller de pantalla que le ahorró al ministerio de salud cubano gastar un centavo en verborrea institucional.

Entienden los cubanos que esa cajita con la que se penetra a los hogares es una vaina que sirve para divertir y distraer, esencialmente. Esas son sus funciones, y ni pendejos ignoran esto los cubanos. En la Venezuela revolucionaria, en cambio, el consenso que priva es la moraleja del chiste del detective venezolano que en un concurso internacional hace hablar a un cochino que para quitarse la tortura de encima dice: está bien, chico, soy un conejo.

La televisión, me perdonan la herejía, es pan y circo y esto es inconmovible. Así lo entendieron virtuosos como Cabrujas, quienes, sin embargo, supieron siempre que entre mierda y mierda siempre fue posible meter contrabandos dignos. Toda la obra de Gallegos en televisión fue gracias a la obstinación de Cabrujas por una mejor sociedad (“Pobre Negro” la grabaron de madrugada porque esa fue la condición de la gerencia para no entorpecer la rutina y para atenuar que un negro se fuera a colar en las pantallas).

Por la televisión que siempre criticó murió Cabrujas, fundador de un género del que se aborrecía como es la telenovela cultural: obras que tuvieron siempre singulares éxitos y que algún mínimo cambio produjeron en la manera de pensar del venezolano.

Mientras hago presencia en una de las mesas de la jornada de constitución del Consejo Nacional de Comunicadores Social, fabulo en si esto será posible en la Venezuela actual y me vuelvo a golpear con una circunstancia insólita: el reporte generalizado de los compañeros que asistieron del interior del país es que en casi ninguna parte extra Caracas llega la señal de Venezolana de Televisión.

Más increíble todavía que el presidente Chávez haya padecido esto públicamente cualquier cantidad de veces. La más reciente, en un Aló Presidente realizado en Tucutunemo, cuando armó un berrinche porque quienes estaban presentes le vociferaron que en ese pueblo Venezolana de Televisión era una quimera.

¿Debe Venezolana de Televisión hacer telenovelas? Después de que su señal cubra palmo a palmo el territorio nacional, yo creo que sí. Pero entiendo que ello sólo será posible previo al debate sobre la estigmatizada telenovela y cuando VTV, YVKE, VIVE, TVES, RNV e incluso la TELESUR de mis tormentos dejen de ser unas cajas negras para los colectivos e individualidades afines a este peo ideológico.

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