domingo, junio 28, 2009

El señor fiscal y su ahora señora van a la marcha del CNP


Circa 1999, quizá 2000 ó 2001 (yo qué sé, no convertí esto en razón de mi existencia). Yo me desempeñaba seguramente que con más errores que aciertos como reportero policial, rol en el que me aburría bastante, de allí que siempre anduviera buscando febrilmente cómo reinventar cotidianamente el periodismo, delirio del que todavía no me curo y por el que sufro mucho, en tanto soy muy infeliz. Pobre de mí.

Así como a Tarek William, en prensa policial solíamos recibir a los familiares de víctimas de la indefensión, que encontraban en los periodistas una luz en el túnel oscuro.

Cierta mañana recibí a una señora que llevaba una conmoción contenida. Su hijo de 18 años recién cumplidos estaba preventivamente preso en La Planta por solicitud de un fiscal público, quien lo involucraba en un asesinato ocurrido en un sector de Caricuao. Mitad solidario y mitad buscando matar el hastío que en las mañanas atacaba a la fuente policial, me fui con la señora madre a su sector y hablé con todo el mundo allí (menos con un ecuatoriano que servía de testigo principal al implacable fiscal). Obtuve suficientes indicios de que el muchacho preso en La Planta no estaba perdido en el camino de la delincuencia, que trataba de estudiar y que, líneas generales, era un muchacho de su casa al que una detención preventiva nada menos que en La Planta le estaba haciendo una invitación VIP al mundo de la perdición.

Total que construí una crónica bastante arrimada a la costillas. Sin dilación, el fiscal se declaró agraviado y solicitó un juicio en mi contra.

Injuria, difamación, infamia, creo que son las tres categorías asociadas al COPP con respecto al ejercicio del periodismo. Dos de estas tipologías suponen la evacuación de pruebas (si tú dices que yo robé tal cosa, ven y trae las pruebas), y la otra no, basta con el que acusador se declare agraviado y punto. El fiscal que se sintió ofendido por mi crónica prefirió la opción más despejada, aquella que no llamaba a la presentación de pruebas, porque esto suponía que pasáramos a identificar si el muchacho estaba injustamente preso en La Planta, para después determinar si entonces tenía sentido la presunta ofensa. Todo ello después de que hubiera ejercido ampliamente su derecho a réplica.

Lo cierto es que yo fui a mi audiencia preliminar sin convocar a jefes, colegas, amigos, familiares ni novias. Cómo no, la empresa que me exprimía puso a mis servicios un extraordinario litigante que al momento de alegar en el tribunal entraba en trance, levitaba de pura pasión a su arte. Como en el acto de conciliación el señor fiscal planteó que él sólo se sentiría resarcido si yo publicaba en dos grandes diario un aviso a página abierta pidiéndole perdón, ni siquiera terminamos de escuchar su idea y pedimos que por favor pasáramos a juicio. Total, yo en mi condición de periodista sólo diga la verdad, de modo que me resultaba cómodo y sencillo presentarme ante la señora jueza a defender la verdad.

No quise que la otrora poderosa empresa pegara lecos en mi favor con el artilugio de que se estaba atacando a la libertad de expresión, no inmiscuí a compañeros de fuente ni de redacción en el asunto (prácticamente no se enteraron), no amargué a familiares y novias con el temita. No. Yo detesto el papelito de víctima y acuso de patético al que lo asume. Yo quería ser consecuencia con lo que he creído, esto es: los tribunales repletos de periodistas defendiendo la golilla de la verdad.

Tuve un par de sesiones de asesoramiento con mi abogado, quien trazó una elemental estrategia de demostrar que no había móvil en el hecho imputado (lo cual era verdad). Y así llegamos rapidito al juicio, a instancias nuestras. Cuando yo estuviera en el banquillo siendo interrogado por la sensualota abogada acusadora, antes de contestar su pregunta debía mirar hacia mi coach: si se tocaba la corbata, debía responder no a la pregunta, caso contrario sí. No debía explayarme, mejor si me limitaba a responder.

Hubo un momento de duda, producto de una pregunta que yo había previsto, pero que mi abogado insistió en que me defendiera con la respuesta que él me diera en el instante. Lo desobedecí en esta respuesta y esto puso en jaque el juicio a nuestro favor, según me reclamó el jurisconsulto en una pausa. A cambio, me felicitó y dijo que ya estábamos ganados cuando ante una pregunta de la morena acusadora me entró un espíritu y me tiré un discurso memorable, concentrado en citar jurisprudencia de Alberto Arteaga Sánchez, a quien el fiscal tenía como Dios del derecho.

Concluido el juicio, y mientras la jueza deliberaba, en la afueras del tribunal Américo Morillo –quien se presentó un rato a hacer la foto del caso- no paraba de manifestarme su asombro al verme erigido en verdugo de la retórica.

La jueza que termina su deliberación y sale y la anuncia: absuelto. Abrazo sin sobresaltos entre el abogado defensor y su cliente. Y enseguida me devolví a mi fuente policial y en la tarde regresé a la redacción y entregué mis dos páginas y en la noche me fui a mi casa y me comí mi arepa frita con queso y mantequilla y la tacita de café con leche, que sabe a gloria después de haber demostrado en el tribunal que los periodistas somos amos y señores de la verdad. Y lo demostré sin que la jauría se enterara del juicio, ni aplicó la solidaridad automática. Fui un ejercicio de diversión y de aprendizaje (es in incalculable lo que un periodista aprende de su oficio luego de pasar por un juicio).

Pero los que sí estuvieron todo el tiempo arrechos fueron el fiscal Luis Izquiel y su entonces novia defensora (ahora esposa): la exuberante Delsa Solórzano, que ahora es una adalid de la defensa de la libertad de expresión, y que en nombre de ella seguro marchará este sábado al lado de los periodistas que se envanecen declarándose antichavistas.


PD: Habían pasado seis o siete horas y los medios de información del Estado no hallaban qué hacer con la noticia del fallecimiento del cantante Michael Jackson. De hecho, ninguna televisora ni portal lo había reportado todavía en horas de la noche. Mientras CNN reportaba el ingreso de 10 mil correos en dos horas, los medios revolucionarios ignoraron el acontecimiento, como si con ello desaparecieran esta verdad. Lo único que lograron fue que los socialistas se fueran en masa a otros canales. Es verdad que es una exageración de CNN encadenarse con la noticia, pero no es una exageración menor desaparecerla. Este viernes en la tarde escuché una escueta reseña de Tves en la voz de la flaca Alesandra Perdomo. Mientras tanto, Silvio Rodríguez se reúne en La Habana con Juanes, quien se declara al mismo tiempo admirador del trovador y de Álvaro Uribe.

1 comentario:

Anónimo dijo...

al parecer en el mundo las distraciones politicas son mecanismos de adopcion de muchos paises y todo sucede con el objetivo de mantener al pueblo idiotizado con consiertos o camicetas deportivas nuevas modas ademas de los adelantos de la tecnologia mientras nuestros pobres y familias se descrestan para inventarcen algun tipo de almuerzo con lo poco que puedan conseguir convirtiendocen en seres humanos obsoletos por el deterioro de la humanidad y por el constante acelerar del tiempo y aun asi no pasa nada cuando sale algun humano con pensamientos o ideas de librar a estos ceres de la pobreza o miceria que arrastran lo tratan de loco pero la omicion es tan clara e inconforme de algunos que cuand existe un pais con una pocion de servidumbre yanki deteriorando la historia y la democracia de los pueblos como el gobierno colombiano entregando su soberania y amenazabdo la de los vesinos no se le brinda la tracendencia requerida tirando por la borda todo el trabajo y los esfuerzos del libertador y sus hombres que siempre seran recordados