miércoles, junio 24, 2009

Lecciones de romanticismo




A finales de la rarísima década de los 80 las salas de cine de Venezuela se abarrotaron por la exhibición de la película “Dirty dancing”, en la que un musculoso y guapísimo Patrick Swayze interpretaba a un proletario profesor de baile gringo que prendaba de su corazón a una aburguesada muchacha a la que conoció en un campamento de vacaciones en el que trabajaba el instructor. Ella encarnaba a la típica inocencia de la perdida juventud estadounidense y él parecía más bien un emigrante centroamericano, a pesar de su arrasador aspecto de niño bien.

“Dirty dancing”, ambientada en los años 60, contó con una inolvidable banda sonora que no solamente se ganó los premios cinematográficos que la mayoría de los cineastas anhela, sino que se instaló para siempre en la nostalgia de quienes cuyos corazones vibraron a los compases de un Patrick Swayze que en el imaginario venía a sustituir al también mítico bailarín de “Staying alive”, Tony Manero, alias John Travolta, quien a principios de la misma década había causado los mismos maremotos vaginales que después ocasionaría Swayze, y que en 1978 había iniciado Travolta con Danny Zucko en “Vaselina”.

Entre las millones de latinoamericanas que padecieron este sarampión ochentero, está mi nena, quien sufrió este revolcón sentimental en retro.

Veinte años después, que en el tránsito permitió que Swayze protagonizara una muy buena y quizá imprescindible película de acción llamada “Punto de quiebre”, se conoció la infausta noticia de que Swayze atraviesa una enfermedad degenerativa que lo tiene con los días contados. Recientemente declaró que el médico le había dicho que le quedaban dos años de vida. Y demacrado tuvo que tomarse una foto al lado de su esposa y lanzarla a la jauría de los medios para acallar versiones de su supuesto fallecimiento.

Seguramente que aprovechados de esta infeliz circunstancia, los zamuros de un canal del cable andan repitiendo casi diariamente “Dirty dancing”. Y el tiempo no ha minado ni un grado de sentimentalismo que este film suscita en mi nena, quien por contrario la sigue viendo tantas veces como la repiten, y se queda embelesada frente al televisor pegando gritos casi imperceptibles de esquizofrénica emoción contenida. Ha llegado a más: me obliga a ver y analizar ciertas escenas en las que según ella Swayze destila romanticismo hasta en la manera de mirar a su mami.

Especialmente me amarra para que observe la escena final*, que transcurre más o menos así: Swayze ha sido votado del campamento acusado malamente de robar la cartera de una huésped. En el baile final, empero, regresa e irrumpe en el salón y se dirige a la mesa donde está la joven con su familia. Y dice poco más o menos: Nadie pone a mi nena en un rincón, y le extiende la mano y se van al centro de la pista y empieza el contorneo. Presuroso, el disc jockey deja sonar la legendaria banda sonora de la película y separados por unos pocos metros, Swayze se va acercando a ella y mientras más cerca, apela a su dedo índice y se lo muestra como diciéndole: ven. Este gesto, acompañado del movimiento caderìstico y sobre todo, sobre todo, la manera en que él la mira, provoca el colapso de mi chica, quien adquiere un tonito de súplica y pide que la mire de idéntica manera.



*http://www.youtube.com/watch?v=WpmILPAcRQo&feature=fvst

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