Un hogar de por sí congestionado ha entrado en crisis por la llegada inesperada de una niña felina ahora convertida en toda una adolescente de seis meses, y que en tal condición ha extremado requerimientos y atenciones.
Llegó un día martes luego de que su benefactora la rescatara de un destino incierto, pues el administrador del caserón donde había nacido anunció que se deshacería de ella si nadie la reclamaba.
En casa estaría cuatro días, porque el sábado siguiente sería entregada a alguna sociedad protectora. Empero, algo dentro de mí empezó a sospechar de un ardid porque parte importante del presupuesto familiar empezó a desviarse para la adquisición de su alimento.
Mi preocupación adquirió ribetes de drama cuando en un rincón de la sala fue instalada una ponchera llena de arena fina y costosa para que la educada muchachita depositara allí su materia fecal, de olor comparable al del azufre. Indicio claro de que esta joven pronto se convertiría en la reina de la casa. Presunción que se elevaría a la categoría de noticia confirmada cuando llegado el sábado nada ocurrió, no hubo traslado a centro benefactor sino a una clínica veterinaria, circunstancia que siguió desangrando los menguados ahorros hogareños. Además de aplicarle una vacuna desparasitante, le fueron recortados los garfios. Qué alivio.
Para drenarle correctamente las inquietudes propias de su condición, se realizó una inversión en un yoyo que en el ascenso emana una luz roja que ella persigue entusiasmada.
Y así, cada espacio ha ido adquiriendo su personalidad. Por ejemplo, dos sillas señoriales de cuero que son de mi más alta estima, han sufrido los rigores de actos pueriles: agarró los espaldares para practicar rapel. Y desde la cúspide práctica triples saltos mortales, que son su entretenimiento favorito.
Al principio no tenía nombre. Entiendo que se trataba de una estrategia para lograr que ella se instalara sin mayor resistencia, porque estábamos hablando de un ser anónimo. Alcanzado este propósito, entonces los esfuerzos fueron concentrados en bautizarle acorde con su estampa de cacri.
“Enmienda”, propuso una amiga que supo del dilema. Uuummm. Rechazado. Entonces la misma amiga dijo que se le pusiera el nombre del desalmado patrono pero en femenino. Hubo un paseo por variedad de nombres hasta que la benefactora decantó por uno incomprensible para todos: Marjorie.
Ya bautizada, ocurrió un hecho que ratificó todas las sospechas: la niña viajó en avión al occidente del país para serle presentada a sus abuelos durante el asueto carnestolendo. Para ello, ni más faltaba, se requirió de la compra de una jaula especial, además de la aplicación de un calmante para que no se pusiera nerviosa.
Con sus abuelos hizo las delicias. Estaban chochos y hasta confinaron en el patio trasero a cinco perros celadores para resguardarle la paz y el sosiego a Marjorie. Increíble lo que esta joven trepadora estaba logrando.
A su retorno a Caracas esta muchachita vino ufanada y sin mayor trámite se instaló en la cama matrimonial como una más. En sus noches de insomnio, se dedica a perseguir y morder todo dedo que se le atraviese. Desarrolló esta fijación. Entra y sale de la habitación a su libre albedrío.
Con el transcurrir de los días, parece que esta jovencita ha comenzado a cometer travesuras relativas a su condición de adolescente: se sospecha que se escapa por el balcón quién sabe a dónde, porque regresa curtida y agazapada, como quien espera un regaño.
Ha cumplido seis meses, etapa que según las cyber investigaciones es la más crítica hormonalmente hablando. La cotidianidad confirma esta tesis, porque cada vez que Marjorie se ubica en el aposento, se pone boca arriba y abre las patas para que se le acaricie el vientre. Es ahora un ritual.
Su benefactora anda en vilo, decidiendo entre dejar que la naturaleza fluya a su manera o esterilizarla. Pero esto último tiene generado un conflicto ético, porque privarla del hecho materno tiene su componente criminal.
Creo que la etapa culminante de su consolidación en casa está en desarrollo: en confabulación con su protectora se posa sobre mis piernas y adopta posición y gesto lastimeros, mientras una voz que simula ser la suya insiste en: reconóceme, por favor, yo soy tu hija.
1 comentario:
Es el mejor cuento que has escrito jamás!
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